Cuando escuchamos esta frase, “En nombre del padre”, de inmediato conectamos a una orden, ley o mandato que tiene casi un carácter divino, celestial, que es imposible incumplir. Esta es la fuerza del dominio del padre.
En el tarot, este arquetipo se ve reflejado en uno de los arcanos mayores, la carta número IV, El Emperador. Se trata de una figura que representa autoridad, acción, estabilidad, responsabilidad, construccion. Pero, en su lado sombreado, incluye: intolerancia, tiranía, dominación, indecision e inestabilidad.
La energía paternal despliega la fuerza de “logos”, la palabra racional, concreta , lógica, objetiva. Sus símbolos son la espada y la pluma. Ambos elementos tienen el poder del análisis, el poder de descomponer el todo en pequeñas partes para poder ser nombradas, entendidas, asimiladas.
Otro aspecto positivo del padre está relacionado con la capacidad de obtener logros y resultados. Conquistar, enfrentar a los dragones mitológicos que, en la actualidad, se nos presentan como problemas o situaciones a resolver. Enfrentarlos, dominarlos y resolver, son características reflejadas en la palabra del padre.
El padre también nos enseña la importancia de ser proveedores. Hacernos responsables de generar nuestros propios recursos para obtener autonomía e independencia. Y junto a la proveeduría, la capacidad de protección hacia el mundo exterior. El padre protege a su grupo familiar de eventuales peligros, obstáculos o pruebas que el sistema familiar enfrenta en el exterior.
Pero….Si el padre es negativo, agresivo, poco amoroso o de plano ausente, su figura puede tener efectos sumamente negativos en los hijos; que, identificados con una imagen negativa del padre, serán personas condenadas a un raciocinio pobre, incapaces de estructurar ideas racionales, lógicas, objetivas. Incapaces de obtener logros y conquistas. Incapaces de protegerse y proteger a los demás.
La mitología nos da un ejemplo de este tipo de padres terribles en Cronos. Además de ser el Dios del denominado tiempo humano, Cronos es el dios temeroso de ser derrocado por uno de sus propios hijos, por ser él mismo quien había derrotado a su padre Urano. Por este motivo, devoraba a sus hijos tan pronto nacían. Cuando iba a nacer su sexto hijo, Rea, esposa de Cronos, pidió a su suegra Gaia que pensara un plan para salvarlos. Ese sexto hijo fue Zeus, a quien Rea dio a luz y lo crió en secreto para evitar que Cronos lo devorara. Rea y Zeus terminaron envenenando a Cronos para provocar que vomitara a los hijos que había devorado previamente, entre los que se encontraban; Deméter, Hera, Hades, Hestia y Poseidón. Así, Zeus crea una nueva versión de su reino en el Olimpo tras una larga batalla que se conoce como la Titatanomaquia.
Esta batalla puede ser interpretada psicológicamente como la separación entre el hijo y el padre devorador. Una separación no sólo esperada sino deseable para que tanto padre como hijo puedan tener un desarrollo sano desde su propio lugar, rol y circunstancia. De otra forma, el padre que devora a sus hijos, crea una descendencia secuestrada tanto física como mentalmente que se manifiesta como hijos sin poder, sin fuerza, sin capacidad de ejercer su poder como proveedores, trabajadores, pensadores o protectores. Son hijos débiles, sin energía masculina que los sostenga en la misión que la vida les ponga enfrente.
La figura del padre tirano conduce a los hijos a generar una baja autoestima, un sentido de insuficiencia o una actitud crítica sin posibilidad corregir o de llevar las cosas a la acción. La figura de autoridad paterna autoritaria conduce a la creación de una personalidad intolerante, agresiva, con problemas de control de la ira. Y, al considerarse poseedores de la “palabra del padre“, se vuelven unos sabelotodo sin posibilidades de establecer relaciones sanas con los demás. La tiranía paterna puede expresarse en personas con una fuerte inestabilidad emocional.
En la relación autoritaria o demasiado presente del padre hacia los miembros femeninos de la familia, el resultado es que la mujer puede convertirse en ”la hija del padre”. Una mujer que es prácticamente imposible de complacer porque no puede existir un sólo hombre en el mundo físico que compita contra la imagen del padre que ha forjado en su psique. Un padre todopoderoso, con característica heroicas. Todo lo hace mejor el padre. La mujer queda secuestrada en la esfera del padre, sin posibilidades de relacionarse con un hombre en el mundo real físico, porque todos serán más débiles y menos capaces que el padre.
No sobra decir que la peor relación que se esperaría es la de la “hija del padre” y el “hijo de la madre“ porque en el mundo físico nadie podrá dar batalla a los héroes que los hijos han creado en sus mentes acerca de sus progenitores. Esta es una batalla perdida. A menos que haya un fuerte trabajo en el mundo interior de cada uno de los miembros de la pareja.
Cronos, temeroso del desafío potencial que representan sus hijos, prefiere devorarlos en cuanto nacen. En cambio, un padre amoroso los dota de herramientas para favorecer que generen los recursos necesarios para enfrentar sus propios retos. El miedo es la emoción más opuesta al amor y normalmente se expresa cuando se invoca la “palabra del padre” como razón última para imponer la voluntad, como una ley inquebrantable que tiene que ser cumplida a toda costa.
Cuando un hijo se ve atrapado en un padre autoritario, sólo puede salir de ese lugar al ser “vomitado“. Es decir, en medio de una acto que requiere mucha energía, violencia, transgresión. Para lograr la separación o el distanciamiento que les permita generar su propia identidad, los hijos pueden mostrar una singular rebeldía o comportamientos transgresores, como adicciones o conductas de riesgo. Otra forma, puede ser por una gran discusión que sea capaz de generar la suficiente energía para provocar el distanciamiento entre padre e hijo. O, tal vez, un enamoramiento profundo que lleve al hijo lejos a dejar de proyectar sus necesidades en la figura de su padre físico y desplazarla eventualmente hacia una pareja.
Un padre en su aspecto más luminoso, es un padre lo suficientemente cercano como para compartir su energía masculina con sus hijos y lo suficientemente respetuoso para mantener la distancia que les permita cometer sus propios errores para aprender y disfrutar de sus triunfos. Un mecanismo que los lleve a hacerse responsables de sus propias vidas, ejerciendo de manera correcta la energía masculina que el padre les proporciona. Un padre que sea un gobernante y sabio. Que pueda poner límites consistentes y adecuados a cada momento de la vida de sus hijos. Transmitiéndoles los valores, la educación, el ejemplo que necesiten y dejándoles el suficiente espacio para ponerlos en práctica, y desafiarlos hasta que encuentren su propia identidad o su sintonía son su propio ser. Un padre que provoque la construcción de una mejor autoestima y una mejor interacción del hijo en sus relaciones interpersonales o de pareja.
La solución última es que el hijo deje de identificarse con su padre, ya sea, un padre amoroso o un padre autoritario. De esta forma, podrá construir el padre que necesita en su mundo interior; ya sea, convirtiéndose en un padre amoroso con sus propios hijos; o, generando los recursos masculinos en su interior para reconectar con la energía del padre que ha creído defectuosa, deficiente o en el peor de los caos, ausente. Dejar de sufrir por el padre físico que le tocó, dejar de sentir lástima a causa de la mala fortuna y hacerse responsable para crear para él mismo la energía paterna que le plazca. Logrando así desarrollar una mejor consciencia a su entera disposición, que finalmente podrá compartir con su pareja y con sus propios hijos.
De esta forma, la palabra del padre, se convierte en una fuerza amorosa que incluye ambos mundos: la ternura de Eros y la racionalidad de Logos.