En el tránsito entre un año que se va y otro que inicia, afloran los buenos deseos y las metas a lograr. Un contexto de fraternidad donde el sentimiento del amor ocupa un lugar central, y que tiene entonces, el amor una interesante versátil gama de entendidos e interpretaciones.

Para abordar el tema comienzo por convocar a Schopenhauer, quien afirmó: “La pintura del amor es el principal asunto de todas los obras dramáticas, trágicas o cómicas, románticas o clásicas, en las Indias lo mismo que en Europa. Es también el más fecundo de los asuntos para la poesía lírica, como para la poesía épica”. 

Y ya que nos referimos a esos matices del amor, es oportuno recordar las palabras de un poeta del Siglo de Oro que definió sus más extremas transformaciones: “Desmayarse, atreverse, estar furioso, / áspero, tierno, liberal, esquivo, / alentado, mortal, difunto vivo, / leal, traidor, cobarde y animoso; / no hallar fuera del bien centro y reposo, / mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, / enojado, valiente, fugitivo, / satisfecho, ofendido, receloso; / huir el rostro al claro desengaño, / beber veneno por licor suave, / olvidar el provecho, amar el daño; / creer que un cielo en un infierno cabe, / dar la vida y el alma a un desengaño; / esto es amor, quien lo probó lo sabe”. Con esa belleza y precisión lo describió Lope de Vega, quien bien sabía de lo que hablaba.

Mi padre solía decir: “El que crea en el amor eterno es porque lo merece, hijita”, y tal vez tenía razón. 

El amor es, pues, un sentimiento que nos resulta familiar y distante a la vez; que nos mueve a vivir con toda la intensidad posible –y hasta a buscar alcanzar lo imposible–, al tiempo que nos obliga a echar mano de todas nuestras fuerzas y capacidades. 

Pero existen seres a los que les resulta cosa del otro mundo romper con las convenciones sociales y enfrentarse a los riesgos que representa tomar una decisión en torno al amor, y muchas veces prefieren optar por la renuncia. En cambio, otros se entregan en brazos de la pasión sin tantos alardes de heroicidad, aunque en el fondo se requiera valor, pues luchar por la verdad implica entrega y la convicción de que se cumple con un destino supremo.

También valdría la pena hacer un recuento de los cambios en las diferentes épocas por las que ha transitado la humanidad. Por ejemplo, encuentro necesario subrayar que durante el patriarcado la suprema virtud moral de los hombres fue el “amor” determinado por los vínculos de sangre. En aquellos tiempos, una mujer que no se sacrificara por el marido hubiera merecido el repudio de la familia o de la tribu a las que pertenecía. Contrariamente, se valoraban en gran medida los sentimientos amorosos fraternales: Antígona dio sepultura a su hermano Polinices con riesgo de su propia vida, lo que la convirtió en heroína ante los ojos de sus coterráneos. 

De igual modo, durante esa época se consideraba natural la estrecha amistad entre individuos del mismo clan. Las emociones que concurrían a este fin estaban determinadas por el amor-amistad, y de ninguna manera intercedían las relaciones sexuales. Recordemos a Cástor y Pólux, quienes son conocidos en la mitología no sólo por sus hazañas y servicios prestados a la patria, sino por su mutua fidelidad, que los volvió inseparables.

La colectividad exigía igualmente lazos emotivos entre sus componentes, no así entre las parejas unidas en matrimonio. La amistad entre mujeres ni siquiera se menciona, puesto que en aquel entonces no se les consideraba como un factor social importante. “Mujeres juntas, ni difuntas”, dice un viejo refrán. En nuestros días, evidentemente, las interpretaciones han cambiado de manera radical y muchos de nosotros no coincidimos con ese dicho de claros tintes machistas y discriminatorios.

El tema es pues infinito pero no obstante, los invito a que juntos profundicemos más en este sentimiento que tanto nos realiza u obsesiona, preocupa y ocupa. No olvidemos que el amor, al igual que el camaleón, cambia de color, y que siempre, de una u otra manera, nos tiene atrapados dentro de sus dominios y resulta imposible librarnos de su paradisiaca mordida.