Ser mujer y madre significa una gran y doble responsabilidad, sobre todo en estos momentos de crisis por los que atraviesa el mundo – y con ello la familia – al grado de que advertimos que hoy representa mayores retos.
Para empezar habría que decir, que la incorporación de la mujer a la vida plena, ha modificado en forma considerable la estructura familiar tradicional. Una institución que ha sido incluso cuestionada en nuestros días por algunos críticos pertenecientes en general al ámbito de las ciencias sociales. Sin embargo, aún prevalecen algunos usos y costumbres remotos que casi pertenecen al orden natural, y no digamos el cuerpo de leyes que se han venido generando en épocas diversas.
Así, la familia ha servido de sostén a la evolución de la sociedad, además de estar protegida por la legislación, defendida por la religión y apoyada por el sentido común, pues representa un elemento intrínseco de la vida humana y la organización social.
A la vez, debemos aceptar que la institución familiar se ha transformado y el elemento que ha propiciado tan incipiente cambio es la mujer misma, inserta en una sociedad que tiene como característica la búsqueda de nuevas formas de acción en todos los ámbitos y en esencia su inserción a la actividad económica.
Antiguamente la mujer recurría al matrimonio para escapar a la soltería, asumiendo una forma de vida que la condenaba a la dependencia económica absoluta y a una total falta de libertad. Un ejemplo elocuente de esta sumisión estéril lo da Virginia Woolf en su libro, “Una habitación propia”, donde dice: “Si una mujer con vocación literaria en el siglo XVI (la hermana de Shakespeare, por ejemplo) hubiese intentado realizar su vocación, se hubiera vuelto loca o se hubiera suicidado o hubiera acabado sus días en alguna casa solitaria a las afueras del pueblo, medio bruja, medio hechicera, objeto del temor y la burla”.
Hoy mismo, hay muchos casos, de que una vida muy lejos de ser tranquila, se obliga a elegir entre el plano sentimental y la vocación misma.
Cuando se tiene la inmensa fortuna de combinar ambas, se enfrenta a grandes problemas y diferentes trabas sociales, religiosas y culturales.
Rosario Ferré, otra destacada escritora, expresa que las sanciones que las mujeres nos imponemos son más dolorosas que las que se nos imponen otros, pues cuando una mujer intenta romper con los patrones convencionales de comportamiento no necesita ser castigada ni por la ley ni por mecanismos sociales, y a veces, es ella misma quien se ocupa de castigarse más eficientemente que ningún tribunal, al sentirse aterradoramente culpable.
Hecho que se debe, en parte, a su educación y a la cultura imperante, pues al hombre se le educa con miras a la realización propia, en tanto a la mujer con miras a la realización ajena.
Al hombre se le enseña a desenvolverse en el mundo, a tener éxito y a realizarse como profesional o artista; a ella en cambio, se le instruye para reproducir en sus hijos el mismo patrón del que ella es víctima. La soledad y el anonimato del hogar son entonces muchas veces, el destino de la mujer.
Afortunadamente, como señalé, tal situación comenzó a cambiar de un siglo a otro. Ya se ha recorrido parte del camino y prueba de ello es que hoy podemos en mayor medida expresarnos sin culpa, así como conjuntar la experiencia del ser: mujer, madre y ejercer alguna profesión como símbolo de una responsabilidad social.
Como mujeres, no escapamos a ninguna de las angustias femeninas, tenemos miedos terribles, ni desobedecemos mandatos que suelen parecer casi divinos o autoritarios. Asusta pues el juicio que se hace de las mujeres que trabajan y espanta la posibilidad de fracasar en la vida familiar. Y nos asalta la idea de que pintar o escribir, por ejemplo, son casi pecados capitales.
Admiro por eso si, a las mujeres que asumen el papel de madres y esposas con verdadera vocación. Contra lo que me rebelo entonces es contra aquellas que adoptan funciones para evadir su responsabilidad de ser; contra aquellas que no quieren enfrentar la difícil tarea de construirse como personas y aspirar a ser libres e independientes, sobre todo contra el machismo, la misoginia, la discriminación y la violencia contra las mujeres.
En fin, que la mujer debe insistir en su misión de construirse una vida digna, libre, realizada, justa, feliz, apoyada en su voluntad de ser.