Recientemente una cadena de tiendas de música británica llamada His Masters Voice  (HMV), cumplió 100 años, y ello me hizo reflexionar acerca de la importancia de la permanencia de la música en la vida de las personas y el cómo las cosas han cambiado en las últimas décadas.

Se han transformado las formas de accesar a la música, pero quizás lo más relevante es pensar en lo que nos espera en relación a los formatos, géneros, dispositivos, etc. Pero regresemos en el tiempo y ubiquémonos temporalmente en el final de la década de los noventas, cuando las grandes compañías disqueras vendían millones de álbumes en un formato que había aparecido en los ochentas llamado CD (Compact Disc), que ofrecía una calidad de reproducción digital no comprimida, es decir, sin pérdidas, y a un precio que nos parecía muy accesible. Todo parecía funcionar perfectamente, escuchabas una canción por la Radio -¡Si!, por la Radio-,  y si te gustaba, ibas a la tienda de discos más cercana a comprarla. 

En México teniamos esas tiendas conocidas como MixUp y Tower Records, y en otras partes del mundo podías encontrar Tower Records, Virgin Megastore y HMV, que eran unos verdaderos “santuarios de música”, donde podías pasar horas viendo, escuchando y decidiendo que CD o CD’s te llevarías a casa. En ese entonces, miles de personas hacíamos lo mismo. Esto generaba ventas millonarias que se beneficiaban a las compañías disqueras y a los artistas (aunque en diferente proporción). Después los artistas salían de gira a promocionar su álbum y los fans compraban boletos, disfrutaban de la música en vivo, se generaban más ganancias y con ello se cerraba un ciclo, que había funcionado durante décadas.

Pero llegó el cambio de milenio y con él, una serie de acontecimientos que cambiaron por completo el mundo de la música. El más importante de todos fue el boom del Internet, que aunque su aparición fue previa, no había tenido la penetración ni la importancia que en ese momento representaba. 

El segundo factor fue la creación de las primeras redes sociales y plataformas en las que se podían compartir archivos musicales en un nuevo formato llamado Mp3. Algunos tal vez recordarán Napster o Kazaam y cómo la computadora pasó a ser un elemento muy importante para acceder a la música bajando las canciones de tus discos, y una vez convertidas a Mp3, se compartían en alguna de estas plataformas con millones de usuarios a través de la red, obteniendo lo que querías, sin tener que pagar.

Vinieron las demandas de grandes consorcios disqueros, incluso algunos artistas como la banda Metallica se pronunciaron en contra de lo que se consideraba (y aún ahora) un “robo” a la propiedad intelectual. Napster cerró, pero el formato Mp3 quedo vivo y con él, el famoso y hoy casi desaparecido Ipod, con el que la compañía Apple entraba al mercado de la música digital. Luego surgió ITunes store, una tienda virtual en la que podías comprar canciones o álbumes completos. Como una consecuencia lógica, para finales de la década del 2000 vino un detrimento en las ventas de CDs, que hasta hoy no se ha detenido.

Porsupuesto, en medio de esta Revolución Tecnológica, se fueron incluyendo otros factores como la fotografía, la grabación de audio y el video, creándose una “Cultura Digital Online,” que ya no necesitaba de los formatos físicos. Ahora, en lugar de ver videos musicales en MTV por televisión, podías accesar a los videos en YouTube -y en aquellos primeros años de la década-, sin anuncios. Años después, todo el modelo de negocios de la música cambio en su totalidad.

Con la llegada de la década de los 2010´s y la aparición de los teléfonos inteligentes o smarthphones, se consolidó una nueva etapa en el consumo de medios. Estos dispositivos ya contaban con una conexión fácil a internet, cámaras fotográficas poderosas y la posibilidad de “bajar” una gran cantidad de aplicaciones o apps, una nueva modalidad tecnológica que te permitía ver canales de TV, escuchar estaciones de radio y lo más nuevo y sorprendente, tener acceso a las transmisiones llamadas streaming que te permitía, en cuestión de segundos, conectarte a servicios pagados de audio y video sin comerciales ni interrupciones, y con una vasta oferta de contenidos.

Aquí es donde la compañía sueca llamada Spotify, empieza a ofrecer un servicio gratuito básico y otro más amplio de paga, para escuchar música. El lanzamiento se realizó primeramente en Europa y luego llegó a todo el mundo, con un extenso catálogo proveniente de las más grandes compañías disqueras como Universal Music, Sony Music, Warner Music, etc. Ello transformó el panorama del consumidor de música. La suscripción a Spotify te permitía escuchar vía streaming, millones de canciones y álbumes sin necesidad de comprar un disco. Así empezó el fin de la desmaterialización del disco como un producto.

Esto es un fenómeno que al parecer es irreversible y que ha propiciado una división generacional. Las personas que ahora tienen entre 18 y 20 años, difícilmente recordarán esa “época dorada de los discos físicos y de los booklets (folletos en los que se leía las letras de las canciones y créditos de las mismas), y la emoción de comprarlos, abrirlos, olerlos, etc. Pero más allá de la nostalgia, este modelo de negocio salvo a mucha gente de la bancarrota y generó nuevas oportunidades para las empresas involucradas.

Pero ¿Qué pasa con los artistas? Spotify paga regalías a los artistas dependiendo de la cantidad de reproducciones y en proporción a la cantidad total de canciones transmitidas, luego se generan los ingresos a los titulares de los derechos (generalmente los sellos discográficos), los cuales a su vez, pagan a sus artistas de acuerdo al contrato que hayan establecido. 

Todos esto suena muy bien, excepto porque una gran cantidad de artistas se han manifestado en contra de Spotify y otras compañías de streaming, argumentando que no son justas ni suficientes las ganancias que se les retribuyen. Recordemos el caso famoso de Taylor Swift y mas recientemente del grupo Elbow, quienes dijeron que prácticamente no han ganado nada durante la pandemia debido a la paupérrima paga de las regalías, aunado a que no pueden realizar presentaciones en vivo.

Actualmente lo que tenemos, es una gran variedad de opciones como consumidores de música. Contamos con múltiples tiendas virtuales como Amazon para comprar CDs o viniles (que están regresando), ITunes Store para comprar canciones o álbumes y todas las compañías de streaming como Spotify, Amazon music, Apple music, Deezer, Tidal entre otras.

Todo esto nos lleva a la conclusión natural, de la importancia del arte musical en todas sus manifestaciones y al placer que nos da escuchar nuestra música favorita, ya sea con audífonos, en una tornamesa, en nuestro teléfono o en otros dispositivos digitales. 

Para terminar y regresando a HMV y sus 100 años de existencia, recuerdo aquel verano del ´99 en el que entré por primera vez a esa famosa tienda discos en Oxford Street, en Londres, y quedé fascinado por sus tres pisos tapizados de discos y videos, recorrer sus pasillos, revisar las ofertas y sentir el placer indescriptible al comprar CDs de los “clásicos”. Citando a Alexandra Haddow del New Musical Express en un artículo recientemente dedicado a la tienda menciona “Todavía necesitamos a HMV para aquellos chicos que quieran comprar su primer disco y para la gente que sólo quiera deambular de manera casual en la tienda”.

Las preguntas serian ¿A dónde llegará el futuro de la música? ¿Cómo serán los dispositivos venideros? ¿Se mejorará aún más la calidad de el audio?

Seguramente todo ello lo sabremos muy pronto.