Empiezo este artículo con una breve anécdota de una situación que hace poco viví y que me provocó una profunda reflexión sobre cómo hoy los miedos se han apoderado de nosotros, a veces con merecida razón, otras tantas por prejuicios y desconfianzas que la sociedad nos ha impuesto y que deberíamos poner en tela de juicio.
Recién estaba tomando un café con mi sobrina adolescente y sus amigas en una linda terraza sobre la acera, cuando, en medio de la conversación, se nos acercó una mujer muy humilde y nos dijo que nos quería regalar unas plantitas porque no las había vendido y no quería regresar cargando con ellas en el metro. El primer impulso fue contestar con un rotundo y automático “No, gracias” … Insistió… Segundo impulso “¡No, cómo cree, se las compro! ¿Cuánto cuestan?” … ¿Respuesta? “No, nada yo se las quiero regalar”. Un hermoso detalle de una desconocida que más que hacernos pensar en la bondad del ser humano comenzó a disparar todo tipo de alertas en nuestra mente, tornando la situación en un momento por demás extraño que se movió entre el agradecimiento de que alguien desinteresadamente te quiera dar un obsequio y la desconfianza del por qué a nosotras nos había elegido. Para no hacer la historia más larga nos convenció, nos las dio y hasta tuvimos la oportunidad de elegir la que preferíamos. Se fue… y nosotras nos movíamos entre lo bonito del detalle y la duda de si no habría intenciones ocultas. De pronto, una de las teens rompió el silencio preguntó “¿Y si tiene un chip para que nos sigan y nos hagan algo?”, “Y si tiene algún tipo de droga?”. Debo confesar que mientras yo actuaba tranquilamente, entré en modo preocupación (y precaución). ¿Y si sí? ¿Qué haría yo para “salvar” a las tres niñas? Un stress profundo se apoderó de mi a la vez que les daba tranquilidad y las dejaba seguir disfrutando de su salida.
Finalmente fue solo eso, un regalo de corazón de una desconocida a la que le caímos bien, un detalle que hoy valoro enormemente porque nos vino a recordar la importancia de confiar, de pensar en el lado positivo de las cosas, de apreciar el valor y la bondad del ser humano, de volver a confiar en nuestros congéneres.
Me dirás que hay mucha inseguridad en este mundo, claro, pero en el fondo somos más personas buenas que malas y tendríamos que aprender a diferenciar. No se trata de exponernos, se trata de reencontrarnos con los valores, con aquello que enaltece al ser humano sin importar si es pobre o es rico. Por si esto fuera poco, tendemos a prejuzgar y a ser clasistas… y los valores no tienen nada que ver con el factor económico. Le damos mayor mérito a quien tiene recursos y se lo quitamos a otras personas. ¿No estamos un poco -o muy trastocados- en la percepción de la vida?
Tendríamos que empezar a ver mucho más profundo al ser humano, en dejar de poner etiquetas y desarrollar esa sensibilidad e intuición que nos llevan a encontrar las diferencias esenciales entre bondad y maldad. En nuestro caso lo logramos porque la mirada de esa mujer era tan benévola que nos permitió darle entrada en nuestras vidas.
El valor de la confianza
Si nos vamos al origen de la palabra, podemos comprender su verdadero significado. Viene del latín con-, “juntos”, y fidere, “fe” o “lealtad”, un poderoso concepto que nos abre a la posibilidad de creer que una o más personas actuarán de manera correcta.
Tengo una buena amiga que desde siempre ha manejado un mantra “Bajo la desconfianza vive la seguridad.” Sin duda, desconfiar es uno de nuestros mecanismos de defensa más poderosos, y lo que hoy traigo a tu lectura no significa bajar la guardia, ser incauto y entonces vivir inmersos en una burbuja que nos haga olvidar los riesgos.
La confianza es un capital social que debemos fomentar y atesorar, es una emoción positiva, que podemos desarrollar de forma consciente y voluntaria ante aquellas situaciones que se nos presentan y que de pronto no tenemos al 100% bajo control. Podemos diferenciar diferentes tipos de confianza, aquella que depositamos en los demás, es innata y la otorgamos a nuestros círculos más cercanos sin mayores cuestionamientos. Pero luego llega aquella que se ve afectada por el factor externo, en donde definitivamente sí debemos abrirnos a oportunidades, pero tener presente que no necesariamente estaremos frente a personas fieles a nuestros intereses, esta segunda se basa en aprendizaje social que nos lleva a evaluar situaciones y a determinar si podemos entrar en relación.
La mejor receta está en el balance, en desarrollar nuestra intuición para poder tener un mejor entendimiento de las situaciones. Tenemos que aprender a evaluar los momentos y situaciones que se nos presentan. Recuperando la confianza en los demás ¿Y si de pronto nos diéramos la oportunidad de ver a las personas con una mayor dosis de confianza? ¿Y si partimos de que la bondad es un valor universal inherente al ser humano? Confiar es parte de nuestro proceso de socialización y se convierte en un factor clave construir relaciones positivas.
Confiamos y desconfiamos. Nos enfrentamos a situaciones que nos llevan a fiarnos y otras que nos llevan a lo contrario. Cada vez que nos encontramos a personas desconocidas entramos en un proceso de valoración en el cual nos sentimos -y somos- vulnerables y en el camino las experiencias pasadas y nuestra intuición son determinantes.
Sin duda que las noticias y actos indebidos de los que tanto escuchamos han contribuido a que incrementemos nuestros niveles de desconfianza llevándonos incluso a la paranoia porque todas las experiencias, propias y ajenas, dejan huella, es parte de nuestro proceso de aprendizaje. Ante esa probable vulnerabilidad nos ponemos una armadura que nos lleva a sospechar, desconfiar y rechazar aquello que viene de otros.
¿Vivir en sociedad con otras personas es un juego de azar? Sí, puede serlo porque al final no sabemos cómo actuarán los demás, cada quien tiene su libre albedrío, al igual que nosotros lo ejercitamos.
¿Y si como adultos nos enfocáramos a fomentar los valores, el pensamiento crítico y el intuitivo no le estaríamos brindado grandes herramientas a estas nuevas generaciones que viven un poco presas del miedo a los demás?
La verdad es que en la historia que les cuento al principio, nosotras nos lo permitimos, aceptamos el regalo y hoy estamos felices de haberlo hecho. Yo particularmente me siento honrada de haber tenido la opción de enseñarle a tres mujercitas que no siempre las personas son malas, que tienen que aprender a diferenciar y a abrirse a la confianza.
¡Confiar en los demás bien vale la pena!