Recientemente uno de mis jóvenes pacientes me compartía una charla con sus amigos donde decía. “Sabemos que estamos estudiando una carrera que nos gusta pero no sabemos por qué o para qué estamos estudiando eso. Sentimos un vacío.” No se refería al mercado laboral sino al sentido de su vida.

La fortuna de tratar con tantos jóvenes me permite observar que son muchos los que detrás de esa aparente alegría con que suelen reír y divertirse, se hallan perdidos en una especie de sin-sentido profundo que normalmente se enmascara con la avalancha de estímulos que les ofrece la cotidianeidad, pero que, de tanto en tanto, les sorprende y les aguijonea con cuestionamientos como el que compartía mi paciente. 

“Una persona que desconoce el sentido de su vida es en el fondo, un ser triste” Dice Avi Hay, en su libro “Las caras del ser.”  Señala que los jóvenes se están acostumbrando a buscar la felicidad inmediata, con porros, alcohol, drogas, chismes electrónicos, comida con hidratos de carbono y azúcares, películas con violencia y sexo, añadiendo que “Este es un camino sin salida porque la felicidad no está ahí”. Se trata de un círculo vicioso con vueltas en espiral que los convierte en consumidores voraces de instantes de placer tras los cuales, indefectiblemente se hace presente la falta de razones para existir, y con ello la depresión. 

Sin duda, una buena parte de ello se debe a un grave problema en la educación. Las nuevas generaciones están recibiendo una formación que les prepara para HACER y NO para SER. Algunas de las “Mejores Universidades” presionan la mente de sus alumnos imbuyéndoles un furor por adquirir contra reloj las mayores cualificaciones profesionales bajo la consigna de que se enfrentarán a una selva laboral en la que sólo se juegan dos cartas: ganar o perder. Esta enseñanza los convierte en eternos dependientes, corriendo tras una vida que siempre está en el horizonte de sus deseos y no de sus realizaciones. Asi, cuando logran algo, no tienen tiempo de disfrutarlo, han de lanzarse de nuevo hacia un nuevo objetivo. Mi paciente describía este fenómeno con una sencillez exquisita: “Me da tranquilidad tener una meta, pero cuando la cumplo, “¡La paz me dura quince minutos!” 

La verdadera paz emerge del SER más íntimo, y aunque nuestra realización se celebra por medio de acciones, los pasos previos de la plenitud inician en el conocimiento de la esencia interior y el cuidado para nutrirla. Si se ignora alguno de estos elementos, será imposible arribar a esa profunda felicidad que todos anhelamos. Por tanto, nuestro verdadero empeño como sociedad será de aproximar a los niños y adolescentes a la contemplación de sí mismos y del mundo. 

Cuando un muchacho logra adentrarse en sí, indefectiblemente comenzará a amarse, pues lo que encontrará será la esencia de la vida pugnando por manifestarse. Adquirirá la capacidad de reconocer sus verdaderas habilidades, su propósito en la vida y las cosas que habrá de pulir. Tendrá una visión balanceada de sí mismo que le ayudará a reconocer que las metas verdaderas surgen en su interior, por lo que nunca podrán ser impuestas. Bajo este enfoque sólo requerirá seguir alimentando su esencia con vivencias trascendentes.

La experiencia en mi Centro Psicopedagógico es que los jóvenes tienen en general hambre de conocerse y descubrir maneras de ser auténticamente felices, aún los que aparentan ser más rudos y rebeldes.  La mayoría suelen ser receptivos a la propuesta de realizar ejercicios de meditación como un método de auto-exploración y arribo a la paz mental. Cuando lo hacen, de inmediato se abren a la posibilidad de practicar artes y oficios para ponerse en contacto con el mundo de maneras creativas y comprometidas, pero sin prisas, creciendo a través de ellas. Es en esos momentos que encuentran la unión entre el SER y el HACER.

Cierro la reflexión con esta frase de mi paciente: “Ahora que lo pienso, la verdad, cuando más tranquilo me siento, es cuando voy caminando hacia mis metas…”