Quiero compartirles una sesión extraordinaria con un paciente joven. Después de saludarme expresó: “¡Llevo un año tratando a personas que nunca he visto en la vida! Ayer por fin me encontré con dos grandes amigos y sentí maravilloso. Creo que todos habíamos olvidado la diferencia entre coincidir en una sala virtual… ¡y estar de verdad!” a lo cual le respondí: “Tu formas parte de la primera generación que experimenta la bidimensionalidad de una relación, donde pueden coexistir en paralelo y sin llegar a tocarse, la virtualidad y la realidad.” Él me contestó “Es cierto. Al principio no sabía qué hacer, si darles la mano o mantenerme donde estaba. Me sentía como extranjero de la humanidad. Ahora reconozco el inmenso valor de un encuentro personal.” Luego habló del deseo de volver a salir con su mejor amigo a comprar los regalos de cumpleaños que intercambian cada año y del proyecto de asistir al estreno de una película – pospuesto más de una vez-. La alegría le brillaba en el rostro como una energía que se expandía a su alrededor.
— Mi punto de anclaje son esas ilusiones frente a todas las noticias desagradables que a diario se difunden – me dijo.
— Desde hace un tiempo siento que todo lo que pasa en el mundo es parte de una gran historia de amor “Hasta lo que parece malo”, por eso estoy feliz…
Tu alegría le hace un gran bien a la humanidad, aun cuando ignores hasta dónde llegará su efecto. Cuando la compartes con tus amigos, generas una cadena de felicidad auténtica.
He de contarles que este joven ha superado el Síndrome de virtualidad. Por tanto, su regocijo tiene explicación. Fue capaz de abandonar la creencia de que la vida acontece en las pantallas, reviviendo el gusto de disfrutar de sí mismo y de quienes le rodean. Ahora, cada minuto de su día es un continuo descubrimiento.
El caso viene a colación porque demuestra que a pesar del confinamiento, la apretada agenda de clases en línea y las pocas opciones de esparcimiento que muchos jóvenes encuentran en el contexto de la pandemia, si se les brinda la oportunidad de conocer el mundo interno donde mora su alma y sus verdaderos anhelos, es posible que continúen autoconstruyéndose y tengan en su haber la mejor versión de sí mismos para cuando las cosas retornen a la normalidad, como mi paciente, que se ha convertido en alumno ejemplar de su facultad, en tanto que, dos períodos escolares atrás, su dependencia a la virtualidad le había llevado a rotundos fracasos académicos.
El hecho de que se haya vuelto común observar a una gran mayoría de niños y jóvenes abstraídos en el interior de sus habitaciones jugando videojuegos, no quiere decir que sea natural ni mucho menos sano. Con facilidad entran en un estado de tristeza silenciosa, donde la desesperanza toma el lugar de un sentimiento permanente asociado a la idea de que la vida es escasa y se les va sin que puedan hacer mayor cosa.
Debemos impedir la formación de muchachos deprimidos. Quienes se sienten así, cargan sentimientos de impotencia, frustración y enojo que les pueden dañar mucho en el nivel personal, además de que la suma masiva de casos, sin duda, pone en riesgo las opciones de desarrollarnos como humanidad.
Hay acciones clave que se pueden poner en práctica:
1.- La comunicación honesta, respetuosa y afectiva de los padres hacia los hijos, compartiendo sus gustos y aficiones, hace que puedan creer en su propio valor personal.
2.- La meditación como práctica esencial para ayudarles a salir de sus miedos y frustraciones. Es fascinante observar cómo unos cuantos minutos diarios les recargan las pilas de la energía y amor a la vida.
3.- La práctica de hobbies es un recurso a medio camino entre la recreación y el trabajo que les ayuda a mantener la capacidad de compromiso.
4.- La actividad física debe plantearse como un requisito indispensable de su desarrollo. No hay cuerpo que no la requiera.
5.- La regulación en el uso de videojuegos debe ser una medida amorosa pero firme, supervisada por los padres.
6.- Las oportunidades de socialización presencial -(por supuesto, sin menoscabo de la seguridad sanitaria- deben considerarse como prioridad.
7.- Finalmente, la ayuda psicológica también debe ser un recurso digno de consideración. Especialmente cuando un muchacho comience a permanecer metido en su habitación la mayor parte del día.
La felicidad es un derecho que la sociedad debe defender, especialmente en las generaciones más jóvenes que en las presentes circunstancias, cuentan con menos recursos para construirla.