Hace muchos años, más de 35, la primera vez que di una sesión de estrategia, recordé un pasaje de Alicia en el país de las maravillas, aquel en el que Alicia va corriendo y llega a una encrucijada; ahí le pregunta al gato qué camino tomar y este le responde “¿Hacia a dónde vas?”, ella contesta “No sé”. El gato le dice “Si no sabes a dónde vas, cualquier camino es bueno”. 

En efecto, la formulación de la estrategia nos exige decidir a dónde vamos, luego vendrá la difícil parte de recorrer el camino que, como afirmaba mi maestro, el Dr. Joan Ginebra, “A menudo es de subida y con obstáculos”; si no sabemos a dónde vamos, estamos en el camino adecuado, sea cual sea. Pero, también podríamos ir en el equivocado.

Como afirma otro aforismo “Si no sabes a dónde vas, ya llegaste”. No tienes por qué seguir, qué importa, no sabes lo que quieres, la suerte decidirá por ti. Ocurre algo similar a quienes navegan un barco de velas, “Si no saben a dónde van, cualquier viento es bueno”.

Debemos de lograr el futuro que queremos, como afirma mi colega, Miguel Ochoa, en el título de su libro Futuro ¿adivinarlo?… ¿o forjárnoslo?. Debo decir que me gusta la palabra forjar, porque se forja el acero, se templa a golpes; si no sirve, se rompe. Como afirma el filósofo alemán Nietzsche: “Lo que no te mata, te fortifica”. Y yo añadiría: “Y te forja y te ayuda a forjar tu futuro”.

En lugar de adivinar ese futuro que queremos, hay que hacerlo realidad, forjarlo. La mejor manera de predecir el futuro es lograr que suceda lo que queremos, lo que se refleja la frase de C. S. Lewis “No puedes volver atrás y cambiar el principio, pero puedes comenzar donde estas y cambiar el final”.

¿Y qué pasa con los obstáculos? Ese es otro enfoque. Como afirmaba Carlos Llano, los problemas no son liebres que brincan intempestivamente en el camino sin que yo sepa por qué o por dónde van a saltar y con ello dificultan el camino. No, las dificultades son precisamente los obstáculos que se me presentan por haber decidido hacer —y lograr— algo difícil y arduo, si hubiera decidido seguir igual, no se me habrían presentado.

Decía Steve Jobs, en su famoso discurso en la graduación de la Universidad de Stanford en 2005, que todos los días, al mirarse al espejo se preguntaba si estaba a gusto con lo que estaba haciendo. Esa satisfacción con uno mismo no es producto del azar, la vida no es una mesa de fieltro verde donde nuestro destino es decidido por un par de dados o una bolita girando en la ruleta. No, la vida, nuestra vida, es un bloque de mármol o una madera de grano fino en la que nosotros, con la paciencia del escultor, vamos tallando poco a poco hasta lograr una figura acabada, que se parezca a la imagen que nuestros ojos quieren ver. Si no tenemos claro lo que queremos, si no le damos un sentido a nuestra vida, realmente estaremos a merced de la suerte.

La primera etapa del liderazgo es la de liderarse uno mismo, como lo afirman Carlos Llano, Stephen Covey y Santiago Álvarez de Mon, todos académicos de escuelas de management. Es la difícil batalla de someterme a mis ideas y aspiraciones, venciendo o ayudándome de mis pasiones, como en un mágico y personal jiu-jitsu, ese arte marcial japonés parecido al judo donde la fuerza del adversario se usa en su contra. En este caso el adversario somos nosotros y, nuestro entusiasmo bien encausado, nos ayudará a alcanzar nuestras metas.

Y no solo es importante destacar el tema del liderazgo personal como un primer paso, porque también los mismos procesos o pasos que usamos en una buena formulación estratégica, ya sea de una empresa u organización, se pueden utilizar aplicándolos a nosotros mismos. 

¿Qué oportunidades puedo aprovechar? ¿Qué amenazas del entorno pueden dañarme? ¿Con qué capacidades o fuerzas cuento? ¿Con cuáles debería contar? ¿Qué debo hacer para adquirirlas? ¿Cuáles son mis limitaciones o debilidades? ¿Estoy consciente de ellas?

Eso es la formulación de la estrategia aplicada a uno mismo para tener, en palabras del ex rector de la Universidad de Navarra, el Dr. En Filosofía Alejandro Llano, una vida lograda, y no dejar nuestro destino, tanto el personal como el de la empresa u organización a nuestro cargo, a la suerte.