Imaginemos por un momento tener dieciséis años, estar todo el tiempo en la misma casa con hermanos y padres y a distancia de los amigos, entrenadores y compañeros, ¿Cómo crees que te estarías sintiendo?
En el mundo de nuestros preadolescentes y adolescentes todo cambió, todo se detuvo en un instante y lo que hace seis meses parecía imposible, hoy es una realidad que aún no tiene fin. Han regresado a estar en casa sin la posibilidad de salir a divertirse y olvidarse de sus responsabilidades por unas horas. Han perdido sus suspiros de libertad y con pocas posibilidades de desarrollar sus capacidades lejos de casa. Han perdido la posibilidad de irse desprendiendo poco a poco para conocerse a través de sus pares, de pertenecer a un grupo, de contar con sus espacios. Y hoy, por el contrario, no les queda ni un hueco vacío en donde no aparezcan sus padres, presentes a cada instante a través de su voz que oyen amplificada en mil decibeles, con pasos que se marcan como huellas en la luna, y hasta con olores que destilan al pasar por sus recámaras.
Es inevitable, debemos comprender que no somos la misma especie para ellos en estos momentos. Intentan diferenciarse de nosotros, mientras nosotros por salud y seguridad los mantenemos resguardados como cuando eran pequeños y no podían valerse por sí mismos.
Y por si fuera poco, hoy se miran sorprendidos de si mismos, intentando reconocer a esa nueva persona en la que se están transformando, por los cambios físicos que también están viviendo que aún no han procesado y que en su mayoría, no les son de su agrado. Ese rostro que cambia día con día, donde la nariz crece, las cejas se pueblan y como cereza en el pastel, el acné lo miran como un volcán en erupción. ¿Cómo esto no va a ser confuso para ellos, cuando sabemos que la adolescencia es una etapa de cambio constante en la búsqueda de identidad?
Nuestros adolescentes están viviendo en un mundo al revés.
Sin duda el gran reto que tenemos los padres de adolescentes en estos momentos de su vida, es estar presentes para abrir el diálogo y mantener nuestra postura de autoridad, innegablemente necesaria para ellos, y aunque parezca complicado, de manera simultánea ofrecer el apapacho y abrazo que dan seguridad, pero que no invade y que no rompe sus procesos de individualización. Me parece que debemos estar muy pendientes de nuestros adolescentes a quienes se les cosieron las alas en el momento que emprendían su primer vuelo. Por lo mismo, es importante tomar en cuenta lo anterior al momento de interactuar con ellos.
Estar cerca no es fácil, ya que los padres así como los adolescentes se sienten rechazados, lastimados y heridos. Los adolescentes a menudo no son muy gentiles cuando rechazan lo que perciben como interferencias parentales. Y por esta separación los padres se encuentran en el duelo del crecimiento de los hijos. Los observamos interactuar con sus amigos como un libro abierto, platican y sueltan carcajadas con temas que a veces no comprendemos. En cambio en casa podemos verlos callados y desganados, sintiéndose ofendidos con mayor facilidad. En ocasiones lo que antes resultaba una broma hoy puede resultar una ofensa.
El éxito de esta etapa es “ estar, estar, estar y seguir estando siempre” ¿Por qué?
El adolescente tiene sentimientos de tristeza, de abandono, de rechazo de sus padres, sintiéndose también criticado y lastimado; en ocasiones se siente abiertamente herido al creer no ser aceptado por sus padres, buscando entonces refugio con los amigos. Su confusión se debe a cambios orgánicos y hormonales que no están en su control. El cerebro de los adolescentes es resistente. Aunque la adolescencia es un momento vulnerable para el cerebro y para los adolescentes en general, la mayoría de los adolescentes se convierten en adultos sanos. En realidad, algunos de los cambios que ocurren en el cerebro durante esta importante fase del desarrollo pueden ayudar a proteger contra los trastornos mentales a largo plazo.
Los escaneos de niños normales han revelado que hay partes diferentes del cerebro que maduran a un ritmo distinto. De hecho, algunas partes del cerebro, tal como la corteza cerebral prefrontal (CPF) ubicada justo detrás de los ojos, parece que madura completamente hasta los 24 años de edad. Otras partes del cerebro, como la amígdala cerebral (AMG) en forma de nuez ubicada en lo profundo del cerebro, parecen madurar mucho antes. Muchos neurocientíficos piensan que esta discrepancia en la madurez del cerebro puede explicar mucho del comportamiento irregular del adolescente. Lo que sucede es que los cambios cerebrales se traducen en conductas desafiantes e inestables.
Por lo que puedo sugerir que lo último que hay que decirle a un adolescente es: “Que tiene que interesarse en algo en particular”, porque entonces irá a buscar exactamente lo contrario. Y no hay nada malo en que un adolescente cuestione nuestras creencias como padres. Es normal y saludable, es más, ayuda al joven a desarrollar su identidad.
Podemos concluir que existen áreas de oportunidad para mantener los lazos y vínculos seguros con ellos en estos momentos de cuarentena, al igual que cuando el mundo se abra.
Recuerda siempre escuchar. Si sientes curiosidad por lo que está pasando en la vida de tu adolescente, haz preguntas directas, puede que no sea tan eficaz como simplemente sentarse y escuchar, los jóvenes tienen más probabilidades de estar abiertos con sus padres si no se sienten presionados para compartir información. Trata de no ser un padre intimidante.
Valida sus sentimientos. A menudo es nuestra tendencia tratar de resolver los problemas de nuestros hijos o de invalidar sus decepciones. Muestra a los chicos que los entiendes y empatizas, reflejando comentarios oportunos sin juicios de valor.
Muestra confianza. Los adolescentes quieren ser tomados en serio, especialmente por sus padres. Busca maneras de demostrar que confías en ellos. Pidele un favor en que confíes que dependerá de él llevarlo a cabo. Deja que tu hijo sepa que tienes fe en él, y con ello aumentará su confianza y probablemente hará que se aleje en momentos de peligro.
Y no olvides disfrutar de esos momentos de tu relación con ellos, que serán más fugaces de lo que imaginas. Haz cosas con ellos. Hablar no es la única manera de comunicarse, y durante esta etapa, es genial pasar tiempo haciendo cosas que ambos disfruten, ya sea cocinar o simplemente salir a caminar, sin hablar de nada personal.
Es importante que tus hijos sepan que pueden estar próximos a tí y compartir experiencias positivas, sin tener que preocuparse de preguntas intrusivas o demandas.