Hoy en día sabemos que las emociones en gran medida rigen nuestro desarrollo y el de nuestros hijos. Un niño amado tendrá mayor habilidad para regularse y aumentar su tolerancia a la frustración. Podrá amarse a si mismo y amar a otros. Logrará caminar senderos difíciles con mejores herramientas para lograrlo.
En algún momento creo que todos los que somos padres nos hemos encontrado en el túnel de la desesperación, en donde solo hay cabida para gritos, amenazas y hasta castigos que marcan el alma y dañan el desarrollo emocional de nuestros hijos. Tenemos reacciones que a veces están totalmente fuera de contexto cuando no logramos controlar nuestras frustraciones. En ese túnel, en el que entramos, todos salimos lastimados, dolidos y culposos, que después buscamos reparar con curitas de compensación, con exceso de permisos, regalos o simplemente con conductas sobreprotectoras. ¿Y que sucede?, que creamos una telaraña de desequilibrio. Pasamos de un lado de la balanza al otro en un segundo, llenando nuestra crianza de reacciones y no de acciones que construyan adultos amados y capaces de amarse a ellos mismos. Lo que tus hijos realmente necesitan es un adulto que logre ser significativo en sus vidas, que este ahí para abrazarlos, mimarlos, amarlos y cuidarlos de una manera equilibrada, amorosa y firme.
Una parte fundamental en la crianza, es dejar la idea de los hijos perfectos, de aquellos que son tarjetas de presentación de los padres. Debemos borrar de nuestra mente a los hijos intachables, incapaces de tomar malas decisiones o cometer errores y aceptar sus fallas, las cuales nos son otra cosa mas que parte de su proceso de aprendizaje. Cometer errores es normal e inminente al ser humano. Pero recordemos que los errores no son sentencias de vida.
En estos momentos tan desafiantes, es claro que necesitamos adultos amados, capaces de amarse y amar a otros. Es necesario que en casa se forjen cadenas de amor, aceptación, comprensión y validación.
¿Qué hemos aprendido que nos permita construir un mejor futuro ? Sin duda a restablecer conexiones -no me refiero através de la tecnología-, sino a la conexión humana como base del desarrollo. A la que logramos con miradas, con palabras y con el contacto de piel con piel que perdimos por tanto tiempo y de la que posiblemente estemos resentidos. Recordemos que el primer grupo que nos da un sentido de pertenencia es la familia, por eso es importante reconstruir estas conexiones. Sin importar qué tipo de familia seamos y quiénes la constituyan, es claro, que esa es la fuente de creación de personas que se aman las unas a las otras, que aceptan sus cualidades y defectos, y que están ahí para ayudarse incondicionalmente. Este tipo de familias ofrecerá personas capaces de conquistar mundos, de dar amor tal y como lo recibieron, de ser respetuosos e incluyentes ante las diferencias de otros.
En la crianza, las muestras de amor no deberían quedar marginadas a pequeñas reacciones, o a lo bien o mal que pudo ser nuestro día, o a darnos un abrazo en un cumpleaños. Siempre hay espacio para mostrar afecto a nuestros hijos, sin condicionarlo a hechos, situaciones o conductas.
Tal vez tu como yo, por momentos te ves envuelto en el espiral del día a día que va mas rápido que tu mismo y dejas atrás momentos que tanto nutren la crianza como un beso, un abrazo, una mirada complaciente o la frase mágica que todo lo matiza suavemente: “Te amo”.
Desde la neurociencia, hoy sabemos que el amor, las muestras de cariño y los abrazos, favorecen las conexiones neuronales más que cualquier otro fármaco. El tacto es un sentido clave en la vida humana. El contacto piel con piel fortalece nuestro sistema inmunológico, regula nuestro ritmo cardiaco, disminuye la producción de cortisol (la hormona del estrés), que favorece de manera importante la producción de oxitocina (La hormona del amor). Por ejemplo, se sabe que cuando nace un bebe, se coloca en el pecho de la madre de manera inmediata para proporcionarle seguridad después del violento viaje de nacer -cabe mencionar que los bebes prematuros que se encuentran en sus incubadoras, requieren de ese contacto para favorecer su desarrollo neurológico-. Nuestro sistema nervioso al sentir el contacto de la piel estimula el nervio vago y con esto el sistema nervioso se desacelera, baja el ritmo cardiaco y la presión sanguínea, y las ondas cerebrales se relajan. Con esto nos queda claro que nuestro cerebro necesita de amor, besos y abrazos y más en momentos como estos de incertidumbre.
Aún hoy con todos los avances tecnológicos no se ha logrado reproducir un abrazo, un beso, un apapacho, del que deberíamos acompañar nuestros estilos de crianza.
Educar desde el amor, la aceptación y la firmeza, te permitirá crear un jardín lleno de flores, lo suficientemente firme para tener hijos que puedan resistir las tormentas y brillantes para iluminar sus días obscuros.
Así que, ha abrazar más, dar muchos besos, apapacharnos todos los días, para cerrar con un “te amo,” a cada uno de nuestros hijos. Empoderándolos al sentirse amados.