Con toda emoción comparto el reconocimiento que me otorga el Centro Cultural Loque Nahuaque, A. C., por mi trabajo de ya cinco décadas en las artes plásticas, con motivo del Día Internacional de la Mujer. Una fecha tan significativa para nuestro género, y donde en mi caso, se mezclan tanto la pintura, como las emociones y los sentimientos.

Ahora, ese sentir se engrandece y me cimbra, pues considero un privilegio estar festejando con ustedes medio siglo en las artes visuales. Estar, aquí y ahora, significa entonces un cúmulo de experiencias y emociones que sólo puedo resumir en unas palabras que brotan desde muy adentro de mi alma: bendiciones para todas y todos.

Esa experiencia maravillosa que me ha llevado a mirar más hacia dentro y reconocer tanta belleza creada por las mujeres a lo largo de la historia, en especial sus pinturas y esculturas, y hasta elevar una plegaria a las diosas y musas del arte.

Así, el Arte está presente en cada instante de mi vida, y en lo personal intento encauzarlo hacia mi obra, a través de formas, texturas y colores, que quedarán luego plasmados en creaciones acompañadas siempre por mis manzanas. Mensajes en si, que intentan tocar las fibras del corazón, al igual, que expresar un ferviente deseo de entregar todo lo que he podido a mi México y su excepcional cultura.

Estoy consciente de mi enorme responsabilidad, y por ello desde hace más de cinco décadas, he recorrido el mundo en una travesía fascinante, difícil a veces, pero en todo caso comprometida plenamente con mi vocación de creadora.

En verdad, el artista genuino pretende compartir con sus semejantes el buen pan de la comunión creativa, a partir de ese arte que se expandió como un primer relámpago que iluminó al ser humano y le dio el poder de superar las tinieblas del camino, trascender toda oscuridad y dejar un claro testimonio de su paso por el mundo, más allá de la supervivencia. Y con la misión de alcanzar las horas de la dicha milagrosa, y compartirla con todas y todos. Es entonces, cuando sentimos estar constituidos a imagen y semejanza de ese Ser de Luz o Gran Creador. Por eso, estando despierta, dormida o en duermevela, he vivido, vivo y viviré para intentar lograrlo cada vez más y mejor. 

Leer hoy mi nombre junto al de tantas mujeres notables como Rosa Tavárez, Rina Lazo, Leonora Carrington y Elena Poniatowska, me resulta un privilegio, una corona de laurel que engalana y ennoblece mis rotundas aunque sencillas manzanas. 

A fin de cuentas soy mujer, vengo de mujer, prolongo una estirpe, la de mi especie y la de mi familia: hija, nieta y bisnieta de mujeres que me enorgullecen. Todas hechas de arcilla nativa, modeladas por arrullos, cantos de cuna apenas percibidos en el regazo materno. Lo digo justo ahora, después del momento en el que mi madre emigró hacia otra dimensión, lo cual me entristece pero cuyo ejemplo me da esperanza en la dimensión terrenal y la del espíritu. Soy, en muchos sentidos, la suma de mi parentela. Soy mi remota abuela, mi madre, mis lejanas tías, mi hermana y mis primas. También de amigas y colegas. Y con mención especial a mis hijas, en tanto que representan una experiencia llena de felicidad. Cada una puso en mi mente y en mi corazón una palabra que con el andar de los años se concreta en flor y fruto. Un proceso o devenir que fluye de modo natural y, sin embargo, no es fácil describir.

Puedo igualmente decirles que cada vez que logro un golpe mágico de pincel, encuentro una palabra hermosa, otro color, otro sabor de un fruto o revelaciones que reúnen sustancia y sazón. 

Vuelvo siempre los ojos a ellas y las bendigo, al igual que a todas las mujeres que nos antecedieron y legaron enseñanzas invaluables.

Reconozco a la vez, con la visión de un feminismo bien entendido, que el hombre de bien incide positivamente en nuestra vida personal, familiar, profesional y social, como ha ocurrido en mi caso con el testimonio ejemplar de mi padre, y la solidaridad amistosa de mis hermanos, mi gran hijo, y la presencia amorosa de mi compañero.

Gracias entonces por formarme y enriquecer mi existencia y dar profundo sentido a lo que soy.

Y muchas felicidades a todas las mujeres de México y  el mundo y de igual forma  a tantas y tantas mujeres que luchan denodadamente y no  suelen tener el reconocimiento que merecen y en algunos casos pasan por anónimas. 

A todas ellas, les dedico con todo mi cariño lo que a mi me pueda corresponder de este reconocimiento y que sigan sus invaluables e inolvidables aportaciones.

Cordialmente