Hace unos días, paseando por la plaza principal de mi pequeña ciudad tuve oportunidad de observar, durante treinta poderosos segundos, una escena tan extraordinariamente magnífica como fugaz: se trataba de dos hombres adultos, pero a la vez jóvenes. Uno de ellos, sentado en la banca del parque, al descubrir que se acercaba el otro, se levantó de inmediato y dijo dos palabras, a través de una sonrisa que reflejaba la mixtura de la felicidad y el afecto: “Amigo… ¡gracias!”, mientras le obsequiaba un sólido abrazo que duró casi medio minuto. Mi mente se detuvo en la emoción de la escena y me vino una pregunta: “¿Por qué me hizo feliz ver ese gesto?  Si sólo fue un simple “gracias”, pero de inmediato caí en cuenta  ¡No, no fue un simple gracias! ¡Fue un sincero gracias! Tan sentido por quien lo daba como por quien lo recibía. 

La energía proyectada me había alcanzado provocándome un profundo sentimiento de alegría. No pude menos que enviarles también mi gratitud. Sin embargo, la historia no termina aquí, y como en la vida, a veces los aprendizajes nos son entregados en forma de coincidencias. Quiero compartirles que justo una tarde antes, tuve cita con la empleada de una importante compañía, la mujer me expresó su decisión de renunciar a la empresa por varias causas, una de las cuales llamó mi atención por el sentimiento con que se expresaba: “Me voy también porque mi jefe no me reconoce. No sabe decir “gracias”. Me ha solicitado múltiples proyectos, varios incluso fuera de mis funciones, y nunca me ha agradecido al recibirlos.” Dos imágenes en torno a la gratitud fuertemente conmovedoras y, a la vez opuestas. Una donde el vínculo se fortalece y otra, donde se resquebraja.  

¿Qué significa agradecer? ¿Se trata tan sólo de decir una palabra? Es evidente que si alguien está en la posición de externar gratitud es porque ha recibido algún beneficio de otro y eso lo pone en “deuda”, por decirlo de alguna manera. 

No obstante, si sólo se tratara de un pago pendiente, el asunto terminaría con liquidarlo, por lo cual parecería que el agradecimiento no tendría mucho sentido. Pero, a pesar de ello, hay quien agradece incluso cuando está liquidando una deuda material. ¿Por qué?  Una condición humana natural de una mente evolucionada es la gratitud: No habría manera de excluir este sentimiento. 

Se dice en la página en la página del Centro Budista Triratna de Valencia, que la palabra gratitud en idioma pali implica conocimiento: “Uno sabe qué es lo que se le ha dado o lo que se ha hecho en su beneficio. Si no sabemos que algo nos ha beneficiado no sentiremos gratitud.”

Yo diría que el sentimiento nace, entonces, no sólo del conocimiento sino del re-conocimiento de que algo en la vida propia hubiera sido menos afortunado sin las acciones de quien brindó su ayuda. La construcción de uno mismo requiere de la presencia de los otros. Todos somos uno y cada instante vivido, trabajado, ganado, por lo menos en una parte, por un regalo que hemos recibido. 

Por tanto, decir “gracias”, sin el reconocimiento genuino en el otro, tan solo “por buena educación” no tiene sentido e incluso, podría llegar a ser un acto de hipocresía. No se trata de una palabra sino de un flujo de energía en el que se recibe algo y se corresponde desde el corazón. Es por esto que el agradecimiento no se termina. Queda fuera del ámbito cerrado de las transacciones materiales. Cuando algo bueno fue dado y recibido, es posible volver a agradecer tantas veces como se desee, lo cual tiene algo de misterio: La energía del agradecimiento nunca se desgasta. Nadie empobrece con experimentarlo y ofrecerlo, al contrario.

El agradecimiento real va más allá de las palabras: Es un acto de consciencia que se alimenta de la vida, lo bueno y lo bello. La energía que lo acompaña puede ser difícilmente descriptible, pero inmaculadamente perceptible. No nos podemos engañar con ello. Sabemos cuándo agradecemos de manera auténtica. 

Un espíritu maduro tenderá naturalmente al agradecimiento. Entre los humanos, quienes no agradecen y no merecen censura alguna por ello son los niños pequeños. Porque su omisión es se debe a la falta de crecimiento de su consciencia que no les permite concebir el esfuerzo que sus cuidadores hacen por ellos, por ejemplo. Este hecho nos pone en una conclusión inequívoca: excluyendo a los infantes, una persona que no agradece, por más que se encuentre en la cúspide de cualquier circunstancia u organización es, en el fondo, un alma y una mente infantil. Pueda ser que posea muchas cualidades, pero tiene una carencia importante: No ha desarrollado la capacidad de ver a los demás; vive un tanto aislada en el ego y tarde o temprano lastimará alguna relación con su ignorancia sobre el valor de los otros. Estará perdiendo algo, aunque no lo note.

Un ejercicio para estimular el “músculo de la gratitud” que a mí me funciona tiene que ver con revisar todas las mañanas al levantarme cuáles son los regalos que hay en mi vida y, al acostarme, observar cuáles recibí y agradecer por ellos. Incluso las situaciones desagradables traen un presente oculto. También me hace sentir bien pensar, antes de tomar mis alimentos, en los seres y circunstancias que participaron para que llegaran a mí mesa, quiénes araron la tierra, quiénes la cosecharon, quiénes la transportaron, los animales que la fertilizaron o que dieron su vida para que yo pudiera tomarlos… Cuando hago esto, siento y hago conciencia de la cadena incontable de bondades que tuvieron que ocurrir para que yo pudiera disfrutar de un plato de comida caliente. Y por ello ¡Me sabe mejor! 

Te invito a probar la vida con agradecimiento y seguramente descubrirás nuevos sabores. ¿Te animas?