“No podemos convertirnos en lo que queremos, si seguimos siendo lo que somos” Max Dupree (1924-2017)
Empezar un nuevo año, que aunque sea por el cambio de número en el calendario, tiene una connotación de inicio. Es como cuando empezábamos un cuaderno nuevo: sentimos que tenemos mucho por delante, está limpio, sin definir y con mucho por hacer.
Pero no nos engañemos: Somos la misma persona el 1º de enero, que el 1o. de febrero. que el 1o. de Marzo, pero nos gusta pensar que por tratarse de fechas diferentes, nuevas cosas sucederán y hay otras tantas por hacer. Y es que se antoja cambiar, para ser mejor, para tener conductas más eficaces, para obtener mejores resultados. Pero para cambiar hay que cambiar nuestro modo de ser, nuestro comportamiento, nuestras actitudes, eliminar ciertos vicios, adquirir nuevas habilidades y capacidades.
Entonces ¿cómo cambiar para cambiar?
A continuación, unos sencillos pasos para aprovechar el proceso que, por supuesto, requiere de un intenso empleo de la voluntad, intenso pero razonado y eficaz, sabiendo “dar el golpe certeramente”.
Claves para cambiar
1. Tener presentes siempre los objetivos deseados, enfocarse en la meta. Pensar más en el objetivo (aunque lejano), que en el obstáculo (siempre inmediato). Finalmente, si uno se aventura en un proceso de cambio, dejando comodidades y hábitos, forzándose a contrapelo para modificar una conducta o adquirir virtudes, es porque considera que el esfuerzo lo vale. Está convencido de que la recompensa de llegar a la meta compensa lo invertido, sabe que la relación costo/beneficio acabará siendo redituable.
2. Visualizarse en posición de triunfador. Algo común en las personas exitosas—deportistas, actores, presentadores, científicos, escritores— es que siempre se visualizan como triunfadores: anotando el tanto, cruzando la meta, recibiendo el aplauso, terminando la investigación, concluyendo el libro; y lo hacen desde que empiezan el recorrido, desde el inicio.
3. Avanzar paso a paso, escalón por escalón, etapa por etapa. Lograr victorias pequeñas, pero significativas, trocear el problema: “comerse un elefante”. Decía mi amigo Jaime que si te quieres comer un elefante, se ve imposible, pero si te lo planteas en cientos de días (en miles), un “trocito” a la vez, se vuelve alcanzable. Mi maestro de inglés, Martínez Lavín, nos hacía aprender 10 —solo 10— nuevas palabras por clase. Las explicaba, las preguntaba al inicio de la siguiente sesión y al final del curso teníamos un nada despreciable vocabulario agrandado en 800 palabras… paso a paso. Ayuda a hacer el proceso manejable. Para lograr el cambio, hay que sentirse confortable con el ritmo y llevarlo sin perder el rumbo, el objetivo. Y hablando de ritmo…
4. No solo importa el proceso, se requiere también un ritmo. Un “timing”, dirían los estadounidenses, una “cadencia” de avance es crítica, no debe ser ni demasiado apresurada, ni demasiado lenta. A buen paso, sin atolondramiento.
5. Si se equivoca, se corrige. Si se cae, se levanta; si se fracasa, se intenta de nuevo. Hay que ajustar y hacerlo a tiempo evita una desviación fuerte, que a veces lleva a la derrota total. En ocasiones lo que parece una retirada, es tomar vuelo o simplemente avanzar por un nuevo y mejor camino.
6. Buscar apoyo efectivo. Ese amigo que sabe nuestras intenciones, que nos apoya, que tal vez está emprendiendo una batalla similar (y aquí estamos hablando del famoso “buddy system” que libremente traducido no es otra cosa que el apoyo de los cuates). Un amigo así se vuelve un apoyo tremendo, al animarnos, al pedirnos cuentas, al darnos consejos, al acompañarnos. Recordemos que el miedo al cambio es primo de la procrastinación.
7. Para cambiar, cambiar. El ser humano es el único animal que tiene (y así lo manifiesta) una gran capacidad de cambiar, de mejorar. Lo vemos en el premio Nobel de Economía, Milton Friedman. ¿Quién iba a decir que el hijo de una costurera inmigrante sería uno de los más brillantes economistas del siglo XX? Lo vemos precisamente en los inmigrantes, esos paisanos nuestros, que por cambiar su modo de vida desafían enormes peligros, jugándose la vida para después ser, en la gran mayoría de los casos, ciudadanos ejemplares, trabajadores honestos que cumplen la ley.
A veces, quien quiere cambiar se encuentra como entre dos corrientes, entre dos fuerzas. La primera que lo retiene, que lo inmoviliza: son sus costumbres, su modo de ser que le dificulta cambiar. La otra fuerza que lo llama, que lo estimula a ser mejor, a modificar las cosas (a cambiar). En ese momento hay que usar la libertad para elegir el cambio, la inteligencia para convencernos de las razones y las bondades de cambiar, y la voluntad para forzarnos a hacer lo que decidimos.
Finalmente, todos los esfuerzos importantes de cambio empiezan por uno mismo.
Exijamos la libertad para poder elegir, elegir cambiar; aprovechemos la inteligencia para convencernos de las razones y bondades de cambiar y ejercitemos la voluntad para forzarnos a hacer lo que decidimos…