Acabamos de pasar el primer período vacacional del año, el descanso de Semana Santa y todavía parece sentirse en el ambiente ese sabor de los días feriados de la primavera. Con este motivo se me antoja pensar cuánto nos merecemos estar bien y disfrutar de la vida y caigo en la cuenta de que vacacionar es algo más que escapar del lugar donde hacemos nuestra vida cotidiana. Tiene que ver con un arte escondido detrás del concepto vacaciones de saber invertir en nosotros mismos. Cuando después de un periodo de asueto regresamos agotados y con los bolsillos vacíos, lo más probable es que no entendamos el valor de darnos lo mejor. 

Existe una diferencia abismal entre gastar e invertir. Una persona que sabe usar los recursos en su verdadero beneficio tendrá claro que la cantidad que pague por una adquisición deberá reflejarse en el cuidado de sí mismo. Por ejemplo, si eres de los que escogen el hotel más barato bajo la excusa de que “sólo lo emplearás para dormir”, entonces te estás arriesgando a mal dormir, y si pasas mala noche ¿Cómo esperas disfrutar al máximo el día siguiente? Hay quienes salen huyendo de un hotel para irse a meter de emergencia a otro, que probablemente tampoco será mucho mejor, y al final terminan gastando más que si hubieran elegido un buen lugar, catástrofe de la cual habrá que reponerse física y económicamente, lo cual es un excelente ejemplo de como el gasto representó una pérdida y un dolor de cabeza.

Dice el refrán: “Lo barato sale caro” y tiene mucho de cierto, no porque lo más caro sea lo mejor, sino porque decidirse por algo de mayor calidad se puede convertir en una inversión. La palabra clave aquí es inversión, lo que te garantiza que tendrás de vuelta una recompensa que te hará sentir feliz y agradecido, traduciéndose en un mejor aprovechamiento de tus recursos y, finalmente se ¡en economía! Es entonces que pagar por una deliciosa cama que garantice tu descanso y tu salud deja de ser un gasto superfluo para convertirse en una comodidad necesaria, con la conclusión ineludible de que cuando inviertes no sufres, cuando gastas sí. 

Hay gente que siente culpa por “darse un lujo”. No obstante, ¿Qué tendría de malo hacerlo, cuando con ello se está evitando el desgaste que implica un gasto? Para mí lo malo sería, tomar la decisión contraria.

Aquí entra una consideración adicional, el auténtico lujo, es aquello que te da el mayor valor por tu dinero; lo que te acerca a la experiencia más elevada de tus deseos de vivir. Su verdadera función nada tiene que ver con el ego. No se trata de enaltecer la imagen propia ni de demostrar nada a nadie. Las zapatillas más caras del mundo no pueden ser un lujo si quien las porta ¡termina con ampollas en los pies! El lujo por otra parte puede en ocasiones costar menos o incluso llegar a no costar nada, depende de saber elegir, por ejemplo respirar aire puro se ha convertido en un lujo para la gente de las grandes ciudades, pero existen personas que disfrutan todos los días de ese regalo sin esforzarse, solo porque eligieron vivir en otro lugar. 

Las personas ricas saben bien que al elegir la calidad siempre terminarán ahorrando, y éste es uno de los secretos por saber escoge, vuelve a los ricos más ricos. Comprar una ropa barata para que se te vea bien sólo al principio se convertirá en un gasto, adquirir una pieza de buena calidad será una inversión porque no tendrás que comprar más veces, lucirá siempre bien y te sentirás más cómodo. Valieron la pena la comodidad y el lujo, ¿no? y al final, invertiste menos. 

Parafraseando al ex-presidente Mújica “Cuando pagas, no pagas con dinero sino con vida, es decir, con el tiempo de vida que empleaste para tener en tus manos ese dinero”. Así que, al momento de invertir, hazlo en aquello que te dé más y mejor vida, no en lo que te la quite. ¡Date el lujo, de darle el lujo!