Desde este espacio expreso mi agradecimiento y admiración hacia María O´higgins, que surgió propiamente desde mi niñez.
La vi por primera vez en la Alameda Central de Monterrey, con donosura, bondad y carisma. Una deslumbrante mujer, rodeada de niños a los que enseñaba los primeros secretos del dibujo, ya que de hecho, fundó los jardines del arte al aire libre que muchos años después empezarían a multiplicarse por diversos puntos de la geografía nacional. Fue entonces mi primera maestra en las artes visuales y cuyas enseñanzas y ejemplo guardo como un recuerdo permanente y de formación invaluable hasta nuestros días.
María O´higgins, es a su vez una extraordinaria mujer y con tantos méritos que incluso trascienden los límites de su propio terruño, ese mítico lugar enclavado en las elevadas montañas que ya presagiaban su elevada calidad humana, talento y compromiso social.
Así, llega a estudiar la carrera de Derecho en nuestra generosa Universidad Autonoma de Nuevo León (UANL) para convertirse en una de las primeras mujeres que egresan heroicamente de la Facultad de Leyes y abren paso a las generaciones siguientes, al grado de que como lo comprueba una fotografía de aquel tiempo aparece como la única mujer en un amplio grupo de hombres y en la que uno de ellos años después sería Gobernador de esa entidad.
Otros notables méritos conformarían su brillante trayectoria: Ejerció la abogacía y luego sería la primera y única mujer en el Tribunal Colegiado del Tercer Circuito, con sede en Monterrey, además de ser fundadora tanto de la Defensoría de Oficio y su inicial titular, como de la Escuela de Trabajo Social, en nuestra Universidad.
Evoco por igual su especial sensibilidad y talento creador en el campo de las artes plásticas, de lo cual da cuenta sobrada su exposición y el catálogo mismo. Casi sobra aludir a la belleza, refinamiento y dominio técnico de cada una de sus pinturas que nos producen un gozo enorme.
Se trata también de una gran compañera, pues al lado de su esposo el gran pintor y muralista, Pablo O´higgins, permitió que hoy en día conservemos su tan prodigiosa obra, que es parte esencial del acervo de la pintura contemporánea de México.
Una historia pues de esfuerzo, luchas y logros en el ámbito del arte y la cultura como de la defensa de los derechos de la mujer que tanto le debemos, así como de los seres más desprotegidos de nuestra sociedad.
Por tanto, por todo, me parece que bien podemos aplicar aquel adagio, aunque en sentido inverso, de que atrás de una gran mujer hay un gran hombre.
Mi mayor gratitud, admiración y reconocimiento entonces a quien ha sido y será un ejemplo: la gran María de Jesús de la Fuente.