Solemos despedir a nuestros seres queridos de múltiples formas, pero la manera en cómo los recordamos son aún más diversas. Algunos lo hacen en formas tradicionales guardando retratos, otros atesorando objetos personales que fueron heredados con cariño, otros mas contando anécdotas y así podríamos continuar.

Lo cierto es que de una u otra manera los seres que amamos y ya no están con nosotros, son parte importante de nuestro camino, y en muchas ocasiones sentimos la pena de no haberles expresado nuestra cariño y admiración, lo que nos inspiraron, lo que nos enseñaron y dejaron antes de su partida.

Por lo que yo los invito queridos lectores ha llevar a cabo esas llamadas que hemos pospuesto para otro día, a escribir esas cartas que nos permiten decir todo sin prisa, a enviar esos mensajes que dejamos para después, a llevar a cabo esas muestras de afecto que nos permitan expresarles lo que sentimos, ahora que están presentes.

Yo tuve la oportunidad de hacerlo con mi padre y no porque estuviese consciente de ello, sino porque se encontraba en su etapa terminal de cáncer. La vida me dio la oportunidad de escribirle cosas que estoy segura tenían mucho sentido para él y para mí y que ahora comparto con ustedes.

Papá:

He empezado esta carta muchas veces, no porque no tenga nada que decirte, sino porque no sabia por dónde empezar.  

Puedo comenzar por un recuerdo que tengo, cuando como a los 7 u 8 años te escribí una carta. En aquella ocasión como en ésta, estabas enfermo y yo preocupada por tí.  Ahora que los años han pasado estamos en la misma situación pero ya no somos los mismos. Hemos crecido, madurado, vivido diferentes experiencias, en diferentes ciudades e incluso nos hemos distanciado, pero hay algo que nunca cambia, sigo siendo tu hija, sigues siendo mi padre y te sigo queriendo con todo mi corazón.

Es cierto, mi vida ha dado muchos giros, pero hay algo que siempre llevas contigo, y son las enseñanzas. Hoy entiendo que las lecciones son más fuertes, claras y efectivas cuando vienen del ejemplo que de las palabras y tú me regalaste muchas. De ti aprendí a disfrutar crecer, a reír, a ser honesta, a trabajar, a resolver situaciones, a tener fe y a enfrentar la vida con una sonrisa.

Recuerdos tengo muchos, pero uno me quedó muy grabado, fue aquella vez cuando estando yo en la Universidad desvelándome para entregar un trabajo, tu estabas a mi lado también estudiando para obtener una nueva posición en el Banco (aún cuando tenias dos trabajos a la vez). Verte esforzarte de esa manera fue una lección para mí, me hizo entender que siempre se puede ambicionar a tener algo mejor en cualquier etapa de la vida. Mi dolor fue grande cuando no obtuviste el puesto, aunque yo estaba segura que lo merecías, pero también entendí que aveces la vida parece no ser justa, mas siempre te da la posibilidad de seguir avanzando, no solo porque a veces no tienes otra opción, sino porque el continuar también te enriquece.

Hay mil cosas que me hacen pensar en ti, por ahora solo quisiera mencionar algunas, no porque sean las más importantes, sino porque son las que me vienen a la mente.

Cuando niña, te recuerdo armando una red de voleibol con postes, cemento y cuerdas, organizando olimpiadas infantiles, torneos de ping pong entre todos los chavos de la colonia e impulsando las porras en el equipo de voleibol del deportivo, todas razones por las cuales la gente te quería. Te recuerdo entonando en voz alta canciones sin sentido mientras te duchabas. Tu gran amor por el fútbol al que veías todos los domingos comiendo carnitas y por el cuál “salíamos todos corriendo”. Los viajes anuales en familia o con amigos a Acapulco. Tus incansables encomiendas y repartición de quehaceres para limpiar, organizar y reparar todas las cosas de la casa.

Como adulto recuerdo (siendo yo madre y tú abuelo), los cuentos irónicos que narrabas a mis hijos y por los cuales nos hacías reír a carcajadas. Tu obsesión por las películas de acción y karate. Te encantaba estrenar ropa. Comprar todo en abonos. Viajar. Ir a la playa. Bailar, cantar y hacer reír a los demás. Salir a comer en familia. Recuerdo tu insaciable gusto por los pasteles y dulces. Las Navidades que pasamos juntos, las celebraciones del Día del Padre y los cumpleaños. Hay tantas cosas que recuerdo de ti y quiero conservar esos recuerdos intactos, no solo porque significan mucho para mi, sino porque también son cosas que hoy hago con mis hijos y que deseo las hagamos todos juntos.

Debo decirte papá, que soy una mujer feliz y mucho de ello te lo debo a ti. Debes sentirte orgulloso por todo lo que has logrado y lo que nos has inculcado. Espero que también estés orgulloso de mí, porque he seguido tus pasos que me han ayudado ha forjar mi camino.

Quiero que sepas que mi corazón y mis plegarias están todos los días a tu lado para que te recuperes y que mis hijos y yo oramos para que así sea.

Te amo y deseando verte pronto.

Tu hija, Claudia.

Hoy mi padre no está presente, pero vive en mí, en todas las cosas que dejó en su legado y las cuáles trato de emular y honrar con el ejemplo, pero que además tuve la oportunidad de decirle antes de su partida.

Por ello, mi sugerencia es, que no dejemos pasar esas momentos que nos da la vida para expresarle a la gente cuánto la queremos y lo importante que son en nuestras vidas.

Así, no quedaran lágrimas sino sonrisas, de haber compartido con ellos el camino, de haberlos amado y de estar seguros que ellos lo saben.

Claudia Esponda

Claudia Esponda

Fundadora de Meraki Magazine

MORE INFO…