Amo la Navidad, desde pequeña ha sido una de mis fechas favoritas. 

Provengo de una familia numerosa y en esas fechas nos reuníamos la mayoría de los familiares en casa de los abuelos maternos. La cena era un verdadero banquete: una mesa inmensa llena de diferentes platillos: pavo, bacalao, pierna de puerco, puré de papa, manzanas al horno, timbal de macarrón, castañas asadas, ensaladas y postres. 

Recuerdo mucha actividad en la cocina de la abuela desde una semana previa, donde la abuela, mi madre, mis tías y otras señoras ayudaban a preparar todo con amor y cuidado. Nosotros, los niños, jugábamos y practicábamos el show que año tras año presentábamos antes de la cena. Fueron épocas hermosas llenas de magia y fantasía.

Pero con los años todo fue cambiando: los abuelos, mi padre y algunos otros parientes ya no están con nosotros. La casa de los abuelos ya no existe – ahora es un edificio lleno de oficinas. 

Ahora las navidades son entre hermanos, sobrinos y mi madre. No siempre coincidimos todos ya que a varios nos toca alternar con la familia política. Pero no solo eso cambió, de alguna manera, cuando comencé a trabajar en mí, me di cuenta que había una parte que no se ponía tan contenta con estas festividades.

Cuando llegaba a casa de mi madre o familiar, sentía que volvía a mis 12 años y regresaban las angustias e inseguridades de aquellos años, donde me comparaba con mis hermanas, con mis primas y donde siempre perdía en ese ejercicio. Con los años, como adulta, continuaba haciéndolo y era muy doloroso.  Me parecía que ellas, con su forma de vida y parejas, lo habían hecho mejor que yo. Me comparaba también físicamente y por supuesto, ante estos juicios tan duros hacia mi persona, se desataba la ansiedad y conductas compulsivas como fumar y comer en exceso.

Una de las cosas que más me ha ayudado en este camino de sanación es hacerme consciente de mi vergüenza y de cómo ésta me habla a través de mi “juez interior”. 

Saber que este “juez”, no es algo con lo que yo nací, es un programa lleno de virus, es el eco de muchas voces y juicios que recibí de adultos con los que crecí. 

No sé si a todos nos pasa, pero se que a mi si, y es justo en estas fechas cuando mi vergüenza se activa más fuerte: cuando regreso a casa de mi madre y entro en un juego disfuncional de familia. 

Todos los asuntos no resueltos en mi, surgen con fuerza y si no estoy presente y consciente, se abren viejas heridas y retomo los viejos patrones y reacciones infantiles. Regresar a la casa materna/paterna, a veces es un asunto complicado, sobre todo cuando no nos damos cuenta de cuáles son nuestros detonadores.

Esta es una invitación a prepararnos en este aspecto durante estas fiestas.

Son épocas de amor pero también de enganches familiares. 

La invitación es estar muy alertas y presentes con nosotros. 

Es importante ser empáticos con nosotros y también con los demás. 

Démonos el lujo de evitar personas y/o situaciones que no nos hagan bien. 

No incurrir en conductas extremas en el comer, y beber con moderación. 

Anticipar en lo posible la necesidad de poner límites, a nosotros y a los demás. 

En una palabra: Cuidarnos. 

Cuidarnos mucho para que la Navidad sea realmente una fiesta alegre, de celebración y no un evento en el que salgamos agotados y drenados, física y emocionalmente.

 

Aura María Medina de Wit

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