“En las profundidades del invierno, finalmente aprendí que dentro de mí había un verano invencible” dijo Albert Camus en 1945 en su interesantísimo ensayo “El verano”. Sin embargo, esta frase pareciera no explicarse del todo sin otra del mismo escrito: “Para comprender el mundo, a veces es necesario apartarse de él”.
En muchos lugares la temporada de invierno representa un reto. Los últimos meses del año nos proponen la alegría de celebrar, pero también la nostalgia. Un ciclo que también la naturaleza nos muestra en su lenguaje, cuando se sustrae para crear su propio capullo, cuando se detiene, recordándonos con ello que no existe ser o situación en la vida, que no pase por su propio invierno.
¿Por qué y para qué es necesario el invierno? Visto con detalle y analizándolo de manera filosófica, estas preguntas no lucen tan fáciles de responder, especialmente cuando los rigores del frío cuestionan la permanencia de la vida. Sin embargo, Camus con pasmosa sencillez nos proporciona en sus frases, pistas para resolver este misterio: “No es la vida la que se muere, sino nuestras expectativas de mantenernos en la explosiva brillantez del verano, donde todo se mueve al ritmo de la juventud”
Existe entre algunas culturas ese extraño deseo decembrino de juventud, que en los mexicanos tiene su versión fachosamente popular en lo que conocemos como “Maratón Guadalupe-Reyes”, – festejos que inician el 12 de Diciembre con el Día de la Virgen de Guadalupe, y hasta el 6 de Enero, con el Día de Reyes -, en la que algunos asumen el reto de mantenerse celebrando “cueste lo que cueste”. hasta el último suspiro, quizás con un deseo acelerado de escapar de la realidad y de los sinsabores de el año. Bajo esta perspectiva, las posadas, las reuniones y las cenas pierden su valor y su sentido.
Quienes toman la bandera del festejo a toda costa, no necesariamente demuestran vitalidad, quizas más bien, encubren una agenda de asuntos ignorados, por los que lejos de vivir la vida, la gastan en la pachanga (fiesta). De ahí sugre mi cuestionamiento ¿Cómo iniciar un nuevo año, si después de diciembre quedamos exhaustos? Bajo este concepto podríamos pensar que el desborde festivo no es una cercanía a la vida, sino el extrañamiento de ella.
Sería mejor entonces plantearnos la idea de que el invierno es y debería ser más una pausa reflexiva para programar ese verano en que las grandes obras toman forma, cuando fueron gestadas en el silencio.
La conclusión de un ciclo sin duda es bueno e indispensable. Nos permite detenernos para reconocer con quiénes trazamos el camino, qué se logró y que no, hacia dónde queremos avanzar, en fin, una oportunidad para la reflexión.
Asi el invierno nos invita a bajar el ritmo, como lo hace la naturaleza. Siendo un período para hacer un alto y organizar los sueños que van más allá del deseo y escapar de solo propósitos. Puntualizando en el reconocimiento y reacomodo de los recursos almacenados. Un escenario que se antoja más, que un cierre agotador, que no dejará suficiente energía para nuestro próximo verano.
¿Ustedes que opinan?