Actualmente, y ya desde hace varias décadas, el posicionamiento femenino reclama espacios perdidos y claramente sesgados en favor de los hombres. Espacios no sólo laborales, políticos, sociales, deportivos o culturales, sino incluso familiares.
Considero que a todos nos beneficia acabar con los estereotipos de género, que tanto daño nos hacen como comunidad en términos de equidad y convivencia sana, pero también creo que todos los esfuerzos conjuntos no tendrán el impacto necesario si desde lo femenino, y su relación con lo masculino, las mujeres no empiezan a cambiar la forma de mirarse y mirar su lugar en el mundo.
Justo en el 2017, en un artículo publicado por la prestigiosa revista Science, se afirma que niños y niñas no ven diferencias entre ellos, en términos de inteligencia, hasta la edad de 5 años. Es a partir de los 6 que las cosas cambian. No es que los niños hagan menos a las niñas, sino que las niñas empiezan a definir a los niños como “realmente, realmente inteligentes”, mientras que ellas evitan juegos que consideran aptos para los “realmente muy listos” (los niños). Es entonces que el poder femenino empieza a marchitarse gradualmente hasta llegar a la vida adulta, en donde muchas ya ni lo intentan y otras reclaman espacios, pero internamente no sienten los méritos para llegar a ellos.
Se lucha contra lo de afuera, pero también contra lo de adentro.
Y por supuesto que hay excepciones; me refiero a niñas que crecieron dentro de familias que las motivaron no a ser más, pero tampoco menos que nadie. A mirarse como somos todos, como uno más y a la vez únicos por las cualidades personales. A no dudar de sus capacidades, sino más bien a desarrollarlas.
Lamentablemente no todas las familias proveen este contexto que nutre, pero eso también es parte de este empoderamiento femenino; el cambiar desde el discurso familiar, donde las princesas de los cuentos ya no se conformen con sólo ser bonitas; en donde si no quieren, no tengan que seguir siendo princesas, pero tampoco tenga que ser unas “guerreras” para demostrar nada a nadie.
Que sean lo que quieran ser sin renunciar a sus ideales personales, familiares y profesionales.
A dejar de cuestionarse si les conviene tener hijos o una carrera profesional para alcanzar el éxito.
Eso no se lo cuestiona un hombre.
Que no sientan que tienen que ser la mitad de uno, pero tampoco ser una al servicio de todos.
El verdadero poder femenino empieza desde el interior y se proyecta hacia afuera y no al revés.
Es verdad que hay diferencias entre hombres y mujeres, pero estas ni son tantas, ni tendrían por qué ser un problema.
Vamos a empezar a mirarnos más como personas, que es una cualidad más elemental que la de ser hombres o mujeres.
Vamos a hacerlo no sólo por el bien de las mujeres, sino por el de todos.
Para que cuando lo interior llegue hacia afuera, encuentre un espacio más propicio para crecer, convivir y estar.