Como mujeres estamos intentando encontrar nuestro lugar en el mundo, nos preparamos, buscamos salir de los patrones que hemos visto en casa con nuestras madres, abuelas y tías sumisas quienes muchas de ellas trabajaron o tenían su propio negocio que le proporcionaba cierta independencia económica, y sin embargo, ponían a sus hombres como la “cabeza” de la familia, los reyes del hogar, donde ellas les servían con devoción y presteza, incluso orgullosas de su papel, aunque esto las llevara al agotamiento y amargura extrema. 

Nos guste o no, a las mujeres contemporáneas, por mucho que nos hemos preparado, estudiado, convertido en empresarias o altas ejecutivas, hay una parte profunda e inconsciente que traemos grabada y que continuamos trasmitiendo de generación a generación que son los condicionamientos de la mujer latina que intenta salir, pero se encuentra atrapada por la falta de una autoestima sana y de prejuicios sociales, carentes de un sistema de red femenino que brinde un verdadero apoyo. En corto, la creencia de que, sin un hombre, no valemos lo mismo. 

Conchita, mujer ya grande, que siempre trabajó afuera de casa y en ella sirvió al marido como a un verdadero rey, se sentía orgullosa y responsable de él y hablaba de lo bien que le lavaba y planchaba sus camisas para que él luciera fenomenal y todos dijeran “qué buena esposa tienes”. Cuando los dos hijos de Conchita llegaban a casa (ambos estudiantes), ella pedía a la hija que le sirviera de comer al hermano, y mientras él terminaba sus tareas escolares y salía a jugar con los amigos, la hermana tenía que quedarse en casa a apoyar a la madre con el “quehacer” e intentar encontrar un poco de tiempo para terminar sus propias tareas de escuela. Angie, la hermana, logro hacerse de una buena carrera y un trabajo que le permitió una plena independencia económica. Ella pensaba que había logrado trascender el patrón de sumisión de su madre. Sin embargo, cuando llegó a los grupos para mujeres, se quejaba de su incapacidad de tener una vida plena, de su gran dependencia emocional hacia su pareja e hijos y el terror de no poder cumplir con todo lo que se esperaba de ella como mujer, esposa, madre, profesionista.  Simplemente se sentía como su madre, una mujer exhausta y enojada. 

Mi abuela siempre nos decía: hagan que su esposo las necesite tanto, que no sepa que hacer sin ustedes. Vuélvanse indispensables.  Traducción: mis necesidades no son importantes, si quiero tenerlo a mi lado, tengo que adivinar y satisfacer las de él, aunque en esto me vaya la vida. 

Entre las grandes conductas codependientes que hemos heredado de nuestras madres y abuelas es la compulsión a controlar, cuidar y complacer a los demás: intentamos controlar a las personas que amamos, a las personas con las que trabajamos, a los amigos, enemigos, parientes, vecinos y aún a los extraños. 

Luchamos por sentirnos mejores que nuestras madres, pero inconscientemente hacemos lo mismo que las vimos hacer: cedemos a los demás nuestro valor, especialmente a la figura masculina. Esperamos su reconocimiento, su aprobación, respeto y amor y cuando no lo obtenemos de la manera en que queremos, nos presionamos aún más. 

De una forma u otra, la familia y la sociedad nos enseñaron a muchas de nosotras que como mujeres nacimos para servir, y si no lo hacemos, no servimos.  No somos capaces de ver nuestro valor y por lo mismo, lo buscamos en las miradas externas. Sobre todo, aprendimos a que conseguir y conservar una pareja tiene un peso específico mayor a cualquier otra cosa en nuestra vida y por lo mismo, haremos lo que sea con tal de que la pareja se quede y le dé valor a nuestras vidas, un valor que no hemos sido capaces de ver en nosotras mismas. 

Romper con todo esto, no es cosa fácil. No cuando nos controla el terror a ser rechazadas, juzgadas, a ser castigadas por querer demasiado de la vida o a simplemente no encontrar o perder el amor de un hombre si no somos capaces de hacer que sientan que estar con nosotras es lo mejor que nos ha sucedido, aún si esto implica perder de vista nuestra propia vida, necesidades, sentimientos, con tal de que la pareja nos necesite y se sienta complacido a nuestro lado. Al final esto es lo que, de forma inconsciente o consciente incluso, la mayoría de las mujeres hemos creído que eso es lo que más importa. Y así lo hemos perpetuado generación tras generación. 

Los condicionamientos que todas traemos son como cárceles de nuestra individualidad, nos obligan a vivir bajo una serie de reglas, creencias y valores represivos y aplastantes. Cumplir con los patrones establecidos por la familia, religión, sociedad, so pena de ser expulsadas y tratadas como inadaptadas o parias sociales. ¿Crees que exagero? Escucha hablar a una mujer acerca de otra que se atreve de alguna manera a romper con estas reglas. Quizá haya lugares donde esto se ha suavizado un poco, pero me ha tocado más de una vez escuchar a mujeres jóvenes, profesionistas, con todo tipo de títulos, destrozar a otra que se atrevió a romper “el moldecito.” 

En palabras de Marianne Williamson de su libro El Valor de lo Femenino: “Ser mujer hoy es algo experimental e inseguro, algo que se define por lo que no es más que por lo que es. Para algunas mujeres, las menos, esto no representa ningún problema: se han elevado por encima de las proyecciones y los malentendidos de la sociedad y ahora vuelan más alto que las nubes. La mayoría, sin embargo, se han encontrado con resistencias tan grandes mientras trataban de emprender el vuelo, que se les han caído las alas y ya no lo intentan”. 

No es posible vivir la plenitud de ser mujeres si mientras lucho por encontrarme a mí misma, yendo a todo tipo de talleres, seminarios, terapias, estudiando carreras, maestrías, doctorados, no me hago responsable de lo que yo siento y lo que necesito y continúo esperando que sea esa pareja mágica, la que venga a llenar mis vacíos y a satisfacer mis necesidades esenciales.  

Citando nuevamente a Marianne Williamson: “Las mujeres, a lo largo de la historia han descuidado sus talentos y necesidades para complacer a la sociedad patriarcal. Ahora ha llegado el momento de valorar las cualidades femeninas, de estar orgullosas de ser mujer”. 

Aura Medina de Witt

Psicoterapeuta especializada en la codependencia, las relaciones de pareja y heridas de la infancia.

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