Todas nos hemos sentido culpables alguna vez en la relación con nuestros hijos. Queremos lo mejor para ellos y además ser lo suficientemente buenas en todos los aspectos de nuestra vida, por lo que cuando las cosas no salen como deseamos o las circunstancias nos lo impiden, nos sentimos responsables.

En muchas ocasiones queremos jugar el papel de per mamás”, sin darnos cuenta que también nos encontramos con nuestras propias limitaciones como el tiempo, la paciencia, el dinero, la madurez emocional, intelectual, etc. Y al no cumplir nuestras altas expectativas, nos invade el terrible sentimiento de culpa que, además, por si fuera poco, tiene repercusiones negativas en la relación con nosotras mismas y por lo tanto con nuestros hijos.

El que siente culpa buscará pagar su culpa y eso lleva a dinámicas poco sanas en nuestro entorno.

No es que la culpa sea un mal sentimiento, de hecho es adecuado en la medida que nos permite tocar nuestra puerta interior con un “toc,toc”, mostrando que se está haciendo algo que va en contra de nuestros valores. Es un aviso de falta de integridad con uno mismo.

Si no sintiéramos culpa, seriamos psicópatas que no tienen ningún remordimiento ante su conducta.

El problema no es la culpa en si, es el cómo la aprendimos y lo que hacemos con ella.

Llega, toca a tu puerta y voltea la casa de cabeza, despertando partes de nosotras donde se instala el miedo y el dolor.

Podríamos definir dos tipos de culpa, la que podemos llamar “culpa sana” y  “culpa tóxica”.

La “culpa sana” es aquella que te ayuda a descubrir que lo que hiciste, te hace sentir mal. Tiene la función de auxiliarte a analizar y realizar cambios, ya sea de conducta o de pensamiento y por lo tanto de ver una situación de diferente manera.

Como ejemplo: Te sientes culpable porque no tuviste tiempo para adornar la calabaza de Halloween para tu hijo, observas que pusieron exhibidas en la puerta de la entrada todas las calabazas decoradas de sus amigos con grandes decorados y detalles, donde seguramente muchas mamás, pasaron largas horas de trabajo. Tú quieres “que te trague la tierra” al ver tu decorado sencillo y con prisa. Te sientes avergonzada y la peor de las mamás por no haberte tomarte el tiempo para hacer esta actividad con tu hijo.

Por lo que cuando vives una “culpa sana”, puedes reconocer  este sentimiento y permitirte sentirlo, aceptar que te hubiera gustado dedicar más tiempo, pero que por alguna razón no lo pudiste hacer y entiender que no puedes exigirte tanto, respiras profundo y aceptas tu circunstancia, asimilando el hecho con empatía.

La “culpa sana” te permite observar cuán dura eres contigo misma y modificar la idea de que todo lo tienes que hacer perfecto, te ayuda a prestar atención en las cosas que en su momento, son importantes para ti y para tu hijo.

Cuando vivimos la culpa, validamos nuestra emoción, la aceptamos, observamos con objetividad nuestra circunstancia, somos empáticas con nosotras mismas, revisamos creencias, conductas y hacemos un plan de cambios. De lo contrario ésta se convierte en una culpa tóxica.

Tus hijos son un aprendizaje de vida y tu eres la mamá perfecta.

¡FUERA CULPAS!

Anamar Orihuela

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