Estábamos de vacaciones en Filadelfia visitando a mi familia un verano, viajando desde México. Aproveché para verme con Jim, un amigo y colega, al cual le presenté a mi hija Lorena. Como buena niña latina, se le acercó para saludarlo mientras yo volteé y de repente oí una risa nerviosa. No supe bien que pasó hasta después de oír las dos versiones completamente diferentes. Cuando estaba comiendo con Jim, me dijo “Se ve que le caí bien a tu hija y logramos una conexión, pues me abrazó. Qué linda y cariñosa”. Más tarde, sin embargo, Lorena me dijo, “Ay mamá, ¡qué pena! Fui a saludar a tu amigo, y cuando me acerqué, ¡él se hizo para atrás y yo ya llevaba impulso y me acabé colgando de él para no irme de narices!” Me borboteó la risa al recordar la interpretación de mi amigo y la realidad de la situación. Pensé literalmente en el libro “Kiss, Bow or Shake Hands” de Terry Morrison y Wayne Conway, que habla de los protocolos interculturales a través del mundo. Esa primera interacción con alguien de otra cultura nos puede causar un momento de incomodidad o confusión como le pasó a Lorena y a Jim.
Geert Hofstede, psicólogo social e interculturalista, definió la cultura como “la programación colectiva de la mente que distingue a los miembros de un grupo o categoría de personas de otros”. Si tomamos en cuenta que la cultura puede afectar la forma en que percibimos y actuamos, obviamente esto incluye la interacción con otros, sin darnos cuenta.
Cuando operamos dentro de nuestra propia cultura, podemos ser como un pez en su hábitat natural y desconocer nuestras propias tendencias y preferencias debido a nuestros niveles de comodidad. Nuestra cultura es nuestro hábitat. Pero cuando entramos a otro entorno, podemos sentirnos sorprendidos o incómodos. Tal vez no somos completamente conscientes de las reglas o el contexto dentro de la nueva cultura, y eso nos hace sentir más como un pez siendo transferido de un lago a una pecera por primera vez.
Dado que los humanos somos seres sociales y hemos utilizado la cooperación para nuestra supervivencia y desarrollo, la cultura influye en la forma en que diseñamos las reglas o los sistemas para la forma en que vivimos. Esto incluye algo tan básico como el saludo.
Los saludos pueden variar en su significado y manifestación de una cultura a otra. La mayoría de las culturas tienen algún tipo de ritual para saludar y la forma en que lo llevamos a cabo puede decir mucho sobre nuestras prioridades, tendencias y necesidades subyacentes. ¿Qué nos dice un saludo? ¿Estamos tratando de establecer una jerarquía? ¿Mostrar respeto? ¿Mostrar una intención? Y aparte, ¿Nos damos la mano? ¿Nos inclinamos? ¿Nos abrazamos o nos besamos? ¿Quién saluda a quién? ¿Y cuándo? Si nos ponemos a ver, hay mucho que tomamos por dado de nuestros propios rituales.
Mi hija viene de un entorno en donde se les estipula a los niños la importancia del saludo como muestra de respeto, especialmente hacia las personas mayores. Se les inculca que tomen la iniciativa de acercarse, pues muestra una buena educación y cortesía. Mi amigo viene de un entorno en donde los niños no interactúan tanto socialmente con los adultos y con un reconocimiento superficial basta.
Esa falta de sincronización causó que cuando ella se acercara, él instintivamente se alejara y lo que siguió probablemente lo dejó perplejo, con la necesidad de atribuirlo a una disposición muy tierna de mi hija. (Me vuelvo a reír al escribirlo.)
En mis cursos interculturales, algunos de mis clientes me comentan que el protocolo más formal del saludo les parece tedioso e innecesario, pero el entender los valores subyacentes dentro de las culturas puede ayudarnos a descifrar el comportamiento que prevalece en las sociedades, lo cual puede brindarnos la clave para interacciones más sanas y armoniosas en entornos tanto personales como profesionales.
Esto se vuelve sumamente importante en nuestro entorno global, en donde las interacciones comerciales y sociales han cruzado las fronteras exponencialmente en las últimas décadas. Por esta razón, es importante ser vulnerable y poder reírnos de nuestros errores o suposiciones. Esto nos enseña a ser curiosos, a preguntar y a explorar, pues todos somos ese pez en pecera nueva por primera vez en algún momento.