Me quiebro en mil pedazos llorando de angustia, de miedo. Tiemblo como una niña que busca a alguien que le diga qué hacer, cómo hacer las cosas mejor o que simplemente la abracé y le asegure que todo estará bien, que nuestros hijos estarán seguros, serán felices y se convertirán en una mejor versión de sí mismos. Cualquier parecido con la realidad puede ser coincidencia.

Aquí me encuentro frente a mi computadora (últimamente leal amiga e incondicional guerrera en las batallas), tratando de acomodar mis pensamientos y plasmar en estas palabras un grito que alzó quedamente en compañía de otras tantas madres del mundo. 

Madres que pasan su vida intentándolo todo, jugándose todas sus fichas día con día, dando horas extras que no sabían que existían, y hasta estudiando de nuevo materias para ayudar a sus hijos en sus clases. ¿Y porqué?

 ¿Será que vivimos en un mundo “tan perfecto, tan exigente, tan competitivo hasta para ser mamá”? Esas demandas nos estan volviendo locas. Es ahí donde creo que empezamos a perder la razón tratando de ser perfectas, lo cual es ilógico, pero tan real, como que siendo mamá de tres hijos me sumerjo en la aventura de educarlos y pierdo la razón por momentos, sientiendo que me pierdo a mi misma. 

Anna Manzo describe “Las generaciones de nuestros padres vivían la maternidad y la paternidad como algo normal, como un proceso natural, nosotros nos hemos vuelto locos y locas”. “Queriendo ser madres y padres perfectos, comienza el camino más fácil al desastre. Porque la realidad te pone en tu sitio, pero tú insistes y lo pasas fatal”.

Entonces no me queda más que cuestionarme una y otra vez, ¿Será que existe en esta vida una madre perfecta? Y me respondo, NO, no existe, no se puede, eso sería inhumano. Todas y cada una de nosotras simplemente está enlistada en esta aventura tan bella de amores incondicionales e imperfectos, en la que nos preocupamos todo el tiempo por hacer todo bien y nos alejamos de la realidad. 

Entonces llegan esos momentos en donde la vida nos pone a prueba, nos lleva a conocer nuestros límites, días en que parece imposible seguir adelante. Tenemos momentos que sentimos haberlo dado todo y aún así no es suficiente, no alcanza. Es entonces donde caemos, nos raspamos y sin duda aprendemos que tanta perfección es inalcanzable, es absolutamente lejana, pero más que nada es innecesaria. Porque en esa búsqueda de ser una mejor mamá, perdemos momentos divinos, efímeros, que no vuelven en el tiempo, y solo se quedan como parte de nuestros recuerdos. 

Hoy estamos viviendo al límite, agotadas de ser madres, maestras, nutriólogas, psicólogas y en algunos casos hasta animadoras de nuestros hijos. Se nos ha invadido cada espacio. Cada suspiro de aire ahora es compartido, cada mirada se cruza fácilmente con la del otro, se llenaron nuestros rincones y espacios vacíos en los que se podía escuchar el ritmo de nuestra respiración, hoy ya no hay ese espacio vital que nos fuimos ganando poco a poco y con el tiempo. Las noches se han vuelto veladas de juegos familiares, películas y series de televisión, con hijos que se despiertan con miedo, angustia y buscan su refugio en nuestras camas, en nuestros brazos. Claro, estamos extenuadas, pero listas para recibirlos y abrazarlos hasta fundirnos en un mismo sueño, en ese sueño que calma, que aprieta tan fuerte, que los miedos desaparecen y juntamos nuestras almas. 

Paremos un momento, y desde aquí retomemos el camino desde lo imperfecto, lo humano, lo desconocido y por qué no, hasta lo incierto. Sí, seamos esas mamás que nos formamos de manera natural, que confiamos en el instinto materno, acompañémonos unas a otras para juntas aprender de nuestros errores y aciertos y no pasar la vida juzgándonos. Volvamos a decir no puedo, no sé, y a pedir ayuda de quienes están a nuestro lado sin miedo a equivocarnos.

Seremos por un tiempo las maestras y educadoras de nuestros hijos, estaremos a su lado en la escuela en casa. ¿No crees que vale la pena disfrutarlo desde el error y la imperfección? Porque así como tú y como yo, habemos muchas otras que no sabemos cómo hacerlo y cómo navegar sin equivocaciones.

Recordemos que cada error nos enseña, nos forja y nos permite aprender, si los abrazamos como una experiencia. Hoy tenemos la oportunidad de estar más que nunca en contacto con la educación de nuestros hijos, podemos ver cómo aprenden, podemos conocer sus fortalezas y cómo desarrollan sus habilidades y sobretodo enseñarles lo más importante, el amor a sí mismos y a su familia.

Esta es una oportunidad para conectar de nuevo nuestras mentes y almas en lo más íntimo que un ser humano puede tener, su familia. Ese pequeño núcleo formado por padres y hermanos, donde se aprenden las reglas de la vida, los roles y el amor incondicional e imperfecto.

Relajémonos un poco y recordemos cada día que la única mamá perfecta que existe en este mundo, es aquella que está dispuesta a equivocarse, aprender de cada error y tratar de corregir y moldearse a las necesidades de sus hijos en las diferentes etapas de sus vidas. Seamos ese grupo de mamás que a pesar de llorar por momentos, tenemos la fuerza y la voluntad de seguir adelante en esta jornada que nos convierte, sin duda, en la mejor persona de este mundo.

Abre tus brazos para abrazar a cada uno de tus hijos tan fuerte que se fundan en un solo ser y mantente tranquila y en paz para ser abrazada cuando tú lo necesites. No existe nada en este mundo que pueda ser más poderoso que la belleza de la imperfección humana, que nos define, nos construye y nos permite disfrutar la jornada. Dejemos el miedo atrás y vivamos intensamente como lo que somos “La mamá más perfecta de este mundo, abrazando nuestras imperfecciones y resaltando ser la mejor versión de nosotras mismas”.

Somos únicas y ahí está nuestro valor. Hoy atrévete a ser tú, la mejor mamá que tus hijos pudieron tener.

Te felicito y admiro por tu labor.