Me ha llevado muchas mañanas el pensar, cómo es que será la escuela ahora que regresen los niños después de esta Pandemia. ¿Será la misma institución jerárquica, impositora de ideas y máquina de mentes con fines políticos y económicos? ¿Ó será que por fin veremos la institución encargada de formar y respetar al ser humano, ayudándolo en su evolución? 

¿Habremos aprendido algo sobre las diferencias en las que radica lo maravilloso de cada persona? ¿Será que ahora nos daremos a la tarea de regresarle al maestro la figura de autoridad moral, que conecta con sus alumnos, que ama su trabajo y que por ello es capaz de transformarlos en aprendices que quieren sorprenderlo con sus aportaciones? 

Si esto es así, entonces será importante poder comprender la diversidad no solo como la diferencia entre culturas y lenguas; sino también en estilos, espectros sociales y capacidades de aprendizaje, y sobretodo entender que la diversidad es incluyente.

¿Y porque es esto tan importante si pensamos en la escuela como un facilitador en el desarrollo de las personas?  Por qué la escuela que conocemos hoy, nos ha mostrado ciertas limitaciones, no está dirigida para aquel que es diferente, sino todo lo contrario.

Hoy en día tenemos una escuela que está creada para ofrecer un servicio igualitario, pero ¿Cómo será posible si todos somos distintos? Razón por la cual, cuando alguien es diferente se le considera un “problema”, ya que es imposible concebir dentro de la institucionalización, que los niños son diferentes y por lo mismo deben vivir su experiencia de aprendizaje desde distintas narrativas. 

En esta Pandemia podemos verlo de manera clara, en un abrir y cerrar de ojos a todos los niños se les confinó y se transformó su experiencia presencial de aprendizaje a una experiencia de aprendizaje a distancia. Vimos de manera clara, la necesidad de una transformación en el modelo actual, pero aquellos con necesidades especiales o bien con algún tipo de discapacidad quedaron aún más distantes y lejanos del aprendizaje. Si de manera presencial podía resultar un reto, resulta imposible imaginarlo a distancia en donde además se deshumanizó el proceso de enseñanza. 

No podemos seguir ofreciendo una educación que tenga como objetivo los mismos resultados en todos los niños. Debemos retomar el propósito real de la educación, que es encontrar y descubrir el mundo en torno a uno y a los demás. Esto es, poder ofrecer oportunidades de aprendizaje en las que nuestros niños descubran sus capacidades, sus talentos y aptitudes, tanto como sus pasiones. 

Mientras sigamos en un sistema escolar dirigido a la igualdad ha sabiendas de las diferencias, estamos siendo absolutamente parte de un servicio que favorece a algunos, tanto como marginaliza a otros.  Aquellos chicos que tienen la madurez que les permite aprender de la forma que se les enseñe, estarán posicionados para el éxito, mientras que aquellos con capacidades diferentes para el fracaso. 

Bien explicado podemos entenderlo si nos basamos en “La teoría de las inteligencias múltiples” (Gardner, H. 1993). Cuando basamos el aprendizaje en los procesos naturales de descubrimiento entendemos que, por supuesto existen múltiples inteligencias, todo ser humano tiene un gran potencial, solo que no en las mismas áreas. Con esto podemos comprender mucho mejor el porqué ahora, en este momento de crisis, muchos niños no han extrañado su escuela; extrañan la socialización; es decir, extrañan sus amigos, pero no extrañan sus experiencias y descubrimientos. Esto está totalmente relacionado a la falta de motivación e interés que hoy muchos niños tienen por aprender, ya que están cansados de vivir fracasos repetitivos, de hacer esfuerzos en los que los logros son inalcanzables, en donde continuamente reciben descalificaciones por sus errores. Y aún así se espera que aprendan y lo disfruten. 

Recordemos que el aprendizaje se inicia desde la emoción, no habrá aprendizaje sin emoción. Entonces pensemos en ofrecer una escuela que sea capaz de provocar  emociones. La emoción de aprender en colaboración con otros, en dónde el proceso de aprendizaje sea activo y no pasivo, y que la consolidación pueda surgir de la suma de las diferencias, engrandeciendo la experiencia. 

Con base en lo anterior, puedo afirmar que no existe el niño flojo, el niño que no quiere aprender, el niño que no se muestra interesado por superarse. Todo niño nace con la curiosidad por conocer y aprender; bien lo dijo Aristóteles “Todo hombre por naturaleza desea aprender”. Algo estamos haciendo mal desde la escuela, y dicho sea de paso, antes de ésta Pandemia.

Ahora bien, será importante saber si es que la escuela y sus maestros están consciente de esa necesidad de cambio, que sus fallas hoy ya no pueden ocultarse, que muchos niños ya se aburrían en clase y perdían el interés fácilmente. 

La escuela desde la igualdad está construida con una serie de presiones culturales que interactúan y desgarran el curso natural de la vida humana. Es momento de revisar y construir una escuela que provea una educación de calidad para todos los niños, con sus distintas capacidades, obteniendo y respetando la belleza de ser únicos. Así no estará dejando fuera de oportunidad, a aquellos chicos que no nacieron para ser escritores, o matemáticos, que quieren ser, pintores, deportistas o dedicarse a la música. Es injusto que sigamos brindando una educación igual para todos. No existen malos alumnos, flojos o incapaces; existe un sistema excluyente con maestros que no cuentan con la preparación o las herramientas. 

Dónde quedaron, con ésta tecnología y aprendizaje actual, aquellos maestros que eran insustituibles, que su personalidad, carisma, y conocimiento marcaba el rumbo de sus alumnos, quienes eran admirados. Los cierto es que los instrumentos digitales jamás suplantarán a un buen maestro. 

Una parte esencial de la escuela es el factor humano, ya que solo a través de la admiración y la conexión emocional con el maestro se puede despertar la emoción por aprender. A través de la figura del maestro se puede transformar la experiencia de aprendizaje. Necesitamos maestros que estén dispuestos a construir oportunidades de aprendizaje distintas, que brinden un espacio en el que la diferencia se cultive como esencia, que aún siendo aliado de la tecnología, no se robotice, y que el regreso a clases no sea en un ambiente frío, caracterizado por el uso de máscaras y por la falta de contacto emocional.  Ya bastante han sufrido nuestros niños en cuanto a la separación, distanciamiento social y privación del contacto físico. 

Sabemos y está demostrado que sin contacto físico el alma se enferma, pero de igual manera el cuerpo, hormonas como el cortisol aumentan y la hormona del amor, la oxitocina disminuye, junto con el aumento de la presión arterial, el ritmo cardiaco y las ondas cerebrales. Y ni qué decir de la fortaleza que se da en nuestro sistema inmunológico a través del contacto piel con piel. El ser humano nació para ser tocado y a través del tacto sentirse seguro; es por eso que un abrazo ayuda más que una dosis de antidepresivos. 

Es necesario la creación de un nuevo modelo educativo, escuelas conectadas con la naturaleza, con la necesidades íntimas de cada persona, con el contacto y sincronía entre la mente y el corazón. Es ahora el momento de hacerlo. 

Calcula la Organización Mundial de la Salud  (OMS) que aproximadamente uno de cada cuatro niños saldrá de esta crisis con problemas de ansiedad, desarrollando en un futuro, problemas de salud mental. 

Esta en nosotros prevenirlo Sí construimos instituciones que se dediquen a ser un facilitador para el ser humano, basado en la diversidad. Será entonces cuando podamos hablar de una escuela a favor del niño y no de la escuela igualitaria, en donde no se respetan las diferencias. 

Belén Bordes

Neurolinguista, terapeuta y conferencista.

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