Hay en la literatura griega un personaje mitológico que me provoca una gran fascinación: Se trata de Sísifo. El héroe absurdo, como lo llamó Albert Camus en su prodigioso ensayo El mito de Sísifo. La historia narrada me llena de ternura y compasión tan íntimas, que me permiten sentirme mucho más humano. Después de releerlo experimento un amor especial que busca prodigarse en todas las direcciones en forma de aceptación incondicional. 

¿De qué trata la tragedia clásica? Para quien no la conozca, me voy a permitir compartir de manera humilde y respetuosa, algunos de los sorprendentes detalles que la animan, esperando sirvan como aperitivo para atizar el hambre de leer a Homero y, por supuesto a Camus.

Sísifo fue el fundador de la ciudad Corinto. Al terminar de crear ésta hermosa urbe para los humanos, se dio cuenta que le faltaba agua, razón por la que decidió hacer un trato con Asopo, el Dios de la corrientes fluviales, para que hiciera nacer una fuente de agua en ese territorio a cambio de darle a conocer quién fue el raptor de su hija Egina, delatando así al mismísimo padre de los dioses, Zeus. El desafío le valió la condena al infierno. Sin embargo, Sísifo, famoso por su astucia e inteligencia, logró escapar en un descuido de Ares, Dios del lugar, dejando por añadidura a la muerte encadenada. Esta segunda afrenta le valió un castigo mayor, subir una enorme roca hasta la cima de una montaña, misma que caería al fondo del abismo después de alcanzar la cumbre para ser vuelta a transportar por nuestro personaje una y otra vez, por el resto de la eternidad.

Camus nos dice que no obstante el suplicio, Sísifo es un personaje profundamente alegre (reflexión que comparto en su totalidad). La pregunta lógica es: ¿qué puede tener de feliz semejante condición? El autor señala que Sísifo se convirtió en un ser más fuerte que la roca gracias a la pacífica aceptación de su condición. Soltando el apego de cambiar su circunstancia, alcanza el silencio de sí mismo y del mundo. Está, por un instante en la cima, contemplando la existencia; eligiéndose más allá de la voluntad de los dioses y explica: “Cuando el llamamiento de la felicidad se hace demasiado apremiante, sucede que la tristeza surge en el corazón del hombre”, pero Sísifo escoge el camino contrario: La renuncia al deseo, lo cual nada tiene de pasividad o sometimiento, siendo más bien un acto frente al cual, ni los dioses pueden hacer algo.

Sísifo se hermana con la eternidad, volviéndose consciente del todo. Sus sentimientos y pensamientos ya no son de nadie más que de él mismo. Cuando esto ocurre, accede al don de la libertad más plena y a un poder tan profundo que nadie podría interferir. Se convierte en alguien exento de los mandatos del mundo.

¿Qué enseñanza me ha regalado Sísifo? Si bien y por fortuna no me encuentro cargando una piedra como la suya (al menos eso creo), ello no me asegura que mi esfuerzo sea menor o que no me tropiece con varias en mi camino. ¿Cuáles son los pesos que no me permiten una felicidad tan profunda como la suya? Una cantidad enorme de mandatos tales como: Hay que ser exitoso, tener dinero, un patrimonio, “ser alguien” y demostrarlo, lograr una buena imagen, luchar, correr tras la realización, ser el héroe de una película que quizá no sea la mía; “debo apurarme, porque el tiempo corre”. Hay que olvidar los sentimentalismos, los errores o la imperfección, tampoco hay espacio para el cansancio; “eso es de los débiles”. Nuestras sociedades modernas viven bajo la sombra de los dioses del hacer y el producir. Quien no hace cosas visibles es un fracasado. En un escenario así ¿dónde queda espacio para la aceptación de sí mismo y de los otros?  Casi nadie se acuerda de que la culminación de la felicidad se alcanza con la contemplación. Con la misma actitud silente que aleja a nuestro personaje del aferramiento y el rechazo. 

¿Con qué frecuencia nos permitimos solamente ser? No se confunda esto con la flojera, el abandono de la realización propia o la aversión al trabajo. Nada más lejos de ello. Las preguntas van encaminadas a reflexionar cuán verdaderamente libres somos o no y qué hacemos para ampliar nuestra consciencia. ¿Tenemos el tiempo y la actitud mental para observar y ser dueños de nosotros mismos a pesar de nuestras circunstancias? ¿Cuántas piedras cargamos?

Sirvan estas palabras por lo menos para sembrar la inquietud de pensar cómo parar nuestra mente en medio del bullicio y la actividad. Cómo hacer para contemplar y dejar de ser marionetas, engranes de una maquinaria que se mueve a través de la autocensura y el deseo. Seamos cada vez más humanos, más conscientes. Permitámonos sentir, gozar e incluso equivocarnos, pero con consciencia.

La perfección de Sísifo no se da por la negación del error, sino por la aceptación del todo, siendo consciente parece haberse convertido en un Dios.