Todos tenemos un talento especial algo único y extraordinario que nos define y diferencia. Sin embargo, en el mundo actual, esto se va diluyendo y sin darnos cuenta nuestros talentos se van olvidando al querer ser parte de una sociedad que busca la igualdad. 

¿En qué momento la sociedad pasó de una sociedad colaborativa a una sociedad competitiva? Por momentos pareciera que lo único importante es ver quien logra llegar a la meta primero o quién es el mejor. Sería más fácil vivir en un mundo en el que todos comprendiéramos que aunque el brillo individual ilumina, es la suma del brillo de todos lo que produce resplandor.

Sin duda necesitamos recuperar el valor de ser únicos e irrepetibles, de trascender en nuestras vidas construyendo y no solo centrándonos en nuestro bienestar. Ese se dará en el momento que concienticemos que el dar nos construye y alimenta.

Indudablemente el primer núcleo social en la que se desarrolla el ser humano es la familia, por lo que es ahí donde deberíamos educar sobre el beneficio de ser diferentes.

Desde hace mas de quince años he observado cómo los niños se definen en la primera infancia y sin embargo, van perdiendo gran parte de su esencia por el deseo de pertenecer a algún grupo.  

Continuamente escuchamos slogans que nos hablan de inclusión, de cómo debemos incluir a aquellos que son diferentes, como si todos fuéramos iguales. Y no es así. Al aceptar ser diferentes, no necesitaríamos hablar de inclusión. En las diferencias se encuentra la riqueza del ser humano y cuando unimos esas diferencias construimos experiencias extraordinarias, ya que la suma es lo que da la grandeza. 

Los padres son en gran medida el cincel que ayuda a dar forma y presionamos a que nuestros hijos pertenezcan, a que sean iguales a otros. Lo hacemos al compararlos con sus hermanos, primos, compañeros y hasta con nosotros mismos cuando teníamos su edad. Por qué no cambiar esto y ver a nuestros hijos como seres extraordinarios por ser únicos.

Observémoslos con cuidado y exaltemos lo que cada uno de ellos aporta a la familia y lo que los define. No quiero confundir diciendo que los dejemos crecer libres y sin fronteras. No, en lo absoluto. Establezcamos límites y valores junto con las expectativas que tenemos de ellos, pero viéndolos a ellos y no a la sociedad a la que tienen que pertenecer para sobresalir.

Verbalicemos con nuestros hijos lo que admiramos de ellos y lo que los define, para que no sientan temor a ser ellos mismos. Desde el amor y el respeto a los demás. Enseñémosles a no tener miedo a lo que no es igual, a lo que muestra un camino o idea distinta, que la vida esta pintada de una gama infinita de colores y no solo desde el tono en que ellos la conciben.  Alimentándolo con comentarios como “Me encantan tus observaciones y nos das un punto de vista que no se nos había ocurrido, solo compártelo para que podamos aprender contigo”, o “Esa alegría es contagiosa, solo no olvides ver qué le sucede a otros, para que puedas ayudar y contagiar con tu energía.”

Hablemos del valor de ser diferentes, atrévanse ustedes como padres a ser diferentes y guiarse por lo que consideran correcto y no por lo que hace la mayoría. Establecer sus reglas sin basarse en lo que otros padres establecen, sino en lo que ustedes quieren construir con sus hijos, basado en sus valores y principios, sin miedo a que sus hijos sean rechazados por no ser igual a otros. 

Enseñarles desde pequeños que son diferentes y siempre lo serán porque provienen de familias, condiciones y vidas distintas. Con ello abrirán sus puertas para construir y vivir sus vidas desde sus sueños, sin anhelar la de otros y aprenderán a valorar y a escuchar de manera abierta las opiniones de otros.

Sin duda vivir de las diferencias requiere coraje, valentía y compromiso, pero dará satisfacciones por alimentar más sueños para ser cumplidos. 

Necesitamos fortalecernos y también a nuestros hijos para conocernos y ser capaces de vernos desde nuestro interior y no en comparación a otros, ya que la competencia deja a todos en desventaja y es interminable.

Para hacer mis observaciones más clara les comparto los siguiente: Recuerdo el día en que uno de mis hijos me reclamó diciendo “Es muy difícil ser diferente a los demás, tu no lo entiendes, ser diferente te trae muchos problemas porque cuando dices la verdad y no dejas que te mientan, te hacen a un lado………Me atreví a preguntarle: Cuando tu me ves ¿Me ves igual a otras mamás?, la respuesta fue un definitivo NO. “Tu eres diferente a ellas , te ríes como si fueras un niño y simplemente dices y haces lo que tu piensas” dijo. Yo agregué “He decidido ser diferente y ver a los demás y apreciarlos por sus diferencias, las cuales veo como cualidades, porque eso te permite ser quien eres para hacer cosas extraordinarias, y sí, aunque es difícil ser diferente y a veces serás excluido, el tesoro de las relaciones humanas está en ello.”

Pasaron 3 años desde esa conversación y fue entonces cuando agradecí haber tenido el valor de educar en las diferencias. Esto no lo hice por ser más inteligente o audaz, simplemente porque trabajo en ese mundo en el que cada paciente me ha enseñado el valor tan grande de ser únicos. Asi, un día, mi hijo entró a mi oficina diciendo “ Hoy me ofrecieron por primera vez drogas y dije NO GRACIAS, yo no le entro, yo soy diferente.” Eso fue lo que se le vino a la mente y lo que le permitió tener la fortaleza de decir no a la mariguana.

Cuando vives entre el mundo de la discapacidad o capacidades extraordinarias, todo se convierte en atributos especiales. Yo vivo en ese mundo, donde las diferencias son valoradas y escuchadas con otros oídos. Donde toda idea, argumento y vida es importante. En un lugar en lo que se busca son las fortalezas para construir vidas con mejor calidad y menor costo emocional. Donde todo ser humano merece la oportunidad de ser tomado en cuenta e integrado a una sociedad que los margina, simplemente por haber nacido y desarrollado capacidades distintas.  

No existe la discapacidad en ningún ser humano. Todo ser humano tiene un talento que lo define, pero no nos atrevemos a mirarnos desde ése ángulo; en el que cada uno es extraordinario simplemente por ser diferente.

Empecemos con nuestras familias, valorando las diferencias, y será entonces cuando tendremos hijos seguros de sí mismos. Capaces de trabajar en colaboración y aprendiendo de otros. No enfocándose únicamente en la lucha por sobresalir. Sobresaldrán por ser diferentes, empáticos y compasivos con el resto de sus pares, viviendo en plenitud sus vidas y ayudando a otros a construir las suyas. No serán una copia de nadie, serán el original en todo momento. 

Será entonces cuando no tendremos que hablar de inclusión, sino de integración, ya que incluir no es lo mismo que integrar. Empecemos como sociedad a integrarnos para un fin común, buscando el bienestar de todos y no el de unos cuantos.

“La fuerza y el brillo individual produce una sombra, pero la fuerza y el brillo de otros resplandece e ilumina tu camino por siempre”.

Belén Bordes

Neurolinguista, terapeuta y conferencista.

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