¿Por qué las estaciones del año nos marcan? Los humanos somos seres muy sensibles, más de lo que a veces nos podemos imaginar. Ni los más fuertes escapan a esa misteriosa liga natural que nace de la danza entre la tierra y el sol. Así pues, transitamos por las estaciones del año con respuestas físicas y emocionales que con más frecuencia de lo que desearíamos, rebasan nuestra voluntad. La alegría del verano para unos, es bochorno para otros, el frío lleva la melancolía a algunos corazones, y a otros les da paz, y esto sucede porque en ultima instancia, nosotros también somos naturaleza, como el árbol, los caracoles o la playa. La diferencia es que ni el árbol ni los caracoles son capaces de escoger cómo reaccionar frente a estos cambios. Nosotros sí.
El tema viene a cuento, porque recién nuestra nave planetaria nos ha hecho incursionar en el viaje del otoño. Muchos pueblos lo celebran como el tiempo de las últimas y más ricas cosechas, lo cual les mueve a la honra y la celebración. Sin embargo, en occidente y más aún en las grandes ciudades, esta percepción parece olvidada o ignorada, ya que la comodidad nos entrega el espejismo de que casi nada cambia lo suficiente como para distraernos de nuestra prisa interna. A pesar de ello, existe un hecho que no podemos negar: El otoño empieza con el equinoccio del 21 de septiembre, momento en que el día y la noche duran exactamente lo mismo, por esto hay culturas que lo nombran La etapa del equilibrio.
Si como hemos dicho, no nos es dado dejar de ser naturaleza, ¿Por qué no al menos escogemos conscientemente armonizarnos con lo que ésta nos propone? Por ejemplo, ¿Qué pasaría si aprovecháramos este otoño para encontrar ese sutil punto de balance en nuestras vidas, donde todo ocurre con menor esfuerzo y más gozo? Cosechar, implica también limpiar la tierra. Una buena cosecha me da paz y me prepara para el invierno. Pero no se trata de una paz estática… letárgica, sino de una tranquilidad activa y atenta que no trae consigo el furor del verano, sino la consciencia y fortaleza de quién sabe que ha de aprovechar sus recursos.
Hasta los seres más pequeños se acomodan a ese ritmo sin prisa. Recordemos la fábula de la hormiga y la cigarra.
Parece que podría haber un tesoro oculto en arreglar nuestra casa interna, en examinar ¿Qué de verdad necesita nuestro cuerpo? ¿Cómo mejorar nuestra salud emocional? ¿Cómo se encuentran nuestras relaciones? Es tiempo de limpiar, no de dormir.
La riqueza está ahí, en el equilibrio y en ¡Las oportunidades de la estación madura! Pero solo las aprovecha quien tiene su casa limpia.
¿Qué dices? ¿Te atreves a soltar todo aquello que ya no te sirve?