Pensar en el amor en tiempos de pandemia parece uno de los nuevos retos a los que nos estamos enfrentando como sociedad. ¿Cómo encontrarnos con la gente que queremos? ¿Cómo abrazar a los seres que amamos? Resultaría fácil escuchar respuestas como éstas: “Eso no es posible…” “Hay que esperar…” “Guardar la sana distancia…” Pero ¿Cuál es la sana distancia para el corazón?
La reflexión me viene a la mente tras escuchar a una adolescente en consulta quien con profunda tristeza, después de varios meses de confinamiento me decía: “A mí no me gusta comunicarme por mensajes. Quiero ver a mis amigos y hablar con ellos.” Si una adolescente que como la mayoría de los chicos de su edad, conoce mejor que muchos de nosotros los adultos los placeres de las redes sociales, las tecnologías y el universo de los videos por streaming, se expresa de esta manera, ¿Por qué no replantearnos el valor de una charla “a la antigüita”? Por supuesto, no es el afán de este artículo generar una oposición a las medidas de sanidad que buscan evitar la propagación de contagios, pero sí alentar nuestro interés sobre la recuperación de la cercanía.
¿Recuerdas estas frases?: “Hola…, bueno…, bueno…” ¿Cuántas veces has deseado escuchar la voz de esa persona importante? ¿Acaso no has experimentado la nostalgia de hablar por teléfono con un ser amado? Hasta hace muy poco el tiempo se congelaba en cada llamada. Sin embargo, ahora, los mensajes de texto (que, por cierto, cada vez contienen menos texto) nos avasallan y absorben, limitan nuestra capacidad de decirle a alguien “Te quiero” con nuestros propios labios.
Las nuevas tecnologías son eficientes, ágiles y económicas. Nos dan claridad y sencillez para concretar acuerdos y son excelentes para los negocios. Nada tiene de malo usarlas como una extensión práctica de nuestro ser. Pero cada herramienta tiene su uso. En el otro lado de la moneda, hablar por teléfono para platicar, para conversar, pareciera una acción condenada a la extinción. Se está convirtiendo en un placer culposo. “¡Todo mundo anda de prisa!” Tienes que pedir permiso para llamar, si no lo haces ¡Es de mala educación!
Resulta llamativo observar cómo a una persona de la tercera edad no le es necesario enviarle un mensaje para llamarla por teléfono, es muy probable que te responda con un lacónico ¡Claro¡, porque para ella es obvio que si la buscas es porque deseas hablarle, y eso ya es importante. Es un ejemplo de una generación que saboreaba las palabras como el platillo más exquisito. Difícilmente preferirían la imagen electrónica y prefabricada de un post al placer de una buena charla. Y en este punto es donde descubro con íntima sorpresa, cómo coinciden todas las generaciones. Al inicio de este artículo cité a la adolescente que clamaba por ver y hablar con sus amigos. Y no es solo ella, cada vez son más los chicos que pugnan por tener experiencias de contacto directo, rompiendo las barreras de la distancia. Debido a que no estamos en la condición de encontrarnos presencialmente con todos los seres que amamos, debemos preguntarnos cómo hacer para que la tecnología no separe, sino que nos acerque.
Es indispensable recuperar el arte de charlar, de tomar un café y tomar el TIEMPO a manera de un futón, para acurrucarse en él. Honrar al otro con el privilegio de nuestro amor es un acto delicado que requiere de presencia y serenidad.
Hay que darle un nuevo valor al tránsito de nuestra vida. ¿De qué nos sirve ser más productivos si no es para vivir en plenitud? Los adolescentes se están dando cuenta como lo saben nuestros abuelos que no bastan la velocidad y la eficiencia para encontrar felicidad en el acto de comunicarse y convivir. Sólo con tiempo, el corazón se abre. Cualquiera que ha estado enamorado tiene la certeza de que un buen beso no se apresura. Una charla tampoco.
El problema parece estar en las generaciones intermedias, aquellas que nos ubicamos en los eslabones productivos de la sociedad: los padres de familia, los empresarios, los empleados, los adultos en general. Les estamos obligando a banalizar el valor de la convivencia con nuestra “prisa” que no es más que el disfraz del miedo y la creencia de que si no corremos no tendremos lo necesario para existir. El tiempo brindado con esmero y atención verdadera es capaz de construir una hermosa y tranquilizadora sensación de cercanía. ¿Por qué no regalarlo con generosidad en este mes y… más aún, todos los días?
Desde este enfoque, parece claro que no son necesariamente la pandemia y las comunicaciones on-line las que nos están separando, sino el olvidarnos del auténtico valor de darnos la oportunidad de escuchar y ser escuchados, sin apresuramientos. Una video llamada o incluso, un simple llamada telefónica efectuados con el corazón abierto, puede ayudarnos a recuperar mucho de lo que somos como comunidad ¿No lo creen?