Con toda razón, pasa Sor Juana Inés de la Cruz como la primera feminista de México. Comportamiento que no sólo la caracterizó, sino que se convirtió en patrón generalizado para todas e incluso influyó en las que adoptaron ropajes y seudónimos masculinos con tal de ser aceptadas o reconocidas por sus aportaciones.
Romper, abatir, echar abajo aquella muralla de convencionalismos, fue su mejor hazaña, y en su poesía, lo traduce contundentemente.
Una gran poeta sí (pero también fiel a mi vocación, a veces de cocinera), resalto ahora que Juana Inés fue a la vez una alquimista excepcional. Cuando su confesor le prohibió estudiar, leer libros, manifestó su obediencia; pero sólo de hacerlo en los libros. Fue entonces cuando observó muchas cosas: por ejemplo, que el aceite no se mezclaba con el agua, y se atrevió a señalar que, si Aristóteles hubiera sido cocinero, mejor filósofo fuera.
Preparaba un platillo con la misma delectación, genio, ingenio, con que escribía un soneto. Los condimentos fueron sus metáforas, las palabras iridiscentes plenas de color, sabor y olor. Calidades y cualidades que en un poema y una vianda no pueden faltar.
En el arte coquinario, era una acabada y sensible fémina. Combinaba a la perfección, lo mismo Incienso, humildad, gentileza, santidad, capilla y coros de ángeles, que ingredientes, texturas y sabores de los alimentos.
Sor Juana, afirmó su pasión de cocinera inquieta y curiosa, pues seleccionaba y copiaba recetarios de aquella época e igualmente inventaba recetas propias.
Así, en la carta a Sor Filotea de su autoría, sostenía que: “Ver que un huevo se une y fríe en la manteca o aceite, y por contrario, se despedaza en el almíbar; ver que para conservar fluido el azúcar basta echarle una mínima parte de agua en que haya estado el membrillo u otra fruta agria, ver que la yema y clara de un mismo huevo son tan contrarias, que en los unos, que sirven para el azúcar, sirve cada una por sí y juntas no”.
Para esta gran mujer las observaciones culinarias eran como vemos meditaciones y aportaciones de química y física experimental. Y hasta irónica, cuando contestaba a quien pretendía regañarla: “Pero Señora, ¿qué podemos saber las mujeres sino filosofía de cocina?” Ella transformaba la materia culinaria en filosofía poética.
Toda una exponente de estirpe innovadora, del Renacimiento mismo, que concibió a la gastronomía de la misma manera que Leonardo da Vinci, ya que a través de los supremos inventos del sabor halagaba los paladares de sus amigos. Se conoce bien que enviaba dulces a los Virreyes de la Laguna y a la Condesa de Paredes; y que se hablaba de uno de nuez que intituló “Acuérdome Filis mía…”, el cual preparaba con especial cuidado y esmero, al propio tiempo de agradecer la hermosa diadema que le había regalado la Virreina, que por igual fue destinataria de dos guisados de pascuas: uno de “peces bobos” y otro de gallina.
A sus amistades les enviaba pastillas de boca, que ahora conocemos como caramelos, así como los “guantes de olor”. Y no se le olvidaba mandar “recados de chocolates” como los que hizo llegar a manos de la entrante Condesa de Galves. En sus villancicos, constantemente se refiere a la leche que saca a serenar para que cuaje o a las ensaladas, a los dulces y a las hierbas que se utilizan para la cocina, a la vez que para la salud.
La veo hoy con su delantal preparando especias; equilibrando su peso, olor, sabor, gusto, sopesando tomates, tras de olerlos o en la palma de la mano sosteniendo el aguacate para evaluarlo.
Hoy, basta quedarnos hoy con uno de sus versos, como muestra de su eterna genialidad:
Lisonjeado oh hermana de mi amor propio
Me conceptuo formar esta escritura
del Libro de Cocina y ¡que locura!
concluirla y luego vi mal que copio.
De nada sirve el cuidado propio
para que salga llena de hermosura,
pues por falta de ingenio y de cultura,
un rasgo no hecho que no salga impropio.
Así ha sido, hermana ¿pero qué senda
podrá tomar el que con tal servicio
su grande voluntad quiso se entienda
que ha de hacer? Suplicaros que propicia
apartando los ojos de la ofrenda
su deseo recibáis en sacrificio.