Una de las navidades que me marcó y representó un verdadero regalo en los primeros atisbos de mi vocación por la cocina, fue aquella ocasión inolvidable que protagonizaron, dos queridas tías, hermanas de mi padre.

Eran los días de la infancia, habían transcurrido algunas navidades y de todas ellas algo bello podía recordar, pues teníamos la tradición familiar muy acendrada de reunirnos, convivir cálidamente, estar unidos y reafirmar los mejores valores humanos, de fraternidad, respeto y amor. Siempre presididas por mis padres: él un destacado médico de Monterrey, un humanista de gran corazón, y con solidaridad hacia los demás, y mi gran maestro de vida, quien influyó determinantemente. Y ella, una recia mujer, típica del norte, que me trasmitió coraje, carácter y perseverancia.

Pero a la navidad que quiero referirme en este caso, es una que como ya dije significó una experiencia que se extiende hasta los días actuales.

En esa ocasión, no sólo nos reunimos como lo acostumbrábamos año con año, sino que por primera vez (y creo que única), en lugar de que cada quién llevara un platillo, todos los hermanos de mi padre se cooperaron y decidieron que dichos guisos los preparara mi tía Chanita, la mejor cocinera de Monterrey, famosa por sus guisos y recetas y por impartir clases a las jovencitas que estaban por casarse. No podía conseguirse entonces una cena más exquisita. 

También, contarles que esa navidad tuvo una relevancia especial para mi, pues ayudé a prepárala y de hecho siendo muy niña fue mi debut como cocinera, recibiendo a la vez muchas felicitaciones, aparte de los regalos que encontré bajo el árbol cuajado de esferas y unas cuantas manzanas como símbolos premonitorios de mi futuro profesional

Tan maravillosa historia, no terminó ahí, ya que mi otra tía no se quiso quedar atrás y por su parte decidió darnos también lo mejor de ella, con una grata sorpresa para todos. Me refiero a Cuquita, que era pintora e ideó una tarjeta navideña diferente para cada uno de los presentes, es decir una serie de acuarelas que paciente y hermosamente trazó con su enorme talento. A la única que le confió cuales serían los regalos de Noche Buena fue a mí y hasta le ayudé a meterlas en un sobre que me pidió rotular con mi letra, todavía con rasgos infantiles, como parte de la sorpresa 

Esa navidad resultó para todos excepcional e incluso ya de adultos la hemos recordado en varias ocasiones, pero en mi caso además empezó a definir una vocación que se extiende hasta la fecha y se mantendrá viva siempre: una pintora que cocina y una cocinera que escribe. De ahí en adelante, todos y cada uno de los años subsecuentes, subrayamos esa memorable ocasión con un pavo en el que vuelco todas mis emociones. Empiezo por inyectarlo pacientemente con vino blanco, tal cual esta sabia mujer me enseñó, y también siguiendo sus consejos preparo un relleno al que le pongo las frutas secas de la temporada (piñones, almendras, nueces y un toque que le fui agregando de mi autoría, con paté de hígado de ganso, de la mejor calidad posible, y por supuesto que si tengo a la mano trufas también se la incorporo), y muchas especies para que el aroma sea una atracción más de este platillo. Y bueno, por supuesto que un poquito de pan que remojo en leche y salsa, junto con los jugos que suelta la cocción de esta ave. Por cierto, es el guajolote un regalo que México dio al mundo y que es importante que lo recordemos cada vez que lo cocinemos. Debo aclarar que a este jugo cada año le voy poniendo cosas diferentes, tantas como la imaginación me lo permite. 

Por igual, tengo especial gusto por preparar purés y no pueden faltar las sopas, en primerísimo lugar la de manzana. Hay otra que me gusta mucho que la elaboro a base de chiles morrones, además de una clásica de betabel, y en fin, que la lista es vastísima. Claro que para coronar la Nochebuena, los dulces son protagonistas principales. Me gusta tener en la mesa los clásicos de mi tierra para recordar a mis familiares, como por ejemplo la mermelada de naranja, especialmente cuando por algún motivo no pudimos estar juntos. A la vez, soy una apasionada de los mazapanes y turrones.

Así, que deseo a nuestros lectores que estas fiestas sean suculentas, pero sobre todo que el amor y la luz los acompañe siempre, en torno de la mesa familiar.