Hoy, en este mes al que constantemente nos referimos a la muerte, cabe incluir aquellas despedidas que también han sido significativas en nuestras vidas y me refiero a cuestiones tales como a la perdida de el primer amor, aquel que rompió tu corazón y del cual aprendiste que todo pasa y que uno puede volverse a enamorar; de cuando perdiste tu primer trabajo y probablemente sentiste que no podrías conseguir otro igual; de cuando abandonaste tu casa, y cuando tus hijos abandonaron la tuya; de cuando te mudaste a otra ciudad o país, dejando atrás familia, amigos y una ambiente habitual y confortable, que probablemente ahora valoras más; y así podríamos enumerar una interminable lista.
Lo cierto es que si miraremos atrás, veremos que no solo ya no somos los mismos, sino que somos mejores; que aquellos momentos dolorosos que pensamos que no podíamos superar, lo han sido; que aquellas personas de las cuales creímos no podíamos vivir sin ellas, nos acompañan en diferentes formas; que la confianza que incluso alguna vez perdimos en nosotros mismos, la hemos recuperado innumerables veces.
La vida seguramente nos ha puesto a todos en situaciones similares a estas, pero lo importante es comprender que las tormentas, los truenos, los relámpagos y las tristezas, nos enriquecen tanto como cuando experimentamos la felicidad y la alegría.
De ahí rescato una parábola que dice:
Un día un viejo campesino fue a ver a Dios y le dijo: ―Mira, tú debes haber creado el mundo, pero hay una cosa que tengo que decirte: No eres un campesino, no conoces ni siquiera el ABC de la agricultura. Tienes algo que aprender.
Dios dijo: ―¿Cual es tu consejo?
El granjero dijo: Dame un año y déjame que las cosas se hagan como yo quiero y veamos que pasa. La pobreza no existirá más.
Dios aceptó y le concedió al campesino un año. Naturalmente el campesino pidió solo lo mejor: ni tormentas, ni ventarrones, ni peligros para el grano. Todo confortable, cómodo y él era muy feliz.
El trigo crecía altísimo. Cuando quería sol, había sol; cuando quería lluvia, había tanta lluvia como hiciera falta. Ese año todo fue perfecto.
El trigo crecía tan alto….que el granjero fue a ver a Dios y le dijo: ¡Mira! esta vez tendremos tanto grano que si la gente no trabaja en diez años, aún así tendremos comida suficiente.
Pero cuando se recogieron los granos estaban vacíos. El granjero se sorprendió y le preguntó a Dios :¿Qué pasó, qué error hubo?.
Dios dijo: Como no hubo desafío, no hubo conflicto, ni fricción, como tú evitaste todo lo que era malo, el trigo se volvió impotente.
Las perdidas, los desafíos y los problemas son tan necesarios para poder ver con claridad cuándo sale el sol, para entender las cosas importantes y valiosas que nos hacen crecer.
Esas sacudidas del alma no son sino regalos para ver la belleza de estar vivos.
Como siempre con cariño y bendiciones.
Claudia Esponda
Fundadora de Meraki Magazine
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