Una buena manera de tener presente la lucha femenil, considero que es clarificando la propia experiencia, o visión personal obtenida a través de nuestros andares, así como en las batallas sostenidas, a nombre de la equidad de género. Así también, dar vida a las leyes que afirman que el hombre y la mujer son iguales. Se trata entonces de subrayar cotidianamente la equidad de género y la insistencia en no admitir desigualdades, ni discriminación alguna, como lamentablemente ha ocurrido por siglos en el pasado.
En efecto, desde el origen de los tiempos, y a lo largo de toda la historia humana, la mujer ha sido relegada a un papel secundario en la vida social, salvo quizá en las primeras formaciones sociales, cuando la maternidad era el principal vínculo entre los seres humanos y generó propiamente el matriarcado. Fuera de estos primitivos estadios, la tradición religiosa, política y cultural de todas las sociedades, y en todos los momentos de la historia, se nos ha condenado sin remedio al olvido, al atropello, y la marginación, a veces de manera brutal, en contra de nuestros más elementales derechos humanos.
Viene al caso evocar el prototipo de mujeres de edad avanzada que han vivido con lucidez y dignidad como Françoise Giroud, quien a sus ejemplares 84 años sostiene que el siglo XX fue el de la revolución de las mujeres, y que éste a su vez representó su acontecimiento más importante porque cambió a toda la sociedad. Asimismo, afirmando que hoy en Francia, son ellas las que piden el divorcio; aunque no le guste estar en guerra con los hombres, porque simplemente “le gustan”. De igual forma, porque representa el siglo en que la mujer aprendió sobre el sexo, del que no sabía casi nada, o mejor dicho, nada.
Por otra parte, la lideresa del congreso alemán, Rita Sussmuth, piensa que es más difícil dirigir el parlamento que cualquier ministerio; y que más importante que el cambio de las leyes, ha sido la transformación de la conciencia femenina, pues la mujer ejerce el poder de manera diferente a los hombres, ya que ellos lo ven como un fin en sí mismo, mientras que nosotras lo consideramos un instrumento para lograr un objetivo.
En lo personal, considero que el arte también ha estado sujeto al predominio del hombre, e incluso en el pasado se pensaba que no había mujeres artistas, cuando lo que sucedía era que se nos estaba vedado expresarnos, condenadas al silencio por los siglos y de los siglos. Aún hoy, el arte está controlado en buena medida por hombres, con resultados funestos, aunque hay ya avances como se aprecia luminosamente con la gran Frida Kahlo.
Pero no creo en el feminismo de confrontación, además ni siquiera corresponde a nuestra naturaleza. Durante todo el siglo XX luchamos por la igualdad y avanzamos mucho en ese terreno. Sin duda, éste será el siglo de las mujeres y para ello no requerimos ya de pelea alguna, ni de pensar en la superioridad de un género sobre el otro. Si anhelamos buscar la igualdad, es porque sabemos que con ella compartiremos el mundo en paz, pues nuestros atributos, con perdón de Melchor Ocampo, son la dulzura y la suavidad e igualmente el talento, la firmeza, la definición y el compromiso. Repudiamos la guerra, que es recurso de la fuerza y quizá un gran pretexto de predominio masculino.
El balance del mundo de hoy es bastante desconsolador. El poder destructivo ha sido mayor que el del amor; el respeto al derecho de los demás reaparece con altibajos, se han extinguido ríos y bosques, y hay un inmenso número de especies por perderse, al tiempo que se incrementa el pavoroso poder del armamento y hambrunas que se extienden por casi todo el orbe. En México por ejemplo hay 26 millones de personas que viven en la extrema pobreza, mientras diez de nuestros empresarios se enorgullecen de aparecer en las listas de “Forbes” entre los cien hombres más ricos del mundo. Esto es vergonzoso para un país gobernado por una mayoría masculina, y con ello no me refiero a que no existan mujeres en cargos públicos, sino que las decisiones fundamentales siguen siendo de ellos, y esto ya tiene que cambiar. Es ya hora de que compartamos más y mejor, la responsabilidad de la Nación.
Estoy segura de que con el equilibrio entre géneros volveremos a tener aire limpio, aguas azules, fauna y flora espléndidas. Sin duda también lograremos que los bancos vuelvan a ser instrumento de la sociedad y no sus verdugos; lugares de depósito y no fuente de poder ilimitado y riqueza mal habida. Que el campo vuelva a producir alimentos y no enervantes, que el petróleo se trastoque en energías limpias, que construyamos mejores universidades y volvamos a educar a nuestros hijos en amorosa devoción por la patria y sus grandes prioridades.
En el siglo XXI, tenemos que seguir insistiendo tesoneramente en que nuestras capacidades físicas e intelectuales, así como nuestra creatividad, sean de la misma dimensión que las del género masculino, y quizá en algunos casos mayores, pues está demostrado que las activistas políticas más valiosas y valientes en los movimientos sociales contemporáneos somos nosotras.
No se trata de crear un partido feminista o de luchar por un mundo sólo para mujeres, sino de plantear que los más elementales derechos de los seres humanos se compartan por igual entre hombres y mujeres, para bien de nuestro desarrollo histórico y social.
Invitemos entonces, a todas y todos, a sumarse a la construcción de un mundo pacífico y a reconquistar valores.