A lo lejos en el radio se escucha “…Se aproxima un tornado, con vientos de hasta 250 kilómetros por hora, se recomienda a toda la población tomar las medidas necesarias para protegerse …” Es entonces cuando mi pensamiento se sumerge en mis emociones y me pregunto ¿Será que los vientos sean capaces de acabar con todo lo que se encuentren a su paso, será que podrán llevarse también mi tristeza para desintegrarla en minúsculas partículas; y si es así, entonces para que resguardarse? Podría resultar contraproducente si eso ocasionará que mi tristeza se quedara conmigo. Me paro en medio del terreno, semejante al tronco de un árbol, buscando sentir un poco de ese viento que ha pasado de ser un simple aire callado a ráfagas que levantan los sonidos de todos los objetos que encuentran a su paso. Las ventanas chillan, las puertas rechinan, y mi tristeza solloza desde el fondo de mi alma con mi respiración entrecortada.

Que lindo seria que así como un tornado va limpiando todo a su paso, se limpiaran nuestras almas; viniera desde el más allá un aire tan fuerte que se llevara todo, hasta dejar el silencio de una tierra arrasada. Temo que esto no es así, las emociones están en nosotros para quedarse, tatuarse en nuestra alma y construir en nuestra mente mil caminos de esperanza.

Aquí la batalla que me encuentro con mi amada, La Neurociencia, es que por mas que yo no quiera reconocerlo, me demuestra cada dia con explicaciones congruentes que nada desaparece, solo se transforma, bien lo mencionaba Newton, “La materia no se crea ni se destruye, simplemente se transforma”. Pues así mismo con nuestra tristeza.

He retomado el tema de la tristeza, contemplando una sociedad donde culturalmente se ha etiquetado este sentimiento como algo negativo, aplastante, devastador de historias, y creo que no es así. La tristeza destruye solo cuando vivimos en mundos inmediatos, perfectos e individualistas. En nuestra sociedad occidental, la tristeza se presenta como muestra de debilidad, donde quedamos expuestos ante otros. Sin embargo, si hablamos de sociedades con culturas colectivistas, donde el hombre no compite con el otro sino que colabora por el bien común, este sentimiento se muestra como un paso más hacia el proceso de crecimiento y engrandecimiento. Lo que se traduce en que se perciba como un peldaño positivo y socialmente aceptado.

La tristeza podemos definirla como ese sentimiento que te inunda cuando hay pérdida, dolor, o al que haz tenido que enfrentar en situaciones adversas. Te invito a ver la tristeza como otro paso en el camino de la recuperación.

La tristeza y el enojo y/o ira por momentos parecen compañeros, esto se debe a que cuando hemos sufrido una pérdida o bien experimentado situaciones adversas, podemos sentir no sólo tristeza sino también ira o rabia. El enojo/ira/rabia aparecen sin notarlo al percibir que aún existe algo que podemos recuperar de la pérdida, y se difuminan al momento que estamos claros que ya no puede hacerse nada que nos repare o reconstruya nuestra pérdida. Es entonces cuando nos sentimos profundamente tristes.

Cabe mencionar que esto NO es así para todos; hay quienes sobrepasan bien la tristeza y quienes vive ahogándose en ella. Y es claro que es así, tomando en cuenta que no existe un mundo de una sola realidad, vivimos en un mundo de percepciones en las que cada una de las historias vividas dependerá directamente de la personalidad, los patrones cognitivos y el entorno social y cultural del protagonista. Es ahí donde radica la diferencia de esta emoción. No es ni será la misma para todos, aunque seamos parte de la misma historia.

La tristeza nos ayuda a protegernos, y es en un momento específico, la fuerza interna que nos permite tomar la cinta y el pegamento para restaurar nuestros pedacitos en una pieza completa, y así seguir adelante.

Lo que sucede es que en el momento de la tristeza, nos ahogamos en la misma y nuestros pensamientos empiezan a tornarse en esa dirección. Pareciera que nuestra mente nos abandona y no logramos producir pensamientos positivos, sino todo lo contrario, nuestro mundo se pinta de grises a negros. Como si no pudiéramos construir pensamientos cognitivos claros y precisos, sin embargo esa nube que nos cubre nos permite aislarnos para establecer momentos de contacto con nosotros mismos, en los que nos permitimos realizar nuestros duelos de manera adecuada para gestionar la tristeza que ésta nos pueda generar. Con esto se facilita la introspección y el análisis constructivo de nuestra pérdida o situación vivida.

Pero no todo sucede en nuestra mente, nuestro cuerpo nos alerta sobre la tristeza. El tono muscular aumenta , el ritmo cardiaco se desacelera, se presentan cambios en nuestra presión sanguínea, etc. Y todo esto se acompaña de nuestro lenguaje gestual y corporal que refleja nuestro estado interior.

Ahora bien, todo esto se observa cuando hablamos de tristeza como un proceso de adaptación a una nueva situación dada por el dolor ocasionado. Pero cuando ésta ha dejado de ser una melancolía y se ha convertido en un estado que nos limita e incapacita, puede ya no ser una tristeza, pudiera ser reconocida como lo que conocemos comúnmente como depresión. Si experimentas esta emoción de una manera extrema que pierdas la voluntad para actuar, pide ayuda, no estás solo; con la ayuda correcta podrás aprender a desenredar esa madeja de emociones para gestionarlas y recuperar la capacidad para sentirte vivo.

Queda más claro que la tristeza no debe esconderse, ni negarse, ni pretender que no existe, borrándola. Lo mejor es abrazarla, aceptarla y permitirnos sentirla como una invitada a nuestra vida.

La próxima vez cuando se acerque el tornado, sin duda me resguardaré dándome permiso de sentir mi tristeza, protegiéndola para que el viento no se la lleve, la invitaré a sentarse conmigo por un momento hasta conocernos mejor y lograr que sea parte de mi proceso de crecimiento y recuperación. Te invito a hacer los mismo.