¿A cuánta agresión estamos acostumbrados hoy en día? Hasta hace unos años las escenas violentas en los medios de comunicación estaban reservadas en horarios exclusivos para adultos, creyéndose que por ser mayor de edad se es menos susceptible a las influencias anómalas de estos contenidos; lo cual es una verdad relativa que me propongo cuestionar en este espacio.
Si bien es cierto que un adulto es menos impresionable que un niño, también lo es que nuestro cuerpo y nuestra psique esta conformada por un refinado sistema de interrelaciones que se conectan a la vida, a través de las emociones que experimentamos. De hecho, podría decirse que los sentimientos con que reaccionamos frente a determinados eventos, son señales que nuestra intuición “olfatea” para indicarnos si algo es o no conveniente. Por ello decimos “Esto me huele mal”, porque estamos afirmando que nuestra mente leyó un riesgo a través de una sutil reacción emocional: La desconfianza.
En el nivel fisiológico nuestro cerebro tiene una estructura conocida como zona límbica, donde se procesan percepciones de seguridad o peligro a partir del recuerdo de las emociones que nos produjeron circunstancias similares, lo cual corresponde no sólo a nuestra vivencias, sino a las experiencias emocionales de nuestros antepasados cuyos registros quedaron grabadas en el ADN del cerebro instintual, también llamado reptiliano, de tal manera que como especie, estamos dotados de herramientas que se activan frente a momentos de peligro segregando altos niveles de adrenalina y dopamina, las cuales funcionan como drogas que alertan a nuestro cuerpo para la acción por medio de una suerte de excitación. Es por esta razón, que actividades con importantes grados de carga emocional como los deportes extremos o el sexo, producen intensos estados de placer que pueden volverse potencialmente adictivos. Es saludable la pasión en todos los sentidos, pero si ello se transforma en actividades obsesivas o rutinarias, existe la probabilidad de que se produzca un desequilibrio en nuestro ser por someternos a una demanda de altos niveles de excitación equivalentes a manejar un vehículo forzándolo todo el tiempo y pretender que no se descomponga.
Es aquí donde entran la reflexión frente a la violencia que, con tanta “Frescura” se está volviendo la moneda de cambio en las pantallas. Videojuegos, películas, series por streaming, comerciales, video, aún dentro de las barras infantiles de televisión, se encuentran saturados de hostilidad, que no es natural, por más que se le quiera ver a sí.
La verdadera motivación para desear ver ese tipo de contenidos es que nos excitan, en el sentido más puro de la palabra, provocando que nuestro cerebro límbico eche a andar la segregación de las drogas mencionadas, lo cual tiene sus consecuencias, porque como es sabido, toda droga produce habituación y dependencia, de tal manera que, tras determinado tiempo, ya no sentimos nada y ¡queremos más!
Por tanto, nos estamos volviendo una sociedad consumidora y dependiente de la violencia, detrás del inocuo telón de la diversión.
Pero, los efectos no paran aquí. ¿Qué sucede con la mente de una persona que vive acumulando información violenta en su cerebro? La respuesta la tenemos por ejemplo en los desafortunados casos de desequilibrio mental de algunos excombatientes quienes no lograron salir del mundo de violencia en que se sumergieron, actuando agresivamente aún después de la guerra, debido a un inconsciente saturado de reacciones violentas. Es muy probable que sus vivencias hayan sido muy superiores a las que experimenta cualquier persona frente a una pantalla, sin embargo, para el cerebro reptiliano no hay diferencia, especialmente en los menores, lo cual tiene una explicación. La ciencia ha descubierto que la estructura del cerebro que madura más tempranamente, es la de los instintos (hacia los quince años de edad), mientras que las partes encargadas del razonamiento y el control de los impulsos terminan de madurar alrededor de los veinticuatro años. Es por esto que las tasas de accidentes mortales son mucho mayores en esta franja de edades.
Cae por su propio peso que los niños y los adolescentes son los más expuestos a los efectos de estos contenidos. Sin embargo, no basta con esta afirmación para que los mayores nos apoderemos de la supuesta ventaja que nos dan los años para dar rienda suelta a la expectación de las escenas mencionadas. ¿Quién puede afirmar que los adultos no fueron niños que crecieron bajo este tipo de estimulación?
La pandemia ha cortado de tajo los incidentes de violencia en el ámbito escolar por obvias razones, pero ¿Quién ha olvidado incidentes tan dolorosos como Columbine, en Colorado o Monterrey, en México? ¿O tantos actos de violencia innecesaria que se difunden todos los días en los noticiarios?
Recordemos que el retorno de los adultos a las calles y los chicos a las escuelas, es una realidad que ocurrirá en unos meses, la pregunta será ¿Cómo regresaremos después de más un año frente a las pantallas?