Hace unas semanas (en la edición del mes pasado) platicaba con ustedes sobre las etapas del amor, refiriéndome al sentimiento que se construye en la pareja. Hoy quisiera reflexionar sobre otra forma del amor. La idea emergió con una vieja pregunta que nos hemos hechos los humanos de todos los tiempos y hoy se asomó en una conversación que tuve con un buen compañero terapeuta: “¿Qué es la amistad?”
Mi mente viajó a las épocas de risa y convivencia con los amigos del pasado y me di cuenta que, de aquella aventura escolar donde todos parecíamos una gran percha de mariposas, sólo quedaban en mi vida unas cuantas personas que sin problema pueden yacer bajo la distinción de verdaderas amigos. La consciencia de su reducido número no me produjo pesar sino más bien fue curiosidad. ¿Cuál había sido el destino de las otras relaciones? ¿Por qué aún en los encuentros de exalumnos resulta difícil percibir el mismo clima de amistad que con tanta simpleza nacía en nuestra etapa adolescente? Más intrigante me pareció el hecho de descubrir nuevos y maravillosos amigos en algunos de ellos con quienes no tuve mayor relación antes. Nuestra charla llegó a la siguiente conclusión: La amistad adolescente suele tener su origen en la diversión; basta con que alguien nos haga reír lo suficiente para llamarlo amigo, aunque la verdadera amistad sólo se cristaliza, si pasa las pruebas de la vida para convertirse en fraternidad; la amistad adulta, en cambio, parece seguir el camino inverso: Inicia en la fraternidad, es decir, en el apoyo, la generosidad, en resumen, la consideración del otro y sus necesidades y desde ahí evoluciona hacia la diversión.
¿Puede haber diversión sin fraternidad? Claro, pero cuando más, representa un momento agradable, no un caminar juntos como en el caso de los amigos auténticos. No quiero transmitir con esto la idea de que una relación madura de amistad suponga una actitud seria y carente de risas. ¡Todo lo contrario! Más bien, se trata de un vínculo en que el esparcimiento hace honor a las raíces de la palabra DIVERSIÓN: di: a través de; y, versus: girado en dirección opuesta. La diversión entre verdaderos amigos no solo nos lleva a darle la vuelta a lo aburrido, nos hace ir más allá de los opuestos y encontrar algo que nos identifica con sentido del humor, pero con amor y respeto.
Alguien que te divierte y es tu amigo te da el lugar de una persona importante en su vida: te comparte lo mejor que tiene y te da un lugar especial con sus actitudes. De lo contrario, puede ser un conocido, un compañero, incluso un enemigo, pero no un amigo. Y esto, se vuelve válido inclusive para las relaciones intrafamiliares, porque en cualquier forma de amor se requiere dignificar al otro, lo que significa conocerle, validarle y ayudarle a ser mejor persona. El amor no nace de las denominaciones. Aún la misma palabra amigo no tiene mayor sentido si no le conferimos al otro nuestra atención honesta, generosa y auténtica, mientras nos abrimos recíprocamente a su aprecio.
Para mí, aprender la amistad genuina ha significado limpiarme internamente, percatarme del valor de cuidar de los otros, cuidarme a mí mismo, abrirme a los cuidados auténticos de los que en verdad me aman y distinguir aquellos tratos que, por más agradables y “divertidos” que resulten, no cuadran dentro del terreno de la fraternidad. Es una especie de pulimento cuyos frutos empiezo a saborear. Va aquí mi invitación a la experiencia. Comparto como regalo y punto de partida una pregunta: ¿Qué es para ti la amistad?