Cuánta sorpresa puede producirnos la doble fotografía de una persona como recuento del pasado y el presente. La visión del antes y el después incita a la reflexión de dónde nos encontramos.

¿Será el presente un tiempo en verdad? ¿O más bien un lugar? ¿O quizás… un espejo? Pareciera que ponernos frente a una imagen pasada puede hacernos percibir nuestra existencia en una especie de reflejo ¿Son nuestra carne y nuestra mirada una afortunada proyección de nuestro pasado o una distorsión del pretérito?

La reflexión me surgió al conocer dos publicaciones difundidas en la red: La primera sobre Elena Poniatowska, donde se mostraba el doble retrato de la joven escritora obteniendo su residencia en México y el segundo donde su actual figura nonagenaria recibía honores por su trayectoria literaria. La segunda publicación desafortunadamente presentaba una fotografía en la que aparecía un grupo de aproximadamente 15 personas que evidenciaban en su mayoría los atributos de la juventud y que habían sido detenidos mientras “trabajaban” en un call center clandestino, dedicado a la estafa, en el Estado de México.

¿Cuál es, para mí, la conexión entre ambas notas tan disímbolas? En mi opinión, salta el tema de las decisiones y las acciones. Al parecer, durante centurias la acción ha sido una de las banderas más claras de la juventud.

Poniatowska siendo una mujer joven decidió volverse mexicana y puede verse con bastante claridad, cómo esta decisión ha condicionado su presente.

Así mismo, los chicos de la última nota tomaron decisiones y actuaron, siendo inevitable que éstas no impacten en su futuro. La pregunta sería: ¿Qué tan conscientes estaban en verdad de que sus acciones los convertirían en personas señaladas por la ley? Se me ocurre una posible respuesta que quiero poner sobre la mesa no sin antes compartirles que llevo unos meses observando a un buen número de jóvenes en mi consulta clínica, quienes después de dos años de aislamiento por la pandemia, ya no desean regresar a la escuela ni salir a las calles. ¡No quieren moverse más allá de su habitación! Han desarrollado la creencia de que todo se puede resolver desde la comodidad de cuatro paredes y una computadora. Nada parece inquietarles más que el alejamiento de una pantalla conectada a la internet. Su contacto con la realidad es mínimo y ha dejado de ser significativo para ellos. Bajo esta premisa, creo acercarme a la verdad cuando supongo que en la mente de varios de los muchachos arrestados, la posibilidad de ir a la cárcel era una condición poco probable. Alcanzo a imaginar cómo el encontrarse detrás de una computadora y un teléfono los hacía experimentar una gran distancia con los hechos que sí ocurren en la vida. El “no tener rostro” frente al mundo exterior podría haberles conferido una seguridad ficticia que los traicionó. Formaban parte de un engranaje que vía electrónica, les daba dinero a ellos y a la organización que los reclutó. Quizá tampoco tenían muy claro que con sus acciones en verdad dañaban a otros seres humanos.

Por pequeñas que sean nuestras acciones, ninguna deja de tener impacto en nosotros mismos y el universo entero. 

Actuar, entonces, debería ser una propuesta consciente de existencia. Una manera de manifestar esa vitalidad individual que nos anima en cada etapa. Dice el existencialismo: hasta no decidir es en sí una toma de decisión, y de las decisiones se desprenden los hechos que ejecutamos. Esto es lo que tendríamos que enseñar a los jóvenes. Ayudarles a ver que las consecuencias de sus actos van más allá de las formas en que pueden cambiarse las cosas desde sus computadoras y dispositivos.

Hay que sacarlos a la vida y ayudarles a recobrar la ilusión y la confianza de poder mejorar el mundo; reconectarlos con los valores del trabajo real, y de transformar la vida con sus propias manos. Vale más la pena retornar a ese pasado no lejano que la tragedia de ver que la delincuencia ya no necesita salir a las calles y que mucha de ella se alimenta de nuestros jóvenes.

¿Ustedes que opinan?