El Día de San Valentín, tiene sus raíces en la antigua Roma y surge como una conmemoración de las buenas obras realizadas por un sacerdote que vivió en el siglo III. Según se cuenta, San Valentín desafió las órdenes del emperador Claudio II, quien había prohibido los matrimonios para que los jóvenes soldados se dedicaran por completo al ejército. San Valentín, sin embargo, continuó casando a las parejas en secreto. Cuando fue descubierto, fue arrestado y finalmente ejecutado el 14 de febrero.
Durante su tiempo en prisión, San Valentín se enamoró de la hija ciega del carcelero y, dicen por ahí que le devolvió la vista. Antes de su ejecución, le escribió una carta de despedida firmada como “Tu Valentín”, lo que dio origen a la tradición de enviar mensajes románticos en esta fecha.
El amor, en sus múltiples formas, trasciende lo romántico. En lugar de limitarlo a la pareja, también es una oportunidad para reflexionar sobre su expresión más amplia: extendiéndolo hacia los demás, la comunidad y nuestra propia identidad cultural.
Personalmente no soy de aquellas personas que suelen festejar un día específico, porque creo que el amor se procura y se brinda día con día, a la pareja, a la familia, amigos, conocidos y hasta desconocidos.
Hoy quiero ver, y que tú veas este 14 de febrero, una fecha dedicada al amor y la amistad, como una invitación no solo a fortalecer nuestros vínculos personales, sino también a reflexionar sobre cómo podemos enamorarnos de nuestros valores y del prójimo mismo.
¿Entonces no vamos a hablar de pasión y romanticismo? No, en esta ocasión me enfocaré a la conexión con los demás, a lo que aportan en nuestras vidas y entorno, a ese sentimiento solidario que pocos practican y que tanta falta hace en nuestros tiempos modernos.
¿Por qué hablo de unión, comprensión y entendimiento? Tuve oportunidad de platicar con una familia de migrantes en México, papá, mamá, una niña de 4 años y un bebé. Al ver su realidad no queda más que entender que lo que los mueve es el amor, no dejan sus casas porque sí, lo hacen ante la falta de un futuro y lo hacen por amor a esos pequeñitos, por la familia… aunque siguen queriendo profundamente a su país. Personalmente yo era de las que juzgaba su presencia bajo el argumento de que quitarían oportunidades de empleo a los locales, pero tener esta conversación me abrió un mundo real ante mis ojos, un mundo hostil para ellos, pero lleno de oportunidades amorosas para mí.
Situaciones como esta nos llevan a una pregunta fundamental: ¿Qué tanto conocemos y valoramos nuestra propia diversidad cultural? Si queremos construir una sociedad más justa, primero debemos redescubrir y abrazar la riqueza que nos rodea.
Redescubrirnos a través del otro
Podríamos decir que tenemos mucho en común, los valores son universales, pero cada país, cada pueblo, cada persona tiene un contexto particular que, cuando se comparte, enriquece a otros, cuando nos abrimos al diálogo nos permite entender y crear nuevas realidades, con el consecuente crecimiento de todas las partes.
En este sentido, la inclusión cultural surge como una oportunidad para construir una sociedad más empática y diversa, donde cada persona encuentre su lugar y sea valorada por su singularidad. En medio de la conversación que gira en torno a los migrantes alrededor del mundo, se vuelve una oportunidad única para hablar de ello.
Estigmatizamos y juzgamos, pero olvidamos que incorporar las culturas y saberes originarios no es un acto de caridad, sino una oportunidad para abrazar lo que nos hace únicos como naciones y superar las barreras que nos dividen. Sin embargo, esta inclusión requiere algo más profundo: enamorarnos como sociedad de nuestras raíces y reconocer la riqueza de nuestra diversidad.
A nosotros, en lo individual, nos corresponde ser un catalizador para esta transformación, pero debe comenzar con un cambio de mentalidad. ¿Qué mejor regalo que ayudar a nuestros círculos cercanos a sentir afecto por las tradiciones, los saberes y las lenguas que generan esa diversidad? ¿Y si también echamos una mirada hacia dentro y le declaramos amor a nuestras culturas y saberes? También hacia el interior de nuestro país hay personas y raíces que desconocemos y que pueden hacer una enorme diferencia en nuestra percepción del mundo.
La inteligencia emocional, entendida como la capacidad de reconocer, comprender y gestionar nuestras propias emociones y las de los demás, es fundamental para promover la inclusión. En este sentido, no solo nos ayuda a comprendernos a nosotros mismos, sino que también nos permite reconocer y valorar las diferencias. La empatía y la apertura son claves para construir una sociedad en la que todas las culturas sean apreciadas y respetadas.
