Estamos a días de cerrar el 2022, un año lleno de cosas buenas y cosas malas, como es la vida misma… si no hubiera esos contrastes, seríamos incapaces de valorar mucho de lo bueno que nos sucede. Y es en este momento donde reflexionamos sobre lo que se va y lo que viene, tenemos claro qué queremos dejar atrás y qué deseamos mantener o crear en nuestras vidas. 

Todos los años pasamos por este mismo proceso -muy válido, por cierto- pero la pregunta real es si tomamos acción para modificar aquello que no nos hace totalmente felices.

Si entramos en un acto de honestidad personal, nos vamos a dar cuenta de que siempre acabamos queriendo cambiar lo mismo y que nunca lo logramos. 

Partamos de definir qué es un propósito. La Real Academia Española da un par de definiciones por demás acertadas: 

  • Ánimo o intención de hacer o de no hacer algo.
  • Objetivo que se pretende conseguir.

Ojo, no es lo mismo propósito que deseo, el primero requiere de esfuerzo y dedicación, el segundo puede ser sólo un sueño, algo mucho más basado en la ilusión, que en la realidad.

Un propósito nos guía, nos indica el camino que hemos decidido tomar, es un tema de decisión, no todas nuestras determinaciones son iguales ni todas las personas tienen los mismos objetivos, se trata de un acto profundamente individual, o, al menos, así debería serlo. 

¿Cuántos propósitos hiciste hace exactamente 12 meses? ¿Cuántos de ellos cumpliste? ¿Qué fue lo que te hizo olvidarlos en el camino?

Parecería una constante, nos prometemos cosas en la vida y nos fallamos a nosotros mismos. ¿Será que buscamos el reconocimiento de otros cuando los formulamos y que en el fondo no estamos convencidos de ello? ¿O será que no te lo tomas en serio y no te comprometes con aquello que resulta benéfico para ti? Porque si te lo propusiste es bueno, nadie se enfoca en lo malo.

Investigando sobre los propósitos más comunes me encontré varios que estoy segura te suenan familiares: Bajar de peso, hacer ejercicio, dejar de fumar, cambiar de trabajo, saldar deudas y ahorrar dinero, aprender algo nuevo, pasar más tiempo con la familia, viajar a nuevos lugares y sentir menos estrés. ¿Han pasado por tu mente? Ciertamente sí, y seguramente muchos de ellos incumplidos año tras año. O… ¿Me equivoco?

Ejercitando la voluntad

Caer en la tentación es fácil, mucho más lo es justificar el por qué no… los pretextos sobran. 

Cumplir es un tema de voluntad, es un ejercicio de todos los días. Los psicólogos la definirían como nuestra capacidad de autocontrol, aquella que nos lleva a posponer satisfacciones, algo que, seamos honestos, a veces nos cuesta mucho lograr. Empezar puede ser fácil, mantenerse cuesta más. 

Se dice que se necesitan 21 días para crear un hábito, el truco está ahí, en trabajar día a día, piedra sobre piedra se construye un muro, así los propósitos que se convierten en logros. 

Si quisiéramos definir cómo es que se va formando, partimos de una fase a la que podríamos llamar de inicio, en la cual, quizás un poco -o muy- forzados comenzamos a hacer las cosas diariamente, en el mismo momento… nos estamos auto condicionando hacia una conducta particular. 

Viene una segunda etapa en la cual ya hemos aprendido y comenzamos a hacer las cosas más fácilmente, todavía cuesta a veces, pero cada día parece más fácil llegar a la meta.

Y hay una tercera etapa a la que yo le llamo de adopción, nos enfrentamos a un momento de estabilidad, en el cual nuestros comportamientos se dan de una forma casi automática y ya no nos cuesta hacer las cosas.

Si lo ves desde otra óptica, sólo necesitas invertir 3 semanas de tu vida para lograr algo que te puede representar muchas satisfacciones futuras, Tres semanas vs. 52 que tiene el año… sólo el 5.7% de los días por venir… Visto así puede sonar más sencillo de lograr. ¿Cierto?

Todo está en repetir una acción de manera sistemática en un mismo entorno y fortalecer la asociación contexto-comportamiento.

Cerrando ciclos

Terminar un año es cerrar un ciclo, habrá quienes digan que es un día más, pero no deja de ser un parteaguas, un antes y un después, Año Viejo y Año Nuevo… la esperanza de que lo que viene sea mejor.

Desde la psicología, lo importante de cerrar ciclos es que incide de manera directa en lo que se hará en un futuro.

Cerrarlos a veces no es tan fácil porque interfiere nuestro miedo al cambio, la incertidumbre de lo que viene a veces nos lleva a dejar esas puertas abiertas que de pronto no nos dejan avanzar. 

Por ello tantos rituales de fin de año que se convierten en facilitadores de ese cambio. Al final, los ritos de despedida son esas llaves que buscan cerrar puertas y abrir otras que potencialmente esperamos sean mucho mejores. 

Es una forma de reconciliarnos con el pasado y comprometernos con lo que viene, eso es lo que le da valor entonces a los propósitos, nuestra forma de entrar a lo futuro de mejor manera.

En un sentido místico abundan los rituales que varían de acuerdo a cada cultura, desde comer las doce uvas, salir con maletas a las 12., comer lentejas para la abundancia, utilizar ropa interior roja para el amor, tirar ropa vieja por la ventana como hacen los italianos o atar a la cintura máscaras de madera con figuras de animales como hacen en Bulgaria… todos son diferentes, pero tienen en común el hecho de que el año que termina se lleve lo malo y de entrada a una serie de bienaventuranzas los próximos 365 días del año por venir.

Una buena práctica este 31 de diciembre sería justamente entrar en un proceso reflexivo de lo que marchó bien… y lo que no marchó tan bien, porque ahí es donde encontramos cabida a nuestros propósitos y les damos una razón de ser.

¿Cuál es tu balanza personal?

¡Este 2023 yo te deseo que muchas cosas buenas lleguen a tu vida, trabaja por ellas, no te quedes en pensarlas y seguramente cumplirás todas esas metas y sueños!