Seguramente, al igual que yo, has escuchado una y mil veces que “Esta generación de niños están conectados, pero desconectados”. ¿Será esto una realidad de nuestros tiempos?,¿Será que con la tecnología se han creado fugaz efectivas de la realidad? ¿Será que nuestros hijos han quedado expuestos desde edades muy tempranas a las pantallas digitales para sustituir a los padres? ¿Serán que la sociedad se ha ido deshumanizando?  No tengo una respuesta concreta, pero sin duda, si puedo afirmar que es una mezcla de todas las anteriores. 

Con esto no pretendo satanizar  la tecnología,  los dispositivos o el uso del internet -que como bien nos lo ha demostrado el resguardo en esta pandemia- nos ha permitido transformar nuestros servicios en posibilidades, en reencuentros humanos, y principalmente ha sido nuestro aliado para continuar con nuestras vidas dentro de esta nueva realidad.

Hemos quedado expuestos a un importante incremento en el uso de dispositivos por necesidades tales como el trabajo, la socialización, la educación, y/o el esparcimiento. Por lo que resulta importante darnos un momento para conocer los efectos que el uso excesivo de las pantallas puede producir en nuestro cerebro, repercutiendo directamente en nuestra conducta.

Aun cuando existen diferencias importantes entre el uso excesivo y la adicción, es un hecho que muchos niños, jóvenes y adultos alrededor del mundo, permanecen conectados y alejados de la “vida real” durante más horas de las que los expertos consideran saludables para un desarrollo normal. La utilización de dispositivos digitales se da cada vez a edades más tempranas. Por insólito que nos pueda parecer los bebés empiezan a familiarizarse con ellas a partir de los seis meses de edad, lo que perjudica de manera importante su desarrollo lingüístico y cognitivo. 

La Asociación Americana de Pediatría establece que el uso de pantallas no es apropiado antes de los dos años, por las repercusiones que la ciencia demuestra en relación con el desarrollo neurológico del infante. Además, parecería que es un mundo para muchos padres en el que no se establecen reglas necesarias, un mundo sin fronteras, a pesar de los peligros que esto representa. 

Lo que sucede es que el cerebro de un niño en los primeros años de vida, desarrolla las estructuras necesarias para la adquisición de habilidades importantes en su futuro, tales como el desarrollo motor, la inteligencia emocional, el desarrollo cognitivo, el desarrollo lingüístico y el desarrollo sensorial, que no logra darse al encontrarse inmersos en un mundo mayormente bidimensional.

Los niños necesitan conocer el mundo a través de la exploración, por medio de todos sus sentidos, aun cuando las imágenes de una pantalla son realmente adictivas para nuestro cerebro. Son imágenes que se producen con gran velocidad, los colores y la brillantez que muestran nunca lograran superar a un objeto en la vida real. El mundo tridimensional nos permite conocer la profundidad, el volumen y con esto poder construir la precepción necesaria para lograr una funcionalidad en nuestras vidas. 

Y qué decir de la inmediatez con la que se enfrentan nuestros niños. Todo se da en milésimas de segundo con un esfuerzo mental mínimo al apretar un solo botón o al deslizar su dedo en una superficie plana. Dónde queda entonces la capacidad del displacer para lograr un placer futuro, la curiosidad necesaria para la producción de aprendizajes significativos, el querer conocer a otras personas, y las habilidades que con esto se da, como la capacidad para escuchar y aprender de otros. ¿Que será de nosotros y nuestros jóvenes si no logran construirse en un entorno?, ya que no podemos pretender ser un ente que se desarrolla de manera independiente al medio, sino todo lo contrario, nosotros los humanos, somos el resultado de las experiencias en nuestras vidas. Es decir, nos armamos a través de la relación con nosotros mismos y con nuestro entorno.  

Cabe mencionar que así como lo bebés están expuestos al uso de pantallas tempranamente, de igual forma los niños y adolescentes están expuestos a través de los videojuegos, redes sociales y videos con información que no logran procesar; ya que no están maduros para realizar la asimilación de los mismos y su propia acomodación cognitiva y emocional. Lo anterior es sin duda un generador de ansiedad, así como de espacios vacíos que se acaban asimilando como silencios, abandonos y hasta rechazo, generando depresión con importantes índices de soledad. 

Igualmente, al estar expuestos a altos niveles de violencia a través de los juegos, se produce el efecto social conocido como “normalización de la patología”, esto es, comienzan a normalizarse acciones y/o conductas que no se encuentran dentro de la norma, como “matar a una persona” para generar puntos en un videojuego, que se convertirá en reconocimientos y logros. 

El trabajo escolar se ve igualmente impactado cuando el tiempo de entretenimiento se convierte en una actividad más importante que la dada por la escuela. El sedentarismo que éstos producen al estar sin movimientos físico por varias horas, interfiere sin duda en el desarrollo integral de los chicos. 

Los datos que podemos encontrar en investigaciones sobre el uso excesivo de pantallas hoy en día es alarmante, ya que evidencia el hecho antes mencionado de que los teléfonos móviles, las tabletas y las videoconsolas se han convertido en nuevo riesgo para algunas generaciones.

Como familias y autoridades sanitarias nos enfrentamos a un fenómeno de consecuencias desconocidas, al tratarse de un tipo de consumo relativamente nuevo. 

Como mencione en un principio, no todo está perdido, está en nosotros los adultos, enseñar a nuestros hijos a través del ejemplo a usar las pantallas de manera oportuna y adecuada, en la que su desarrollo no se vea perjudicado. 

La parte positiva y que posiblemente resulte nueva para ti, es que la adicción no viene solo de los videojuegos, sino que la adicción se genera por el tiempo de uso de pantalla y no por el tipo de pantalla que se use, esto es, el tiempo que estamos expuestos a estos medios es lo que producirá la adicción de igual manera en niños, jóvenes y/o adultos. Es lo mismo que mi hijo pase 4 horas en un videojuego a que yo pase 4 horas revisando mis redes sociales, mandando textos o interactuando por videoconferencia. El punto clave es que el tiempo de uso de una pantalla está y estará regulado por cada uno de nosotros, así que hagamos consciencia no solo del tiempo en que estamos exponiendo a nuestros hijos sin regularlos ni contenerlos, sino en lo que enseñamos con nuestro ejemplo con el uso de nuestra computadora, celulares u otras pantallas de nuestra preferencia. 

Humanicémonos de nuevo, y modelemos con nuestros hijos el tiempo en que usamos la pantalla, para ser capaces de convertir la tecnología en una aliada de la cual podamos retirarnos a tiempo, dándole siempre prioridad a las relaciones humanas que nos llenan de estímulos, amor, seguridad y experiencias necesarias para triunfar en nuestras vidas.