A ti que soñabas con ese partido de fútbol, a ti que esperabas tu concierto de música, a ti que anhelabas ese baile, a ti que estabas iniciando ese camino de independencia y autonomía, a ti que soñabas con recibir tu diploma, a ti que todos los días era una aventura al ir a jugar, a la escuela o para estar con los amigos, y a ti, que simplemente disfrutabas de la vida, de pronto el reloj se detuvo, todo se torno incierto, nos quedamos pasmados al detenerse la vida que hasta hoy conocíamos como mágica y segura.

A todos ustedes niños, adolescentes y jóvenes quiero dedicarles estas líneas en las que intentaré plasmar lo que hoy para mí, es un llamado de vida y esperanza.

Estamos viviendo una situación extrema, en la que minuto a minuto todo es incierto, hoy ya nada es seguro, nada está dicho, nada está escrito; de golpe el mundo se convirtió en un sitio desconocido, amenazante, donde se escucha un silencio sepulcral.

Se nos muestra un mundo fragil para el ser humano, pero también un mundo en el que no se habla de odio entre países y en donde la competencia por ser el mejor se ha quedado atrás, hoy se habla de colaboración, de ayuda, de amor.

Vivimos la contradicción de haber enseñado a nuestros niños y jóvenes a tener agendas saturadas de clases que los instruían y educaban para ser mejores, en donde no había pausas porque con ello se podía perder la oportunidad de tener éxito, a vivir un mundo en continuo movimiento y a gran velocidad, en donde las emociones podían posponerse; ha descubrir que enseñamos un mundo equivocado, un mundo en donde había que tener para poder ser; y ahora, aprender lo contrario.

Probablemente muchos niños y jóvenes estén en casa, con sus familias, quizás se sientan atrapados, congelados, observantes del mundo, de los cambios, y de nosotros, los adultos que nos encontramos un poco, o muy resquebrajados, dolidos, pero principalmente asustados. Sí, asustados de ver frente a nosotros el caos, ese océano en medio de una tormenta que no sabemos navegar, que desconocemos la profundidad de sus aguas y que nos da miedo hasta tocar la temperatura del agua. Hoy nosotros, los adultos que estamos a cargo, no sabemos que rumbo tomará la vida, pero lo que sí sabemos es cuán equivocados estábamos con la vida que estábamos llevando; volvemos a abrir los ojos y estar conscientes que lo más importante de la vida resulta ser lo más simple, la vida misma. Sí, el respirar cada aliento, el sentir cada latido del corazón, el vibrar cada paso, cada momento, cada segundo que estamos vivos; lo cual es un privilegio.

Ustedes nos miran, observan nuestras conductas, leen nuestros lenguajes, y se vuelven nuestros termómetros emocionales. Empiezan a respirar nuestras emociones, tristeza, dolor, miedo y desesperanza de vivir. ¡NO, deténganse, no lo hagan! Quiero gritar con todo el aire de mis pulmones a ustedes niños, adolescentes y jóvenes del mundo que sí hay esperanza, que sí habrá vida, que sí volveremos a salir y reencontrarnos con nuestros seres amados, que sí volveremos a despertar listos para soñar y cumplir cada uno de nuestros sueños. 

Ustedes son el futuro, son lo que clamaban atención, que paráramos, que nos detuviéramos por un segundo y volviéramos a disfrutar lo simple de la vida; ustedes son la esperanza.

Sé que hoy están aprendiendo que es más seguros estar resguardado en casa, que el contacto físico es peligroso. Pero eso es solo HOY, y quizás lo será un tiempo, pero es un tiempo que necesitábamos para poner en orden nuestras vidas, en donde necesitábamos adentrarnos a su mundo para entenderlos. 

Por increíble que parezca, hoy ustedes se han vuelto nuestros maestros, nuestros técnicos especialistas que nos instruyen para que logremos trabajar a distancia, que nos muestran nuestras limitaciones. La vida misma nos ha forzado a reencontrarnos y transformarnos juntos para construir un mejor futuro, un mejor mañana. 

Hoy estamos re-aprendiendo, reconociendo que no existe el éxito individual y que eso ha quedado atrás, hoy solo juntos y de la mano podemos concebir el mañana. Pero no puede haber un mañana sin esperanza, sin luz, sin vida.

Y es aquí donde me detengo, respiro por un momento y los miro. Me duele ver en ustedes mis niños, mis adolescentes, mis jóvenes del mundo su angustia, ansiedad, incertidumbre y más que todo, su miedo de salir al mundo.

Poco a poco, iremos viendo que no hay que temerle al mundo, que no hay que tenerle miedo a la vida. Esto que hoy se vive, es un fin y un principio. Un fin de experiencias que quedarán atrás y un principio de nuevas historias que apenas comiezan. Lo que hoy tienen frente a sus ojos no durará por siempre, pasara, dejara cicatrices que nos hará más fuertes, más sensibles, más simples… más humanos. 

Pido una disculpa en nombre de los adultos que no han aprendido a manejar sus emociones, pero muchos están en ese proceso de renacer, re-aprendiendo el cómo vivir desde dentro, sin estímulos y distractores externos, desnudando sus almas para reconocer quiénes fueron, cómo son y cómo quieren ser de ahora en adelante, y ciertamente, transformándose.

Hoy estamos dispuestos al servicio, a amar y ayudar a otros. Y por eso me atrevo a insistirles, que sí hay esperanza, que sí la habrá, porque al transformarnos haremos un mundo en donde lo más valioso que podamos dar sea tiempo, amor y experiencias. 

Un mundo que no albergue tener miedo de otros, porque no serán rivales, serán compañeros.

Un mundo en donde lo único que es y será seguro, es que el éxito estará en la suma del esfuerzo de todos, así que por ahora reconozcamos nuestras emociones y permitamos sentirlas, pero abracémoslas juntos para encontrar y construir nuevamente estabilidad, en esta inestabilidad que esta viviendo el mundo.

Súmanse conmigo a decir que SI hay un futuro, que SI hay esperanza, porque seguimos vivos.