Mi reflexión para este artículo hace referencia a que todos los días nos levantamos a la misma hora, vivimos en rutina, actuamos como siempre y, como una maquinaria perfecta, desarrollamos nuestras actividades en automático sin mayor atención, empezamos y terminamos el día y nos quejamos porque la vida se nos va casi sin darnos cuenta. Dejamos que la prisa cotidiana nos gane y nos quite momentos que de otra forma podrían ser de disfrute.

A veces necesitamos eso que nos saca de control, que nos hace frenar para observar… Aprendemos de las llamadas de atención, y muchas veces resulta que nos enfrentamos a experiencias negativas que nos llevan a apreciar lo bueno y a actuar en consecuencia si nos hacen reflexionar.

Mi semana pasada bien podría titularse “Lecciones de una semana intensa” o “Aprendiendo de las vueltas de la vida”. Lo que parecía una semana cualquiera se convirtió en un torbellino de eventos, cada día traía consigo nuevos desafíos, algunos más difíciles que otros. El estrés y las complicaciones se acumularon una tras otra, día tras día, pero fue en medio de esta vorágine que me di cuenta de la importancia de aprender de cada experiencia y de apreciar cada momento. 

Dos veces lidié con el coche averiado, decidí -y con dolor- bloquear de mi vida a un par de personas cercanas, experimenté cambios en asuntos legales y tuve que afrontar la pérdida de un proyecto significativo. Y como si la vida quisiera enseñarme aún más, un temblor y la hospitalización de un familiar cercano se sumaron a la lista.

Sin embargo, el momento que realmente marcó un punto de inflexión fue en un autoservicio, donde presencié el desvanecimiento de una mujer mayor. La escena caótica que siguió, con personas incapaces de reaccionar adecuadamente, me llevó a reflexionar sobre la cosificación y frialdad de la sociedad actual. Ver a una persona vulnerable en el suelo, rodeada de individuos impotentes ante la situación me reveló una falta de empatía alarmante. Y mientras se esperaba la ambulancia con toda calma porque no se podía romper el protocolo buscando un médico en una tienda abarrotada de gente, me di cuenta de que la vida sigue, que la gente solo rodeaba a escena para llegar al área de cajas y pagar su mercancía como si la señora fuera invisible. La vida seguía como de costumbre. Esto fue lo que más me sacudió, me hizo reflexionar sobre la importancia de reavivar la compasión y la conexión humana y de disfrutar un poco más cada segundo de vida, no sabemos si será el último. “La deshumanización es el mayor peligro que enfrenta la humanidad hoy en día” sostenía Erich Fromm, y coincido con él totalmente. 

No podemos convertirnos en robots insensibles ante el sufrimiento ajeno. La vida es un tejido frágil que se fortalece con la empatía. Cada persona es un universo único que merece nuestra atención y cuidado. Debemos romper el protocolo de la indiferencia y tejer una red de apoyo y solidaridad.

Lloré, y vaya que lloré después de esto, no sé si por el suceso en si o por la carga emocional que representa salir de tu vida normal, pero debo decir que también se presentaron momentos increíbles que recordaron la esencia humana. Un encuentro fortuito con una pareja de sordomudos me abrió las puertas a un mundo de comunicación más allá de las palabras. Sus gestos, sus expresiones, su energía me transmitieron un mensaje profundo: La conexión humana no se limita al lenguaje verbal.

En ocasiones, las palabras sobran cuando hay una conexión genuina. A veces, el silencio dice más que mil palabras. Debemos aprender a escuchar con el corazón, a leer entre líneas, a comprender el lenguaje no verbal que habla desde el alma. La comunicación es un baile armonioso que se orquesta con palabras, gestos y emociones… a veces los sonidos no son necesarios para conectarnos con los demás.

¿Conclusión? Hay quienes dicen que la vida es una montaña rusa, llena de subidas y bajadas, de momentos bellos y otros no tanto, pero aseguran que es quizás ello lo que la enriquece… tienen razón, a veces hay que perder para ganar y sufrir para gozar. Ley de la vida que no podemos olvidar.

Algunas lecciones aprendidas 

Las dificultades de la semana me llevaron a revalorizar también mis relaciones personales. A veces, damos por sentado el amor de nuestros seres queridos, hasta que la posibilidad de perderlos nos golpea con crudeza.  Otras nos aferramos a quienes por alguna razón dejaron de formar parte de nuestra vida o que simplemente dejaron de valorarnos. Habría que recordar más seguido la importancia de cultivar las relaciones que nutren nuestro ser y dejar a un lado aquellas llenas de toxicidad. 

Debemos aprender a apreciar la belleza que nos rodea, a cultivar la gratitud por las pequeñas cosas. La felicidad no es un destino final, sino un camino que se recorre con los ojos abiertos y el corazón receptivo. Aprender a disfrutar del presente es la clave para una vida plena. Es hora de fortalecer los lazos que nos unen, de expresar nuestros sentimientos, de cuidar a quienes nos importan. Dejar de lado rencores y rencillas, y construir puentes de comprensión y afecto. Las relaciones son el pilar fundamental de nuestro bienestar.

  • Podríamos decir que el estrés no proviene de los acontecimientos, sino de nuestra forma de interpretarlos. En medio de la tormenta, siempre encontrarás la brújula para navegarla.
  • Recuerda que, incluso en medio del caos, hay oportunidades para conectar con los demás de manera genuina.
  • La felicidad no se ve afectada por las circunstancias externas, sino por nuestra actitud hacia ellas. Epicteto, el filósofo griego, nos instruye sobre la dicotomía entre lo manejable y lo inmanejable en la cual nos deja claro que solo tenemos dominio sobre nuestras propias acciones y pensamientos, mientras que todo lo demás está más allá de nuestra esfera de control. Necesitamos aceptar lo que no podemos manejar y dirigir nuestra atención hacia lo que sí podemos.
  • Transforma las dificultades en oportunidades de crecimiento, buscando el aprendizaje en cada situación. Encuentra un salvavidas en el abrazo de tus seres queridos, en su apoyo incondicional y en la comprensión de sus palabras. 
  • Permite que la resiliencia humana se convierta en tu faro y te guíe a esa capacidad propia de superar cualquier obstáculo si te mantienes firme y buscas la luz en la oscuridad.
  • Valora -y revalora- tus relaciones personales. A veces, solo apreciamos lo que tenemos cuando enfrentamos la posibilidad de perderlo. 

Si me lo preguntas, la respuesta es NO, no quisiera repetir esta semana, pero si te afirmo que cada desafío de esta semana fue una oportunidad para aprender y crecer. La adversidad puede ser una maestra valiosa si estamos dispuestos a extraer lecciones de cada situación.

¿Qué obtengo en claro de todo esto y qué quiero que te lleves de este relato? Que a veces nos enfrentamos a sucesos que se convierten en un recordatorio poderoso de que la vida está llena de altibajos, pero en cada experiencia, por difícil que sea, hay lecciones que pueden enriquecer nuestra perspectiva y reavivar nuestro aprecio por la existencia. La clave está en estar atentos para aprender de todo y encontrar la belleza incluso en los momentos más desafiantes. La clave está en abrir la mente, el corazón y el alma a las enseñanzas que la vida nos ofrece.

Te invito a hacer un inventario de tu última semana. ¿Con qué te quedas? ¿Qué puedes aprender de todo ello para revalorar la existencia?