Al desarrollar habilidades como la empatía, la autorregulación y la conciencia social, facilitamos el entendimiento y la valoración de diversas perspectivas, fomentando una convivencia armoniosa y enriquecedora en entornos multiculturales.
Construir juntos: la educación como puente intercultural
Todo comienza con el reconocimiento de nuestra identidad. Si nos sentimos orgullosos de nuestras raíces, es más fácil aceptar y valorar las de los demás. Así, el amor propio se convierte en la base de una sociedad más incluyente y diversa.
La relación entre el autoconocimiento y la valoración de la identidad son los pilares para una sociedad más inclusiva, por ello, la inclusión cultural debe ser un esfuerzo compartido. Desde mi experiencia, propongo que la educación sea una herramienta clave para construir modelos en los que todos quepan y tengan el mismo valor. A través de procesos de co-creación con los estudiantes, se pueden diseñar iniciativas que fomenten la inclusión desde el núcleo mismo de las instituciones educativas.
La creación de ambientes inclusivos en las escuelas contribuiría a construir comunidades y establecer valores que permitan identificar, prevenir, reducir y eliminar las barreras limitantes que nos impiden esta expresión de admiración y entendimiento.
El amor propio es el punto de partida para desarrollar una conexión genuina con la cultura de origen. A través del reconocimiento individual, las personas pueden fortalecer su identidad y, a su vez, ampliar su percepción del mundo que las rodea. Cuando una sociedad fomenta el respeto por la diversidad y el orgullo por sus raíces, se generan comunidades más empáticas y abiertas al diálogo intercultural.
Estas experiencias enriquecedoras podrían convertirse en la base de un cambio más amplio dentro de la sociedad. Y… ¿Por qué no soñar un poco y creer que, si comenzamos en la individualidad podemos generar este efecto mariposa y cambiar al mundo?
Para fortalecer este movimiento, es crucial implementar una estrategia de comunicación que viralice estas iniciativas dentro y fuera de nuestro radio de acción. Desde nuestros espacios tenemos la capacidad de incorporar otras perspectivas y generar un sentido de pertenencia y respeto hacia todas las culturas.
Cuando el cambio es el mejor regalo
Sabemos que el cambio paraliza, da miedo, nos saca de nuestra zona de confort. Pero también sabemos que, cuando lo adoptamos, surgen nuevas cosas que jamás hubiéramos conocido si nos quedamos donde estamos hoy.
Es importante subrayar la importancia de desaprender estereotipos y prejuicios para abrazar la riqueza de las múltiples culturas que conviven en un mismo entorno. En este sentido, la educación y la comunicación juegan un papel fundamental en la construcción de un amor sólido, que trascienda fronteras y promueva el reconocimiento de todas las voces dentro de una sociedad.
La educación inclusiva (formal e informal) no solo beneficia a los migrantes; es un regalo para toda la comunidad. Es una invitación a reencontrarnos con nuestra historia, a desmontar prejuicios y a construir puentes donde antes había barreras. La descolonización no es un acto simbólico, sino un proceso profundo que demanda reconfigurar las estructuras educativas y sociales.
En este 14 de febrero, reflexionemos sobre este sentimiento en su forma más amplia: el amor por nuestra cultura, por nuestras raíces y por los valores que nos unen como nación. Construir comunidades verdaderamente interculturales e inclusivas no es solo una cuestión de justicia social, sino también una oportunidad para enamorarnos de la diversidad que enriquece nuestras vidas.
No basta con reflexionar; es necesario actuar. Cada interacción que tenemos con quienes nos rodean es una oportunidad para romper barreras y construir puentes. Aceptemos el reto de abrirnos al otro y permitirnos aprender de su historia.
¡Toma acción! Hoy sal a la calle, platica con estos seres que en la cotidianeidad son invisibles para ti, habla con ellos, entiende sus realidades, abraza y ama intensamente lo que ellos te brindan, verás que con esa pequeña acción, habrás generado un cambio real.
Porque todos cabemos en este mundo compartido. Y en ese espacio común, cada cultura, cada idioma y cada tradición nos invitan a construir un futuro más empático, justo y solidario. “Si yo te entiendo y tú me entiendes, comienza el diálogo y todos ganamos.”
¡Que este Día del Amor y la Amistad sea también el día para abrazar nuestra diversidad y enamorarnos de todo lo que nos hace únicos como sociedad!