Quiero iniciar estas reflexiones en torno a la celebración del “Dia Internacional del Libro”, que se avecina ya en abril, si bien me remite al primer libro que se concibió en la Antigua Mesopotamia. Ahí, la mayoría de los escritores e historiadores, conformaban sus escritos mediante pequeñas tablillas, ya fueran de arcilla, madera, marfil u otros materiales que se utilizaban como soporte para la escritura. Tiempo después, en 1449 la Biblia aparece impresa con tipos móviles y cuyo autor es Johannes Gutenberg. Historia del libro que es interesantísima y fue desplegando una serie de innovaciones tecnológica de la época, que han permitido con el paso de los siglos multiplicar el conocimiento y mejorar la calidad de conservación de los textos. En ellos, encontramos todo tipo de información política, económicas, científica, social y cultural, como resultado de avances que nos sorprenden en nuestros tiempos, lo mismo con los libros electrónicos e incluso los audiolibros.
Pero más allá de que existe una infinidad de versiones sobre la historia del libro, precisemos entonces su definición y justo es la UNESCO la que afirma al respecto lo siguiente: ser una publicación impresa no periódica, que también debe de tener como mínimo 40 páginas, estar editado en el país de origen y puesto a disposición del público en general, del mundo entero.
Así, cada 23 de abril celebramos “El Día Internacional del Libro” y ese organismo internacional sostiene igualmente esta fecha porque está llena de símbolos para la literatura mundial, dado que en dicha fecha, aunque en 1616 fallecieron Cervantes, Shakespeare y Garcilaso de la Vega, además de que coincide con el nacimiento o deceso de otros grandes autores como Maurice Druon, Halldor K. Laxness, Vladimir Nabokov, Joseph Black o Manuel Mejía Vallejo.
En esta celebración, uno de sus muchos objetivos es valorar las grandes contribuciones de estos geniales creadores que han influido en el progreso social, científico y cultural de la humanidad.
Las instituciones educativas, culturales y los centros de enseñanza media-superior, son las que especialmente ofrecen programas amplios y versátiles para conmemorar tal acontecimiento.
Sería entonces indispensable y muy provechoso que se sumaran en su totalidad los sectores de la sociedad, de forma más decisiva, a la promoción y difusión del libro. Y no tan solo tenerlo presente un día al año, sino ampliar el hábito de la lectura a lo largo de sus 12 meses, entre su personal o agremiados, pues bien sabemos que en la lista mundial los mexicanos aparecemos en un lugar muy bajo en cuanto a la lectura: Apenas se leen dos o tres libros en promedio por habitante y no siempre los mejores.
Un asunto toral, pues un país que no lee y deja de elevar sus niveles de educación y cultura, compromete su presente y su futuro y puede hasta diluirse su propia identidad, desarrollo y avance. Y mejor sería si se leyeran buenos libros, es decir, las grandes obras de la literatura mundial y nacional, los clásicos, al igual que interesantes títulos en el campo de las ciencias, y otras disciplinas del conocimiento, a fin de conseguir una formación más sólida e integral.
A fin de cuentas, el libro es y debe serlo cada vez en mayor grado, ese eje esencial que detona la grandeza de una Nación.
La solución es sencilla, factible e irrebatible: leer más y mejor.