La palabra equinoccio significa “igual- noche”, lo que hace referencia al instante en que el Sol forma un eje perpendicular con el ecuador. Al alcanzar ese punto en el espacio el día y la noche tienen la misma duración en todo el planeta (12 horas), -a excepción de las regiones polares-. Esto sucede el 20 o 21 de Marzo y el 22 o 23 de Septiembre.
Hay creencias populares que manifiesta que el balance entre las horas de iluminación solar y de oscuridad, son el momento ideal para que el ser humano ponga en equilibrio su espíritu, sus pasiones y debilidades, y de esta forma logre fortalecer su mente y cuerpo.
Podemos considerar el equinoccio simplemente como un evento de la naturaleza, pero para algunas culturas de Mesoamérica, había una connotación mística y transcendental que incluía a los dioses y que ciertamente era de gran relevancia en la cosmogonía de las culturas precolombinas mesoamericanas, con la peculiaridad de ver estos eventos lleno de mensajes y simbolismos, aplicables en los distintos ámbitos de la vida cultural, social, religiosa, y también agrícola.
En México, las zonas prehispánicas se han convertido en los escenarios ideales para acentuar este matiz. Lo curioso es que los partidarios de realizar prácticas en este sentido, generalmente solo las llevan a cabo durante el equinoccio de primavera y raras veces lo hacen en el equinoccio de otoño, que desde el punto de vista astronómico, tiene la misma importancia. Tal es el caso de la pirámide de Kukulcán, en las ruinas mayas de Chichén Itzá (México) donde se puede observar un juego de luces y sombras, donde parece la serpiente emplumada de los mayas descendiendo sinuosa desde la cima de la pirámide. Este suceso que puede apreciarse en Chichén Itzá, parece no ser casual y se ha descrito en muchas ocasiones que la pirámide actúa como un inmenso calendario maya de 24 metros. No en vano, la escalinata que conduce al templo en la parte superior de la pirámide, cuenta con 365 escalones, uno por cada día del año.
Para los mayas, Kukulcán era su Dios más importante. También conocido como “La serpiente emplumada”, -aunque esta figura también se conoce con otros nombres para la cultura azteca y olmeca-, y representaba la unión entre la tierra, el agua, el sol y el aire. Según los arqueólogos, tiene una nariz alargada similar a la de un tapir, y es capaz de domar los elementos. Además, dada la importancia que los mayas daban a la naturaleza y a la agricultura, también se le considera el Dios de los cultivos y se le ha representado plantando maíz, -esencial para la cultura mayas-.
El fenómeno de la aparicion de la serpiente durante el equinoccio en Chichén Itzá, se descubrió cuando la pirámide fue reconstruida y fue entonces que quedó documentada, en 1969. Los expertos aseguran que el efecto no es casual – ya que también se ha apreciado esta visión en otras pirámides mayas en fechas similares, como la de Mapayán. Aunque se señala que los mayas no buscaban acentuar una fecha específica en los equinoccios, sino más bien, ejemplificar la manifestación de un cambio de estación -algo fundamental para ellos, ya que se trataba de una sociedad eminentemente agrícola-.
En fin, el equinoccio plantea el fin y principio de ciclos para las culturas indígenas, un calendario para las cosechas y una manifestación para conductas culturales y religiosas, por lo que dejaba de ser solo un hecho de la naturaleza, para convertirse en un paradigma cultural, que aun en nuestros días, sigue planteando muchos enigmas.