Viene a mi mente el concepto de libertad, que se me ha inculcado como un derecho indeleble a todo ser humano, a ser, hacer y decidir sobre nuestra propia vida, y bajo este concepto muchos de nosotros hemos tomamos decisiones que afectaron por completo nuestro rumbo. Me refiero a cuando ejercimos nuestra libertad de emigrar a otro país.

Se que la realidad se contempla desde escenarios completamente diferentes, algunos motivados por huir de su país de origen por situaciones de violencia social o guerra, por abusos o violaciones a los derechos humanos, porque se corre peligro de vida, para reunirse con familiares, por cuestiones de salud, por oportunidades de trabajo o por mejorar o proveer económicamente, pero en general, para la búsqueda de una mejor calidad de vida.

Tanto para unos como para otros, el hecho de emigrar representa un cambio drástico en la vida de cualquiera, cambios que dejan expuestas nuestra vulnerabilidad y miedos, y nos presentan ante el desconocimiento y la incertidumbre, pero que también expanden nuestras fortalezas, nuestra resiliencia, nuestra capacidad de adaptación y nuestra determinación.

Yo soy una inmigrante como tantas otras que por voluntad propia asumí el reto de inmigrar a los Estados Unidos, mi proyecto estaba fundado en mejores expectativas de vida y lograr grandes sueños, pero el tiempo también me mostró los fuertes desafíos que habría de enfrentar.

A lo largo de estos 17 años he sido el personaje principal de mi historia y también he podido escuchar otras tantas que en verdad desgarrarían los nervios de cualquiera, desde niños de 12 años que huyeron de sus países para salvar sus vidas o para proveer ayuda a sus padres, hasta adultos que han vivido en el anonimato por más de 25 años sin poder reunirse con su familia, historias que me hicieron comprender el valor de la empatía, descubrir la fortaleza humana y el sacrificio del que muchos hombres y mujeres son capaces de realizar -incluso poniendo en riesgo su vida-, por lograr mejores oportunidades para ellos y sus seres queridos.

No maximizó o minimizó ningunas de estas historias, solo puntualizo que entre todos los inmigrantes hemos entretejido sueños y derrotas, logros y perdidas, ilusiones rotas y corazones renovados y que cada uno de nosotros cargamos una maleta llena de recuerdos y añoranzas, pero también contamos con un equipaje lleno de metas y objetivos. 

Descubrimos lo que es ser extranjero en toda la extensión de la palabra. Los inmigrantes contemplamos el mundo de manera diferente, nos relacionamos con gente distinta a la nuestra, nos comunicamos de otra forma, nos movemos en formas distintas, pero en el fondo, seguimos siendo los mismos, porque nunca dejaremos de ser mexicanos, colombianos, venezolanos, salvadoreños, nicaragüenses, puertorriqueños, costarricenses, chilenos, argentinos, españoles, brasileños, etc.

Creo que todos los inmigrantes valoramos lo que tuvimos más que nunca, pero también lo que tenemos y lo que hemos logrado con tanto esfuerzo, y sabemos que nos hay recompensas pequeñas cuando se ha puesto todo el empeño y el corazón para lograrlas.

Hoy, finalmente, soy ciudadana estadounidense, pero nunca dejaré de amar a mi hermoso México, quizás aquí aprendí a ser mas mexicana que nunca porque comprendí que fue México el país que me formó, ahí están mis raíces, ahí aprendí sobre la libertad, sobre el respeto y la honestidad, ahí escuché por primera vez el sutil sonido de las palabras y su fuerza, fue ahí donde abrí mis sentidos para descubrí la extraordinaria sensación que producen los olores y sabores, fue ahí donde mis ojos asimilaron la magia que emiten los colores, fue ahi donde vi reflejarse el espíritu de un pueblo a través del arte, fue ahí donde conocí la importancia de mantener las tradiciones y costumbres, fue ahi donde aprendi sobre el valor del trabajo y la responsabilidad, donde tuve y tengo grandes amigos, donde experimente el primer amor, fue ahí donde mis padres me criaron y me enseñaron valores, fue ahí donde conocí el arraigo a los lazos de familia, donde nacieron mis más grandes tesoros, mis dos hijos, fue ahí donde me forjé como persona.

Hoy, es aquí donde deseo vivir, donde duermo en paz todas las noches, donde alimento nuevamente mis sueños, donde despierto con alegría y entusiasmo cada día, donde me siento amada y valorada, donde veo crecer a mis hijos y a mis nietos, y donde deseo contribuir para que otros descubran que el hogar, se lleva también en el corazón.