¿Cuándo es el momento en el que escribimos en nuestra historia hacer lo que me gusta para ser feliz?
Nos hemos comprado ideas erróneas acerca de la felicidad, tales como el que la encontraremos al estudiar una carrera; al tener un título universitario (y de preferencia de una universidad prestigiosa); al conseguir un trabajo en el que se nos pague un buen sueldo; al comprar bienes. Y sin darnos cuenta se nos va la vida en seguir esas recetas paso a paso. Yo me pregunto ¿Cuántas personas realmente logran encontrar su felicidad de este modo? ¿Será que la felicidad no está a la venta? Y como diría mi niña interna, pues no se supone que venimos a esta vida a ser felices, pero ¿Cuándo o cómo o dónde, se es feliz? ¿Acaso existe la felicidad?
Sí, la felicidad es ese sentimiento que te inunda por dentro, rebosa desde el alma y recorre cada rincón de tu cuerpo, permitiendo que quien pasa junto a ti sienta esa energía que contagia, esa luz que alumbra el camino, esa sensación que puede durar unos momentos, pero que nos nutre con tal fuerza que tan solo el recuerdo puede mantenerlo vivo por un largo periodo con la añoranza de volver a tenerlo. Así es, la felicidad no es eterna, ni lineal y mucho menos infinita, por el contrario, está hecha de destellos, imperfectos y finitos que terminan por esfumarse.
Entonces, ¿Cómo es que basamos nuestra vida en ser felices? Lo hacemos gracias a que estamos biológicamente preparados para vivir en el placer, en el gusto, en lo divino. El placer está escrito en la bioquímica de nuestro cerebro.
Martin Seligman y Roy Baumeister, psicólogos y científicos sobre la corriente de Psicología Positiva consideran que el placer y el significado de nuestra vida constituyen la felicidad. De esta forma podemos comprender la importancia de llevar nuestra vida realizando actividades que nos produzcan placer. Es decir, debemos de restablecer nuestras prioridades y así construir nuestra propia receta para ser felices.
Todos tenemos entonces “La magia”, para construirnos felices a lo largo de nuestra vida. Sabiendo que las hormonas de la felicidad y el amor se producen en nuestro cerebro cada vez que realizamos actividades realmente placenteras, Entonces ¿Por qué abandonamos al convertirnos en adultos, el hacer cosas que realmente nos gustan?
Rompamos el mito “de que ser hedonistas nos hace seres egoístas”, porque no es así. Ser hedonista te hará inmensamente feliz, estarás en la búsqueda continua del placer inmediato intentando a toda costa evitar el displacer.
Si pensamos detenidamente en las personas más felices que se han cruzado por nuestro camino, sin temor a equivocarme son aquellas personas que llenan sus vidas de pasatiempos, de placeres y de actividades que aman tanto como se aman a sí mismos. Este es un acto de amor y no de egoísmo. Saber hacerme feliz hará felices a los que me rodean ya que si yo lleno mi costal de amor y felicidad podré regalar lo que llevo dentro. Por el contrario si cargamos nuestros costales de fatiga, cansancio y displacer, eso es lo que iremos regando por nuestro camino. Recordemos que uno solo puede dar lo que tiene y no lo que quisiera tener. Debe quedarnos claro que las cosas altamente placenteras resultan mayormente adictivas, he ahí donde el amor a uno mismo puede ser el regulador para evitar el daño profundo.
Los placeres de la vida no pueden ser aquellos que estimulan nuestras zonas cerebrales de placer inmediato con fuertes bombazos de Dopamina, Oxitocina, Endorfinas, y Serotoninas como sucede bajo los efectos del consumos del alcohol, sexo, droga, comida, compras, etc. Podemos en cambio focalizarlos en otros alicientes que nos carguen y satisfagan, sin atiborrarse y desbordarse y principalmente, sin que nos hagan daño.
Una buena idea es hacerlo a través de nuestros gustos y fortalezas, es decir, haciendo cosas o actividades placenteras y para las que somos buenos. Al vivir el día a día con base a nuestras fortalezas, se activan nuestras zonas de placer haciéndonos capaces de amar lo que hacemos y ofreciéndonos un bienestar, ahí es donde esta la oportunidad de volvernos a amar por lo que somos, creando jornadas de felicidad y no solo de vivir esperando un momento para ser felices.
El amor por lo que haces siempre te dará bienestar y si esto lo acompañas de relaciones que te sumen, encontrarás la felicidad tal y como es, una serie de momentos intermitentes mas no permanentes que se llevan de adentro hacia afuera.
La felicidad y el amor se producen desde la médula, desde lo más profundo de nosotros mismos y salen disparados cada día como los rayos del sol y/o el brillo de la luna, imposibles de ocultar.
Tal y como lo explica Vaillant, “Las relaciones con nosotros mismos y con los demás importan más que cualquier otra cosa en el mundo”. Se ha comprobado tras varias investigaciones basadas en la psicología positiva que aquellas personas que a través de su vida han construido relaciones sólidas, de contención, en las que se han sentido amados y han logrado amar, tienen mayores probabilidades de lograr éxito profesional y laboral, así como buenos ingresos económicos y buena salud física y mental. Esto se relaciona a partir de este contacto emocional que cambia la química de nuestro sistema nervioso, produciendo mayor oxitocina, que aumenta la capacidad de sentirnos amados y amar a otros.
Así que en palabras de Simone de Beauvoir: “Para cambiar el mundo hay que cambiar uno mismo”.
Amate a ti mismo, ama lo que haces y así cambiarás tu entorno encontrando el placer y la felicidad en este mundo.