Y así comienza Marzo, el primer mes del año en el calendario romano, mes en el que somos atraídos por el equinoccio de primavera en el hemisferio septentrional y con ello la recarga de una nueva energía. Mes en el que celebramos el Día Internacional de la Mujer, a la que dedico esta editorial.
Comienzo por encontrar mi propia extrañeza de cómo las mujeres fuimos fraguando nuestras vidas alrededor de tantas cosas, personas o entidades, rezagando por cortos o prolongados lapsos, nuestra propia identidad.
Creamos un mundo para otros, adecuamos situaciones y procuramos medios para satisfacer y alimentar el estómago, las necesidades y el ego de los demás, sin detenernos a protagonizar nuestros propios intereses.
Quizás fuimos mujeres que centralizamos el matrimonio como el eje de nuestras vidas; que exploramos todas las facetas que implica ser madre; quizás algunas abandonamos parcial o totalmente nuestros desarrollo personal y/o profesional; quizás otras sometimos nuestra independencia económica al ingreso de nuestras parejas y unas más; participamos en comités, grupos escolares, actividades y hobbies, para dejar escapar un poco esas inquietudes inherentes en nosotras.
Vengo de una cultura conservadora, donde los parámetros fueron inclinados con demasiadas exigencias hacia la mujer, en el que lo fundamental era la realización de nuestros roles como hijas, esposas y madres, con altos estándares que la sociedad exigía de nosotras (y muy probablemente aún lo sigamos haciendo).
Lo cierto es que hay un creciente número de mujeres que llegando a una edad adulta no se sienten del todo satisfechas con los resultados, mujeres en búsqueda de respuestas a preguntas que quedaron pendientes en alguna etapa de sus vidas y que hoy la vida y la experiencia las expone al descubierto incitándolas a dirigir su vista hacia otros horizontes y a incursionar en nuevos caminos.
En estos últimos años he sido testigo de la madurez con que las que estas mujeres se enfrentan a la vida, ya no son aquellas sumisas y abnegadas damas protagonistas de las películas antiguas.
Hoy son las que cuentan historias admirables de lucha, decisión y coraje, en las que se comprueba “que el sexo débil” no existe, que hay una gran fuerza y fortaleza en ellas, que las situaciones a las que han sido expuestas como el abandono, la soledad, el maltrato, el abuso, y otras situaciones como la enfermedad, la depresión, la menopausia, la ansiedad y la baja autoestima, hacen, en un momento de catarsis, resurgir el AVE FENIX que todas llevamos dentro.
No conozco una sola mujer que en momentos de crisis, no se levante, se limpie los raspones y comience de nuevo.
Probablemente ello se deba a que nunca se puede acallar esa voz interior que emerge del silencio y del olvido y que en el momento oportuno, se hace escuchar.
No es fácil romper los paradigmas que nos fueron enseñados, pero la valentía que implica desestimar aquello que nos fue implantado y que ya no funciona, es una fuerza de luz que se convierte en una enorme bola de fuego y que una vez tomado ese camino, ahi si, ¡¡¡agárrenos¡¡¡ porque no hay quien nos detenga.
No pretendo realizar una queja sobre lo aprendido, sino darnos la oportunidad de revalorizar y re-encuadrar lo que ello ha tenido de noble en nuestras vidas y asumir gustosas los cambios que hoy queremos que sucedan en nuestra etapa en el camino.
Hoy quiero asumir el compromiso del cambio y del crecimiento, y así invitar a otras como tu y como yo, a levantar el vuelo, a redescubrir sus cualidades innatas y a explorar otras nuevas, a transformar la realidad con una perspectiva diferente y entusiasta y a saber que no estamos solas en el camino, que hay muchas mujeres que también están labrando y abriendo brechas.
Hoy tenemos la oportunidad de comenzar de nuevo.
El aquí y él ahora es lo único que tenemos, el pasado ya pasó y no lo podemos cambiar y el futuro, no lo conocemos, así que solo podemos trabajar en nuestro hoy.
Emprende, busca, logra y todo lo demás llegará por añadidura.
Claudia Esponda